El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

domingo, 27 de noviembre de 2011

Del tiempo y otras debacles

El tiempo, tal cual lo concebimos, es un cabrón. Viene, pasa, se pira y no avisa. Sin darme cuenta, es domingo por la tarde y de mi pluma (teclado, lo de pluma queda mejor por lo romántico, o lo cursi) no ha salido una línea desde hace días. Digo más, no tengo un mal verso que llevarme a la boca.

Así que trataré de reconciliarme conmigo misma y mi escritura -a la que a veces abandono como el que abandona a un corazón cuando el amor se rompe, o se desgasta, o se acaba, o ya no conviene- recuperando una historia (que yo escribí, y lo explico porque me dicen por ahí que no quedaba claro) del año pasado por estas fechas, cuando el tiempo no era más que la sucesión de horas que faltaban para verlo.

Un año después, creo simplemente que el tiempo es un viejo cabrón que pasa pero que dura siempre.


“Quiero amarte desprovisto de palabras y relojes. Quiero tenerte en silencio en un lugar sin tiempo ni paredes. Sin la urgencia de los besos clandestinos, sin el juicio de los que nos miran con sospecha. Quiero despertar sin prisas en una mañana sin horas. Quiero un sol que no anuncie el día ni tu huida. Quiero un amor sin lunes, un amanecer sin coches ni despertadores. Quiero atravesar contigo el otoño. Quiero a tus manos tanto como a tu alegría. Quiero para los dos el sonido de la lluvia, el humo del café y los cigarrillos, el murmullo de los ríos y las hojas amarillas de los árboles. Las tormentas y el ruido de los trenes. Quiero andar descalza por caminos que nadie haya pisado y encontrarte en ellos, en cada piedra, en cada paso, en cada herida, en cada beso. Quiero el universo que cabe en tu abrazo, no descubrir jamás el misterio que encierra tu mirada. Quiero un leve vestido nuevo para que lo mime tu tacto y unos zapatos con hebilla para que tus dedos se enreden al quitarlos. Quiero un día sin teléfonos ni ordenadores, sin trabajo y sin rutinas. El fuego y la espuma, la nieve y el bosque. Quiero un mundo sin geografía para explorarlo contigo”.

Y ahora que el tiempo cabrón vuelve a demostrar que todo principio tiene su fin, ódiame, por piedad, yo te lo pido.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Palabras: hermosas en sí mismas

Mi cabeza da tantas vueltas que, de ser independiente, y no estar sujeta por mi cuello al resto del cuerpo, bien habría recorrido ocho veces el orbe conocido en tan sólo una semana.

Además de las rutinas diarias, ocupan mis distraídas neuronas diatribas afectivas -como a cada cual-, inquietudes laborales y el futuro de mis palabras. Las que tengo escritas, aquí y en otros tantos sitios. Desordenadas, caóticas; un puñado en una usb, relatos de un folio que duermen en un cajón, guiones que nunca acabo, lo que suelto en este blog... Y hasta un manuscrito que regalé y que quizá nadie leyó.

Y hoy hablaba -intercambiaba palabras vía mail- con alguien y comentábamos lo efímero de las palabras que habitan Internet. Una entrada, dos días a lo sumo. Un minuto en leerla. Medio en olvidarla. ¡Hay que ver!, con lo bonitas que son algunas palabras en sí mismas. Sin más. La palabra en sí, como forma, como contenido, como evocación; significante y significado puestos al servicio de un latido, una pulsión, una pasión, un pensamiento...

Quiero pensar que las palabras en las que ponemos el alma no mueren al ser deglutidas, sino que perviven en los paladares, delicadas como un beso, suaves y evocadoras, aterciopeladas, como hechas de pétalos y vino, de labios.

Y hoy, pensando en las palabras,
a las que no paro de dar vueltas, recupero con el afán de que no muera una pequeña entrada que escribí en este blog el día que supe que, además de con abrazos y con la propia vida, sabía dar amor con la palabra, el verbo. Tan divino.


