El blog de Luisa Tomás

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lunes, 23 de septiembre de 2013

El subconsciente es un cabrón

Por fin lo he sabido: la culpa la tiene este preludio de otoño. Hace no muchas horas viví un "dèja vu" o "dèja senti" o algo similar, sin ser eso exactamente, que puso del revés mi ya de por sí desordenado cerebro. Poco o nada le interesa al desocupado lector qué le sucedió a mi mente durante unas centésimas de segundo para que mi cabeza y mi cuerpo se descolocaran de tal forma y se trasladaran a otro lugar y a otro tiempo (la piel tiene memoria, y eso es tan cierto como que estoy aquí, escribiendo no sé bien el qué). A otro momento vital, real pero pretérito. Ya camuflado por las rutinas y la necesidad de olvido, pilar de la supervivencia.

El caso es que, aun habiendo reconocido casi en el mismo momento en que sucedía -como cuando tienes una pesadilla, y en medio de esa inquietud onírica oyes a tu propia voz decir que no pasa nada, que sólo estás soñando (esto os pasa a todos, ¿no?)- que esa sensación era una ficción, un recuerdo inerte que afloraba a través del subconsciente, me asusté. Y pensé: "El subconsciente es un cabrón. Pero me niego a darme otro paseo por el campo freudiano, casi mejor me bajo al parque".

Y hete aquí que descubrí quién alberga en su espíritu lo que tanta perturbación me causa: el otoño, que asoma tímidamente en los colores de Madrid. Los días ya no se extienden hacia horas que no les corresponden ni las noches se empequeñecen acobardadas por una inclemente invasión de luz. El otoño no es una tristeza ni una lluvia ni una pena. El otoño es la aseveración necesaria de que la vida no es una línea, sino un círculo o una espiral en la que todo vuelve. Pasados ya los días de estío, que conducen al placer, al cuerpo y a la risa, los pasos vuelven a estar presididos por el alma y el pensamiento. Y hasta ese "dèja vu" impertinente es un número más en la suma de hechos, de seres y estares, que nos conforman. Todo pasa, pero todo queda. Desterremos del otoño a los indolentes del corazón, pues es la estación de los poetas.

El otoño es una melancolía color de calabaza que a veces se envuelve en crema y en rutina.

Y recordar, a veces, aunque sea involuntario, no es una debilidad ni un pecado, ni una invasión de hojas tristes ni de gotas cansadas. Recordar es sentir dos veces, y por ello no he de tener pudor. Porque sentir vale la pena.