El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

jueves, 29 de diciembre de 2011

Ya se acaba

Si no fuera por que Robert Redford y Meryl Streep se besaron en una Nochevieja en "Memorias de África", diría que esa fecha tiene poco o nada de festiva. Es un día más con licencia para las borracheras, los ruidos y las fotos patéticas con matasuegras y gorrito. Carne de Facebook.

Así las cosas, voy a celebrar mi particular Fin de Año con vosotros, esquilmados pero selectísimos y exquisitos lectores, maldiciendo libremente a la putísima que parió a 2011 y a toda su estirpe.

Si me pusiera a hacer recuento (no pienso), seguro que saldría por algún sitio que es el año que más noticias negativas ha generado. Y me da igual lo que diga el buenrollista anuncio de Coca-Cola, que está muy bien, sí, muy bonico y emocionante, ahí, trabajándose las ventas de 2012 mientras apela a la bonhomía innata del ser humano. Pero no, la realidad, en cuanto pasa ese anuncio, es otra, y planea sobre nuestras cabezas en forma de nube gris, pesada, plomiza. La realidad de 2011 es esa zorra implacable que ha prohibido a millones de personas tener sueños de futuro, renovar sus esperanzas o mirar hacia adelante con una sonrisa por montera. Y prueba de esta realidad son las cercanas colas del INEM y los cada vez más abundantes y visibles mendigos, por poner un ejemplo próximo, es decir, lo que veo cada día al salir de casa en la placita del Metro de Carabanchel. Sin ir más lejos.

No hablo de Egipto, que me llega al alma, ni de la desangrada Siria, ni del triste Afganistán ni del terrible Irak. Del olvidado Yemen ni de las invisibles mujeres de Somalia. ¿Para qué?

A veces me invade la inexorable tristeza de ser consciente. De qué sirve el lamento. De qué leer un periódico y saber que a las de por sí amputadas mujeres somalíes las violan repetidamente sin que al mundo le importe una mierda.

Nada está al alcance de mi mano. No puedo arreglar nada, ni cambiarlo, ni mejorarlo, ni repararlo. Y sí, están muy bien las charlitas de los tan de moda y snobistas libros de autoayuda, esas afirmaciones que dicen: "Regálale al mundo una sonrisa y él te premiará con otra mayor"... Y tontás así, propias de Coelho y Bucay. Pero ni mi sonrisa cambia nada ni esta queja va a ningún sitio.

No, no soy una aguafiestas. Ni una amargada. Ni una quejica. Y si no es el 31, saldré el 30, o el 3, y celebraré a mi manera, sin matasuegras ni agobios, sin gorritos (ni de coña me pongo yo una mierda de esas de cartón con una gomita al cuello). No celebraré que se acaba 2011, ni que empieza 2012. El tiempo es una convención que sólo sirve para organizar este caos que tenemos por mundo.

Celebraré que existo y que existís. Que escribo y me leéis. Que soy capaz de sentir la tristeza y la alegría, que me arrebato y me enfado; que llega el jueves y me alegro. Celebraré que en 2011 toqué el cielo y el abismo, que me elevé sobre las puntas de mis pies y me hundí en el fango. Que encerré mi corazón en una caja de plata y tiré la llave al foso del olvido –pero de poco sirvió pues ya lo había dado–. Que no sé contener las palabras, las que hieren y las que premian. Ni los besos. El 30, el 2 o el 3 o incluso el 4, saldré y celebraré que existe la Coronita y el tequila, el cine y la música, los vestidos de terciopelo y los tacones, un nuevo disco de Bunbury y las verónicas de Morante.

¿Y a quién dedicarle las últimas líneas de este hecho convencional llamado 2011 (no le demos, siquiera, la categoría de año)?
A los que estuvieron cerca de mí en el abismo y en el paraíso, en el fango y en la cima, en la risa y en el llanto, en las palabras que premian y en las que duelen. Quizá sin ellos, esta alma que pasea solitaria por la desolada y tristona Castilla se olvidaría hasta de andar.



