El blog de Luisa Tomás

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martes, 18 de septiembre de 2012

Amantes en Praga

Para caminar juntos por Praga ni siquiera tuvieron que dejar atrás sus melancolías, sólo cogerse de la mano y abandonarse a una ciudad sin relojes. Desayunaban de noche y dormían de día, después de amarse entre sábanas a las que les arrastraba una lluvia incesante, que todo lo envolvía.

Su minúsculo universo de amantes carecía de pasados. Y el futuro no era más que la puerta del próximo café. Mínimo y recoleto. Pequeñas mesas redondas que acercaban su abrazo.

Almorzaban besos y cenaban poesías que se deslizaban por sus figuras entrelazadas. Hasta que una llamada impía les devolvió a una realidad cruel.

Era la voz de su jefe, que reclamaba la presencia de Rodrigo en el despacho. Otra vez, como tantas mañanas de otoño, Rodrigo estaba dedicando su jornada laboral a soñar que se escapaba con Jimena, a la que apodaba "La Bella" y a la que jamás se atrevió a declarar su amor.

Años después, un lunes de octubre, cuando Jimena se sentó en su mesa de trabajo dispuesta a comenzar su anodina tarea, encontró sorprendida una postal de Praga con una escueta nota: "Siempre pensé que para ser la ciudad perfecta le faltas tú".

Nadie la firmaba. Jimena sonrió y telefoneó a su marido para contarle entre risas la anécdota. Luego la clavó con una chincheta en su corcho, donde fue condenada al olvido entre notas y recortes de periódico y donde cada día Rodrigo la contempla entristecido y la ve ajarse, amarillear y envejecer, como envejece él, pero no su sueño.

Y cada mañana de otoño, cuando la lluvia acompasa sus soledades, Rodrigo se abraza a su taza de café y pierde su marchita mirada en los dibujos que las gotas trazan en los cristales. Y a veces desliza por ellos su dedo índice con los ojos entrecerrados, y esa frialdad inerte se le antoja calidez y tersura.

Y dibuja un corazón en la delicada espalda de Jimena, a la que ve cruzar presurosa la calle y lanzar un beso a su marido, que la despide desde el coche.

Empiezan a sonar teléfonos, la insoportable voz de la secretaria recita su letanía de quejas y "buenos días" fingidos. Y vuelve esa realidad implacable que todo lo aplasta y destruye, excepto su sonrisa, que atraviesa el umbral y llena el día.