Cuento de las poesías perdidas
Aquella noche de luna llena, La Bruja de las Palabras se abrió el pecho, arrancó un trozo de su corazón, lo modeló y lo envió al viento en forma de poesía. Luego, mecida por la oscuridad y el silencio, se entregó al sueño. Y a su alma llegaron hadas que le decían que aquellas palabras habían atravesado montañas y sobrevolado ríos hasta clavarse como una daga de plata en el alma del viento. Y que éste, henchido de emoción, las había convertido en eco. Y con él resonarían el resto de sus días, hasta el fin de los tiempos.

El amanecer llevó al Castillo de La Bruja de las Palabras un frío despertar y una realidad de hielo afilado: sus palabras habían caído al abismo del olvido. Presa de la desesperación, se arrancó el corazón que le quedaba, lo hizo pedazos y lo guardó en una caja de oro cuya llave arrojó al foso. Envueltos en lágrimas, sus ojos vieron a la llave hundirse en el lodo y la podredumbre.

La tarde trajo a su desolada ventana aromas del otoño de la mano del murmullo del viento: "No habitan en mí los versos que me regala esa boca", le dijo indolente.

Desposeída de latido, La Bruja vivió en su castillo condenada a la soledad y a un frío que le calaba hasta los huesos. Vestida de negro, en las noches de invierno, mientras escribe poesías que luego arroja el fuego, La Bruja de las Palabras se mira al espejo y se recuerda a sí misma, que aun roto en pedazos y encerrado en una caja, su corazón sigue siendo el más hermoso del mundo.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿De qué tienes miedo? Batiburrillo de tarde de domingo

Esa pregunta era el asunto del mail. No, no me lo enviaba ningún corazón embaucado por mis encantos animándome a cerrar los ojos y caminar cogida de su mano; hace meses que mi buzón no recibe postales de amor. Qué poético. La realidad es mucho más prosaica: hace meses que en la bandeja de entrada ningún mail me regala pasiones. Ay, malditos años estos que nos ha tocado vivir sin sentido del romanticismo ni de la tragedia: el tiempo adornará de blanco nuestras cumbres y al mirar atrás lloraremos por no haber dicho un "te quiero" a tiempo (no os los guardéis. Aunque no sea bien recibido ni oportuno, un "te quiero" es un acto de grandeza; la verbalización del amor). Ay, que me desvío. Vuelvo al asunto (del mail).

El mail en cuestión era una promoción de la FOX animándome a ver la nueva serie "American Horror Story". Y he cumplido. No por la recomendación del mail (acabo de verlo, me llega a una cuenta que apenas abro y el capítulo lo vi ayer), sino por una charla con un ser querido de cuyo nombre ¡vive Dios! me cuesta olvidarme ;)

La serie es un poco más de lo mismo: casa maldita, asesinatos, buhardillas a las que no debes subir, sótanos a los que no hay que bajar, una criada vieja que se las sabe todas y da muy mal rollo, la misma criada pero de joven con una pinta que quita el hipo (cebo sexual para atrapar a los varones si lo de los sustos y la sangre no les engancha del todo) y algún íncubo cachondón que se cuela en el lecho conyugal con, me temo, nefastos y fértiles resultados. Qué hacer con ella: darle una segunda oportunidad. Es decir, ver el capítulo 2. Y si no hay nada que no hayamos visto mil veces, dejarla dormir el sueño de los justos y a otra cosa.