La foto es de "Memorias de África", por alusiones y porque no se me ocurre mejor plan para pasar la Nochevieja. Me refiero a ver la peli, que ya me gustaría a mí estar en África. O, mejor aún, con Robert Redford.

lunes, 19 de diciembre de 2011

A ti, tal día como hoy



La noche se cernía plateada sobre las torres del castillo de la Bruja de las Palabras. El viento era un rumor sordo que torturaba su memoria el calor de días pasados, de alegres lluvias, de la placidez de los prados, de las soleadas laderas... La Bruja, desposeída de latido y condenada al ostracismo y la soledad desde el día en que regaló a un eco mudo su último poema de amor, miró con nostalgia, pero con dureza, al espejo que en otros tiempos le dijera que ella era la más hermosa del mundo.

El reflejo le devolvió una tristeza desconocida para su rostro, enmarcada por la suavidad y la blancura de su piel; sus pálidos hombros envueltos en terciopelo negro. La penumbra, sólo interrumpida por el apacible calor de la chimenea, la entregó de nuevo a la leve caricia de las palabras, su único consuelo; la música y la luz de su castillo.

"A ti, que tanto callas y silencias. A ti, de quien sólo recuerdo sonrisas. A ti, que te cubrí de llanto. Por ti, escribo hoy, que la luna me baña de estremecedora plata. A ti, que abrazaste mi sueño. A ti, que te has marchado. Por ti, por las noches antiguas y la música lejana. Por ti, por cuya risa mil veces me habría arrancado el corazón. A ti, desde la soledad de esta torre que todo lo puebla. Por ti, elevo hoy mi copa. Por ti, para que vivas un millón de amaneceres. Ab imo pectore".

Después de brindar con un silencio oscuro, apuró su copa y la estrelló contra el suelo con la vaga esperanza de que los cristales rasgaran con su filo el camino del adiós, envolviendo la maleza en ríos de sangre. Abatida y ante el temor de que sus palabras fueran de nuevo presas del olvido, arrojó al fuego el papel donde había vuelto a derramar su alma.

El viento, furioso, arrastró el doloroso aullido de un lobo, que allá, a lo lejos, le regalaba su queja y su dolor a la luna.

martes, 13 de diciembre de 2011

Y los sueños...




Llegó un momento en que todas las canciones le recordaban a él. Entonces, en su empeño por olvidarlo, dejó de escuchar música. Su vida empezó a ser más sorda, pero no le importó. "Todo pasa", se decía a sí misma. Y confiaba en que fueran las hojas del calendario las que le devolvieran la paz que tenía en su mente y en su alma antes de que él llegara. Una vez lograda la calma, las canciones volverían a poblar sus días, con naturalidad y sin exabruptos.

Hubo un amanecer en el que el zumo le sabía a él. La acidez de las naranjas le traía los besos olvidados. El amargor del café, las madrugadas en vela; con sus alegrías y sus llantos. Así que, aquella mañana, ella decidió no volver a desayunar. Sí, sus despertares serían más sosos, pero haría ese sacrificio con tal de desterrar para siempre su presencia, convertida ahora en ausencia, de su vida.

Una tarde, al llegar a casa, creyó verlo en la cocina. Pero no era él; era sólo su vacío, el espacio que ya no ocupaba. Furiosa, tapió la puerta y decidió no volver a pisar aquel lugar jamás hasta que la química, una lobotomía o el olvido acabaran con su recuerdo. Lo mismo pasó con el dormitorio. no soportaba su cama, ni su armario. El reflejo en el espejo era sólo una herida abierta que la invitaba a recordar. Así que, su vida quedó relegada al salón y al baño.

Hambrienta, se despertó a media noche en el sofá. Estaba soñando con él; las caricias eran tan vivas que parecía tenerlo al lado. Enfadada con aquella traición del subconsciente, optó por no dormir más. Ni comer. Ni beber. Ni caminar por no hallarlo en cada paso. Le dolía el aire cada vez que respiraba si no tenía su latido. Y su luz empezó a apagarse.

