El blog de Luisa Tomás

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domingo, 22 de julio de 2012

Here I go again

Ningún tropiezo es lo suficientemente profundo como para no volver a emerger. Ningún lunes tiene 48 horas. Nada es eterno, ni siquiera la ausencia. Tampoco la mía, muy a mi pesar, ya que mi pesar a veces quiere desaparecer, hundirse en la oscuridad para huir de sus propios pensamientos.

No nací para no pensar. No nací para no sufrir. No nací para no amar. No nací para no ganar ni tampoco para no perder. No huyo de la verdad ni del duelo. Y en el horizonte de este domingo de calima se cierne un lunes sin agua fresca ni respiro...


O el doliente destino de un cuento al que le habría gustado ser soneto

...Ella un día se prometió ser la reina del exceso, pagarles los taxis de vuelta, dormir a lo largo y ancho de su cama como si no hubiera dios ni mañana, pero esta dueña de un corazón impío rindió sus armas cuando él le puso un cepillo de dientes junto al suyo en el espejo de su baño.

Eso no le gustó ni mucho ni poco. O quizá no lo midió en grado de me gusta o deja de gustarme. Las sensaciones que estos hechos producen no se traducen en un "me gusta" o "ya no me gusta", cual vano estado de Facebook. O quizá fuera para él un gesto sólo cortés, hasta mecánico, un "siéntete cómoda". Los tíos no le dan más vueltas. Pero esa simpleza, el cepillo rosa, iba a producirle dolor a ella algún día. Lo supo en cuanto lo vio. Y acertó.

Las tías tienen la regla física. Se toman un Ibuprofeno y lo llevan. Los tíos tienen una regla emocional: les viene sin pensar, de manera más o menos periódica, antes de que les baje se tiran unos días remolones y esquivos y luego, en tol meollo, no hay un dios que les mire a la cara. Enarbolan banderas ficticias de reivindicación feministamachuna, en plan "mi útero es mío" pero traducido a la testosterona, "mis testículos paren, mis testículos deciden. Por lo tanto, baby, una palabra mía bastará para alegrarte. No esperes más. Si quieres mimos, llama a tu madre. Y bastante es que me digno a existir, yo, que bajo bragas con un chasquido de dedos".

Y ella, decidida a no ser la reina del reproche, se aparta en plan "tío, tu regla es tuya, bastante tengo yo con la mía". Y mientras camina en busca de un bar con amigos que no le pregunten por las lágrimas, se acuerda del puto cepillo de dientes y maldice el día en que supo que aquel gesto acabaría por hacerle daño. Sus pasos cansados recuerdan los acordes de una vieja canción, que suena, agotada, entre ventiladores sucios y tercios de Mahou. Y una sonrisilla adorna su palidez: "Tú tendrás la regla, cabrón. Pero, pa cojones, los míos".