Por ejemplo, "The Walking Dead", altamente recomendable. Apta para estómagos no demasiado frágiles (el mío lo es, pero cuando las cosas son tan de mentira no me causan estupor, sino risa). El tema es que de repente el mundo está plagado de zombis y hay un grupo de seres humanos que conforman una especie de "resistencia", el último bastión de la humanidad (que sepamos, nos movemos por Atlanta, aún no se sabe si el resto del mundo está igual o no). Qué tiene de bueno: sangraza gratuita, de la que no molesta, y ver las reacciones humanas cuando se nos lleva al límite. Qué tiene de malo: casi nada si no le buscas tres pies al gato. Y claro, entre los espíritus de la primera y los zombis de la segunda... doy el salto a "The Vampire Diaries", fantasía adolescente plagada de vampiros guapones, animadoras, brujitas sexys, hombres lobo cachas y, lo último: los híbridos (mezcla de vampiro y hombre lobo) y los vampiros originales. Tal es jaleo, que lo único que acaba importando es la estética (las recreaciones de la guerra de Secesión son extraordinarias, así como el caserón de los vampiros protas, los Salvatore) y un personaje: Damon Salvatore. Y más ahora que no tengo ningún capítulo de "True Blood" que echarme a los lomos. Ay, cómo echo de menos a los vampiros de Bon Temps.

Así las cosas, saturada de irrealidades, opto por el cine, ficción tan real como la vida misma. Mejor dicho, me como un atasco el sábado por la noche para ir al cine (así es Madrid) y elijo la peli donde haya menos gente (jamás salgo del circuito Renoir-Golem, me lo prohíben los pocos principios que me quedan). "Tímidos Anónimos", una ternura francesa donde no hay tíos buenos ni tías buenas, ni gente que salva el mundo ni detiene terroristas ni na de na. Es una historia amable de dos personas que se enamoran y a las que les aterra al mundo. Les paraliza la realidad. Eso les hace refugiarse en una timidez enfermiza (otros se refugian en las drogas, las rutinas, las comodidades y la nada).




Me gusta el cine francés, tan alejado de "Jamesbones" y "Laras Crofts". Me gustan los pequeños héroes diarios aterrados por una realidad que les supera y que al final se atreven a decir "te quiero".

¿De qué tienes miedo? Me preguntaba ese mail promocional. No tengo miedo a los espíritus ni a los vampiros ni a los zombis. Ni siquiera me da miedo este monstruo tan molesto llamado crisis. Tengo miedo a no saber vivir. A dejar pasar el tiempo sin consciencia ni ilusión. A perder la ternura. A quedarme sin sentido el humor.

Me aterra la gente que nunca llora más aún que la que nunca ríe. Me da escalofríos esta tendencia aséptica obcecada en ahogar las emociones. Y sobre todo me da miedo que, cuando el tiempo cubra de nieve las -todavía- castañas cumbres, mire atrás y me venza la pena por no haberme atrevido a decir "te quiero".

Por si acaso, ésta es mi particular manera de decirlo:

lunes, 7 de noviembre de 2011

Sintaxis de las ausencias (o epístola para no ser leída)

"Hay ocasiones en las que el verbo no habita entre nosotros. Con el paso del tiempo he sabido, que vale más una mirada que mil palabras; o dejar que sean otros los que hablen: una canción que no escuchas, un poema que no lees, el cuento que jamás te regalé. Todo lo que quise decirte y jamás te dije.

Canta el poeta que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado, los labios del pecado; y yo añado que hasta el alma sólo llegan las palabras que se ahogan en el silencio, las que mueren en un trago.

El tiempo todo lo puede y yo maldigo las frases hechas y sus tópicos, tan típicos. Quizá sea mejor no decir nada para no enredarnos en una gramática sin concordancias ni complementos (de fría y distante temporada), llena de incorrecciones (sí, también políticas) y faltas (capitales, por supuesto; que para erratas veniales ni tú ni yo gastamos saliva –al hablar, se entiende–).

Ni yo soy un sujeto paciente ni a ti se te dan bien las oraciones pasivas, y mucho menos las subordinadas. ¿Y si dejamos en puntos suspensivos (que tanto te gustan) esta pelea de yuxtapuestas? Poco importa ya la ortografía con la que dibujamos los sentires desde el día –aún cercano– en que escribimos nuestro triste punto final.

Algún punto seguido me dejé despistado en los renglones que ensombrece tu nariz, complemento directo de tu mejor sonrisa. Coma. Y los recuerdo entre admiraciones. No se los regales a los diccionario del olvido".