Se moría. Y el despertador, que anunciaba las siete, la salvó. Abrió los ojos asustada y allí estaba él, a su lado, como cada noche desde hacía dos años.

-¡Estás llorando!
-Sí, soñé que me moría.
-No, vaya. Qué sueño tan horrible, ¿por qué, por qué te morías?
-Porque me faltabas.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Decálogo de una buena choni




No, aunque hoy es el día, no voy a decir ni pío de fútbol. Ni media palabra del Barça, que yo sigo al pie de la letra las órdenes de Mou. El silencio será hoy mi aliado.

Pero sí voy a hacer algo que me va a venir mejor que una hora de terapia, y es cargar contra ese grupúsculo que me tiene hasta los cojones y que viene a ser conocido como "las chonis", esas mujeres jóvenes empeñadas en parecer viejas que proliferan en los barrios de cualquier gran ciudad (o pequeña ciudad, se extienden como la peste; y mucho tiene que ver en ello la moda-chuchería, es decir, esos trapos inmundos con los que se envuelven a módicos precios y que les permiten tener, por ejemplo, vaqueros de ocho colores distintos, eso sí, de dos tallas menos cada uno, no vaya a ser que tapen demasiado).

Y me da igual lo que se diga de mí después de este post, lo que se me insulte y los juicios que se hagan, lo voy a hacer y me voy a quedar a gusto porque es que tengo a mi alrededor dos o tres que me tienen hasta la coleta alta (si llevara, como llevan ellas a veces, ay, qué grima). Ay, y eso que hace (a mayor reposo de mi alma) ya unas semanas que no las veo.

1. Una buena choni saluda diciendo "hola, guapa" cuando tú sabes (que pa eso eres más lista y menos hipócrita) que te está diciendo "hola, zorra". La choni, en mitad de la conversación (yo procuro no tenerla, pero es que ella se empeña en contarte dónde la ha llevao a cenar su chico o que ha visto un cuarto de baño precioso que le pega con las cortinas del salón), interrumpe para preguntar qué champú usas o para quitarte un pelito del hombro, como si le importara tu apariencia, mientras piensa: "Pero mira que eres puta".

2. La choni siempre se hace la maruja, aunque no lo sea. Quiero decir: una choni habla de su marido o novio como una madre, te explica cómo le gustan los filetes o hace comentarios como "yo, desde que estoy con éste (que la gente ya no tiene nombre), he engordao cuatro kilos. Claro, el sofá, la mantita"...

3. La choni auténtica jamás lleva el pelo de su color natural, por lo cual, o la ves desnuda o no sabes cómo vino al mundo la muchacha. Y no, no quiero verlas desnudas.

4. Una choni como dios manda lleva pendientes de aro muy grandes y tiene muchos más agujeros que aquellos con los que la naturaleza nos premió. Es decir, los ya sabidos, los dos de las orejas que le abrieron al nacer, cinco más en cada lóbulo (con sus infecciones y chatarras) y alguno en la nariz, ceja, labio o vaya usté a saber dónde. Todos de pésimo gusto y adornados con baratijas.

5. Las chonis al uso no llevan abrigos de paño, plumas largos ni ninguna prenda que baje de la cintura (si es de la parte de arriba) o que suba hasta la cintura (si es de la parte de abajo), por lo que, a pesar de los 2 grados con los que amanece hoy Madrid, esta noche, la choni sale con su ombligazo al aire (mejor si lleva piercing y/o tatuaje) y, como mucho, se pondrá un plumas rosa tipo torerita, canijo y horrible que deje al descubierto aquella parte de la anatomía donde la espalda pierde su casto nombre (en caso de llevar bragas bajas) o bien dos asas inmundas y una tira en el centro que vienen a ser el tanga de sábado que toda choni debe tener.

6. La choni con pareja vive para la pareja. El coche de su pareja es su coche. La música de su pareja es su música. El polígono al que va su pareja es su polígono. El aburrimiento de su pareja es su aburrimiento. Una choni como dios manda le compra un peluche a su chico para el salpicadero y espera ansiosa el polvo del asiento de atrás. La choni que de verdad ama a su "chonero" le regala una joyita de oro de ella que él cuelga de su varonil cuello.

