El blog de Luisa Tomás

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lunes, 4 de mayo de 2015

Los últimos versos que te escribo


Lo peor del amor cuando termina son las habitaciones ventiladas,
el puré de reproches con sardinas
las golondrinas muertas en la almohada.

Lo malo de después son los despojos
que embalsaman el humo de los sueños, el sístole,
los teléfonos que hablan con los ojos.
El sístole sin diástole ni dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.

Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales,
no le quedan dos puntos suspensivos.


(Joaquín Sabina)

Siempre me ha repateado el hígado esa gente que en lugar de decir "buenos días" suelta un frívolo "de lunes". Me toca los cojones, porque su "de lunes" es mísero e impúdicamente superficial. Un "de lunes" cualquiera, de cualquiera que te cruzas en el ascensor, no es más que sueño y pereza, resignación a una rutina basada en la supervivencia. "De lunes" no es nada, es como "de martes" o hasta "de sábado", porque hay miradas y palabras y gentes que no tienen más misterio ni más inquietud que el plato de lentejas, la siesta del domingo. "De lunes" no es un saludo, no hay un estado de ánimo que sea estar "de lunes". Y si fuera tal, sería obsceno saludar vomitando tantas miserias (basta decir "bien" cuando preguntan por cortesía qué tal; que las procesiones del alma caminan por dentro).

No puedes decir estoy "de lunes" porque a la gente, a mí, no nos importa. El lunes es sencillamente una mierda porque en el lunes confluyen todas las tristezas. Las mismas que se desdibujan con la engañosa perspectiva del ocio y el descanso a medida que avanzan los días, lo cual no es otra cosa que avanzar hacia el inevitable final. Como si andar en el tiempo -en esta era en la que la vejez no existe y la tristeza es indecorosa; en esta era de bajas pasiones, por lo pobres y mermadas- sólo fuera caminar hacia el sábado o la jubilación, con esos anuncios de abuelos encantadores que se lo pasan pipa en la residencia cambiando los abrazos por higiene. Avanzar en el tiempo es oxidarse, renunciar a la tersura en aras de la artrosis, las canas y disfunciones varias.

Y avanzar en el tiempo es sobreponerse al olvido. Porque lo peor del amor, cuando termina, es saber que acabarás olvidándolo. Más, cuando el coronel ya tiene quien le escriba y engorde la vanidad de su virilidad pobretona. Y borrar los archivos, con sus versos y la cursi ridiculez de darse los buenos días (y la tentativa a deshora de unas palabras inoportunas cruzadas por la noche, o el alcohol, o ambas). Porque lo peor del amor, cuando se acaba, son los lunes que te recuerdan que ni siquiera lo hubo.

Que los lunes y el amor están desvirtuados por el peso de lo cotidiano, por el ruido de los despertadores y los atascos y por esa continua queja de quehaceres y obligaciones, por ese cansancio que me produce sólo oír tanto quebranto, por esa falta de valor, de épica y de poesía.

Que lo peor del amor no es cuando pasa; es cuando da pereza. Como los lunes. Como hoy, un día sin huella, sin hondura, gozo ni herida.