7. La choni soltera espera y busca un príncipe azul, que sea dentista o aparejador; notario no, que son muy aburridos. Que le guste el dance y comer los domingos con sus padres, las películas de "Crepúsculo" y "Aída". Por cierto, si de verdad eres choni, piensas que "Aída" es una gran serie, que Mauricio Colmenero es un cachondo y que el Luisma es un tío bueno, dulce y encantador.

8. La choni habla mucho de sus cosas, de su ginecólogo, su citología, su píldora anticonceptiva, de la depilación inguinal, de su ciclo menstrual... y le encantan las frases del tipo "me ha dicho mi gine, que es también el de mi prima, que me quedo embarazada con mirar un calzoncillo". Luego, tras soltar la soplapollez, enciende otro cigarro con los dedos a rebosar de anillos y echa el humo sintiéndose la más hembra del reino.

9. La choni usa el Facebook para poner chistes malos, colgar vídeos de Pablo Alborán y dejar caer a sus 425 amigos que esa noche va a echar un polvo. Ah, y para poner faltas de ortografía del tamaño las últimas extensiones que se ha colocao en la cabeza, o del recogido de Nochevieja. Porque una choni de verdad ama la Nochevieja de una manera que da espasmos y sudores: va a la pelu, se compra un vestido hortera, unos tacones horribles, una cartera con brillos y ropa interior roja. Es su gran noche. Ésa y la de las fiestas del barrio cuando se enrolló con el Johnny, que jamás lo olvidará, porque, tía, fue superespecial.

10. Una choni pefecta tiene, ha tenido o tendrá un novio con un chándal blanco que camina arrastrando los pies y que en verano lo cambia por bermudas estampadas y camiseta de tirantes. Si la choni es ya el colmo de la modernez y se siente realizada, tiene su propio chándal blanco, que para eso es una tía liberada e independiente que elige libremente el color del tinte del pelo e incluso tiene su propio equipo femenino de algo: mus, julepe, perejila o escondite inglés.

Ay, qué bien me he quedao.
Feliz sábado a todos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Sin táctica ni estrategia

Según un revelador estudio, realizado por reputados especialistas y resumido por Punset, el 90% de las decisiones que marcan nuestra vida (comprar un piso, casarnos, separarnos...) se toman inconscientemente. Según el mismo estudio, el inconsciente juega siempre a nuestro favor, se pone de nuestra parte, y hay que hacer tanto caso a las decisiones que se adoptan por intuición como a las que nos cuestan días de sesudos razonamientos.

Así las cosas, lo mejor es no pensar. Sólo actuar. Reservar la parte de la vida y del cerebro que dedicamos a razonar sólo para labores intelectuales (aunque esto suene pedante), académicas o para el trabajo. Para todo lo demás, dejar que sea nuestro inconsciente, nuestro ímpetu o impulso, el que decida; pues éste (y lo dicen los científicos) no actuará nunca en nuestra contra, aunque en ocasiones pueda parecerlo.

A veces es la razón la que nos condena a situaciones de desolada tristeza, a actitudes cobardes, a liarnos en vendas para heridas inexistentes o a habitar en la fría jaula de la resignación. Sí, la razón, cuando no es utilizada para crear, por ejemplo, "Madame Butterfly" o "El Quijote", sino para masticar los pros y los contras de una situación cotidiana, se convierte en un chicle pegajoso que provoca caries y afea visiblemente las sonrisas.

Pensemos en algo excelso: el amor. El sentimiento más elevado. El más puro. Pues bien, el amor es un reflejo involuntario. El amor, razonado, pierde su gracia y deja de ser tal. Por lo que, concluyendo, todo lo que hagamos por amor ha de dejar la razón a un lado. En el amor no caben razones ni explicaciones; amar es combatir –dijo el poeta–. Combatir contra la propia razón y el sentido común.

Con el paso de los años, por fin he sabido por qué me causaba tanta antipatía pasar en los libros de literatura del Romanticismo a la Ilustración, de Espronceda a Jovellanos. Y es que lo que se escribe, se pinta, se canta o se diseña, cuando es arte del de verdad, no nace de la razón (que sólo participa aportando conocimiento, y no es poco) sino del espíritu, del enthusiasmós griego, del alma misma. Y no me lío más, que me voy por otros cerros.

A estas alturas de nuestra razonada y enciclopédica existencia, los mejores y más intensos sabores –también los amargos– y los más dulces sinsabores nacen directamente del corazón, pasándose la razón por el forro.
Sin táctica ni estrategia, como bien nos explicó Benedetti.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Del tiempo y otras debacles

El tiempo, tal cual lo concebimos, es un cabrón. Viene, pasa, se pira y no avisa. Sin darme cuenta, es domingo por la tarde y de mi pluma (teclado, lo de pluma queda mejor por lo romántico, o lo cursi) no ha salido una línea desde hace días. Digo más, no tengo un mal verso que llevarme a la boca.

Así que trataré de reconciliarme conmigo misma y mi escritura -a la que a veces abandono como el que abandona a un corazón cuando el amor se rompe, o se desgasta, o se acaba, o ya no conviene- recuperando una historia (que yo escribí, y lo explico porque me dicen por ahí que no quedaba claro) del año pasado por estas fechas, cuando el tiempo no era más que la sucesión de horas que faltaban para verlo.

Un año después, creo simplemente que el tiempo es un viejo cabrón que pasa pero que dura siempre.


“Quiero amarte desprovisto de palabras y relojes. Quiero tenerte en silencio en un lugar sin tiempo ni paredes. Sin la urgencia de los besos clandestinos, sin el juicio de los que nos miran con sospecha. Quiero despertar sin prisas en una mañana sin horas. Quiero un sol que no anuncie el día ni tu huida. Quiero un amor sin lunes, un amanecer sin coches ni despertadores. Quiero atravesar contigo el otoño. Quiero a tus manos tanto como a tu alegría. Quiero para los dos el sonido de la lluvia, el humo del café y los cigarrillos, el murmullo de los ríos y las hojas amarillas de los árboles. Las tormentas y el ruido de los trenes. Quiero andar descalza por caminos que nadie haya pisado y encontrarte en ellos, en cada piedra, en cada paso, en cada herida, en cada beso. Quiero el universo que cabe en tu abrazo, no descubrir jamás el misterio que encierra tu mirada. Quiero un leve vestido nuevo para que lo mime tu tacto y unos zapatos con hebilla para que tus dedos se enreden al quitarlos. Quiero un día sin teléfonos ni ordenadores, sin trabajo y sin rutinas. El fuego y la espuma, la nieve y el bosque. Quiero un mundo sin geografía para explorarlo contigo”.

Y ahora que el tiempo cabrón vuelve a demostrar que todo principio tiene su fin, ódiame, por piedad, yo te lo pido.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Palabras: hermosas en sí mismas

Mi cabeza da tantas vueltas que, de ser independiente, y no estar sujeta por mi cuello al resto del cuerpo, bien habría recorrido ocho veces el orbe conocido en tan sólo una semana.

Además de las rutinas diarias, ocupan mis distraídas neuronas diatribas afectivas -como a cada cual-, inquietudes laborales y el futuro de mis palabras. Las que tengo escritas, aquí y en otros tantos sitios. Desordenadas, caóticas; un puñado en una usb, relatos de un folio que duermen en un cajón, guiones que nunca acabo, lo que suelto en este blog... Y hasta un manuscrito que regalé y que quizá nadie leyó.

Y hoy hablaba -intercambiaba palabras vía mail- con alguien y comentábamos lo efímero de las palabras que habitan Internet. Una entrada, dos días a lo sumo. Un minuto en leerla. Medio en olvidarla. ¡Hay que ver!, con lo bonitas que son algunas palabras en sí mismas. Sin más. La palabra en sí, como forma, como contenido, como evocación; significante y significado puestos al servicio de un latido, una pulsión, una pasión, un pensamiento...

Quiero pensar que las palabras en las que ponemos el alma no mueren al ser deglutidas, sino que perviven en los paladares, delicadas como un beso, suaves y evocadoras, aterciopeladas, como hechas de pétalos y vino, de labios.

Y hoy, pensando en las palabras,
a las que no paro de dar vueltas, recupero con el afán de que no muera una pequeña entrada que escribí en este blog el día que supe que, además de con abrazos y con la propia vida, sabía dar amor con la palabra, el verbo. Tan divino.


Cuento de las poesías perdidas
Aquella noche de luna llena, La Bruja de las Palabras se abrió el pecho, arrancó un trozo de su corazón, lo modeló y lo envió al viento en forma de poesía. Luego, mecida por la oscuridad y el silencio, se entregó al sueño. Y a su alma llegaron hadas que le decían que aquellas palabras habían atravesado montañas y sobrevolado ríos hasta clavarse como una daga de plata en el alma del viento. Y que éste, henchido de emoción, las había convertido en eco. Y con él resonarían el resto de sus días, hasta el fin de los tiempos.

El amanecer llevó al Castillo de La Bruja de las Palabras un frío despertar y una realidad de hielo afilado: sus palabras habían caído al abismo del olvido. Presa de la desesperación, se arrancó el corazón que le quedaba, lo hizo pedazos y lo guardó en una caja de oro cuya llave arrojó al foso. Envueltos en lágrimas, sus ojos vieron a la llave hundirse en el lodo y la podredumbre.

La tarde trajo a su desolada ventana aromas del otoño de la mano del murmullo del viento: "No habitan en mí los versos que me regala esa boca", le dijo indolente.

Desposeída de latido, La Bruja vivió en su castillo condenada a la soledad y a un frío que le calaba hasta los huesos. Vestida de negro, en las noches de invierno, mientras escribe poesías que luego arroja el fuego, La Bruja de las Palabras se mira al espejo y se recuerda a sí misma, que aun roto en pedazos y encerrado en una caja, su corazón sigue siendo el más hermoso del mundo.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿De qué tienes miedo? Batiburrillo de tarde de domingo

Esa pregunta era el asunto del mail. No, no me lo enviaba ningún corazón embaucado por mis encantos animándome a cerrar los ojos y caminar cogida de su mano; hace meses que mi buzón no recibe postales de amor. Qué poético. La realidad es mucho más prosaica: hace meses que en la bandeja de entrada ningún mail me regala pasiones. Ay, malditos años estos que nos ha tocado vivir sin sentido del romanticismo ni de la tragedia: el tiempo adornará de blanco nuestras cumbres y al mirar atrás lloraremos por no haber dicho un "te quiero" a tiempo (no os los guardéis. Aunque no sea bien recibido ni oportuno, un "te quiero" es un acto de grandeza; la verbalización del amor). Ay, que me desvío. Vuelvo al asunto (del mail).

El mail en cuestión era una promoción de la FOX animándome a ver la nueva serie "American Horror Story". Y he cumplido. No por la recomendación del mail (acabo de verlo, me llega a una cuenta que apenas abro y el capítulo lo vi ayer), sino por una charla con un ser querido de cuyo nombre ¡vive Dios! me cuesta olvidarme ;)

La serie es un poco más de lo mismo: casa maldita, asesinatos, buhardillas a las que no debes subir, sótanos a los que no hay que bajar, una criada vieja que se las sabe todas y da muy mal rollo, la misma criada pero de joven con una pinta que quita el hipo (cebo sexual para atrapar a los varones si lo de los sustos y la sangre no les engancha del todo) y algún íncubo cachondón que se cuela en el lecho conyugal con, me temo, nefastos y fértiles resultados. Qué hacer con ella: darle una segunda oportunidad. Es decir, ver el capítulo 2. Y si no hay nada que no hayamos visto mil veces, dejarla dormir el sueño de los justos y a otra cosa.

Por ejemplo, "The Walking Dead", altamente recomendable. Apta para estómagos no demasiado frágiles (el mío lo es, pero cuando las cosas son tan de mentira no me causan estupor, sino risa). El tema es que de repente el mundo está plagado de zombis y hay un grupo de seres humanos que conforman una especie de "resistencia", el último bastión de la humanidad (que sepamos, nos movemos por Atlanta, aún no se sabe si el resto del mundo está igual o no). Qué tiene de bueno: sangraza gratuita, de la que no molesta, y ver las reacciones humanas cuando se nos lleva al límite. Qué tiene de malo: casi nada si no le buscas tres pies al gato. Y claro, entre los espíritus de la primera y los zombis de la segunda... doy el salto a "The Vampire Diaries", fantasía adolescente plagada de vampiros guapones, animadoras, brujitas sexys, hombres lobo cachas y, lo último: los híbridos (mezcla de vampiro y hombre lobo) y los vampiros originales. Tal es jaleo, que lo único que acaba importando es la estética (las recreaciones de la guerra de Secesión son extraordinarias, así como el caserón de los vampiros protas, los Salvatore) y un personaje: Damon Salvatore. Y más ahora que no tengo ningún capítulo de "True Blood" que echarme a los lomos. Ay, cómo echo de menos a los vampiros de Bon Temps.

Así las cosas, saturada de irrealidades, opto por el cine, ficción tan real como la vida misma. Mejor dicho, me como un atasco el sábado por la noche para ir al cine (así es Madrid) y elijo la peli donde haya menos gente (jamás salgo del circuito Renoir-Golem, me lo prohíben los pocos principios que me quedan). "Tímidos Anónimos", una ternura francesa donde no hay tíos buenos ni tías buenas, ni gente que salva el mundo ni detiene terroristas ni na de na. Es una historia amable de dos personas que se enamoran y a las que les aterra al mundo. Les paraliza la realidad. Eso les hace refugiarse en una timidez enfermiza (otros se refugian en las drogas, las rutinas, las comodidades y la nada).




Me gusta el cine francés, tan alejado de "Jamesbones" y "Laras Crofts". Me gustan los pequeños héroes diarios aterrados por una realidad que les supera y que al final se atreven a decir "te quiero".

¿De qué tienes miedo? Me preguntaba ese mail promocional. No tengo miedo a los espíritus ni a los vampiros ni a los zombis. Ni siquiera me da miedo este monstruo tan molesto llamado crisis. Tengo miedo a no saber vivir. A dejar pasar el tiempo sin consciencia ni ilusión. A perder la ternura. A quedarme sin sentido el humor.

Me aterra la gente que nunca llora más aún que la que nunca ríe. Me da escalofríos esta tendencia aséptica obcecada en ahogar las emociones. Y sobre todo me da miedo que, cuando el tiempo cubra de nieve las -todavía- castañas cumbres, mire atrás y me venza la pena por no haberme atrevido a decir "te quiero".

Por si acaso, ésta es mi particular manera de decirlo:

lunes, 7 de noviembre de 2011

Sintaxis de las ausencias (o epístola para no ser leída)

"Hay ocasiones en las que el verbo no habita entre nosotros. Con el paso del tiempo he sabido, que vale más una mirada que mil palabras; o dejar que sean otros los que hablen: una canción que no escuchas, un poema que no lees, el cuento que jamás te regalé. Todo lo que quise decirte y jamás te dije.

Canta el poeta que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado, los labios del pecado; y yo añado que hasta el alma sólo llegan las palabras que se ahogan en el silencio, las que mueren en un trago.

El tiempo todo lo puede y yo maldigo las frases hechas y sus tópicos, tan típicos. Quizá sea mejor no decir nada para no enredarnos en una gramática sin concordancias ni complementos (de fría y distante temporada), llena de incorrecciones (sí, también políticas) y faltas (capitales, por supuesto; que para erratas veniales ni tú ni yo gastamos saliva –al hablar, se entiende–).

Ni yo soy un sujeto paciente ni a ti se te dan bien las oraciones pasivas, y mucho menos las subordinadas. ¿Y si dejamos en puntos suspensivos (que tanto te gustan) esta pelea de yuxtapuestas? Poco importa ya la ortografía con la que dibujamos los sentires desde el día –aún cercano– en que escribimos nuestro triste punto final.

Algún punto seguido me dejé despistado en los renglones que ensombrece tu nariz, complemento directo de tu mejor sonrisa. Coma. Y los recuerdo entre admiraciones. No se los regales a los diccionario del olvido".



lunes, 31 de octubre de 2011

Día de Difuntos





Las primeras luces del alba llegaban cargadas de frío y pereza. Los olores tempranos traían el cálido rumor de las chimeneas y el pan recién cocido. Los pasos de los más madrugadores –yegüeros, pastores– abrían la puerta al día, perfumado de cierzo.

El monaguillo escuchó atento las órdenes del cura párroco: "Las campanas han de doblar todo el día, hasta el anochecer". El muchacho, algo sobrepasado, era consciente de la grandeza de aquel encargo. Ese día, todos los vecinos del pueblo honraban a sus difuntos. Nadie merecía que sus oraciones no estuvieran acompañadas del insistente y lánguido sonido de las campanas y su música de luto. El crío, que no había cumplido los catorce, pensó en su madre; en sus manos cansadas, en la sombra que era ya su delgado cuerpo, y la imaginó llorando junto a la, aún tierna, tumba de su hermano, muerto dos meses atrás a los 19 años. Germán, que así se llamaba el diligente monaguillo, enjugó sus lágrimas y pensó que nadie merece morir a esa edad, y menos cuando las causas son tan ajenas a su modesto día a día: aparejar las yeguas, llevarlas al agua, limpiar las cuadras, recoger los huevos de las gallinas.

El muchacho se puso el sayo que correspondía a su cargo y subió de dos en dos las escaleras del campanario, consciente de la responsabilidad que tenía. La torre desafiaba orgullosa el horizonte y gobernaba el pueblo altiva. Aquel día, sus dos campanas tenían que sonar insistentemente, acompasadas y tristes. El muchacho cogió una cuerda con cada mano, contempló las calles, el humo de las chimeneas y, sin más compañía que la soledad y el viento helado, se dispuso a adornar con aquella música desolada las penas de sus familiares, amigos y vecinos. Desfile de ropas negras y flores tristes.

El reloj no había dado las doce y Germán se sentía preso del agotamiento. Las campanas eran pesadas, sus brazos frágiles y el desayuno poco más que un minúsculo recuerdo. Las sogas empezaban a herir sus manos, un sudor frío regaba su frente, las piernas le temblaban... y cayó rendido al suelo. Creyó morir: había fracasado y decepcionado a todo el pueblo. Pensó en las viudas, en los huérfanos, en las mujeres que estaban limpiando las tumbas y en el aire mudo, sin aquella música de réquiem que él era el encargado de hacer sonar. Y lloró como el niño que era. Pero en aquel estado de semiinconsciencia algo le sobrecogió: un sonido metálico y abatido que arrastraba siglos de pena y cierto eco de esperanza. Las campanas seguían doblando. Germán no reaccionó. El miedo lo atenazaba. Aterrado, entregado al cansancio y envuelto en lágrimas, quedó atrapado en un profundo sueño.

Cuando despertó, el atardecer abrazaba el pueblo. Y las campanas seguían con su incesante y misterioso sonar. Las nubes rojizas traían a su cabeza la voz de su hermano difunto: "Lorenzo, ¿por qué el cielo está rojo?, le preguntaba él de niño cada tarde, cuando iban juntos a recoger las yeguas. "Porque la Virgen está haciendo pan", le contestaba él. Y Germán sonreía. E imaginaba a aquella hermosa mujer horneando sabrosas delicias entre nubes. Aquella imagen le reconfortaba y reconciliaba con su estómago. Sobrecogido, se levantó, agarró las maromas y tiró con fuerza de cada una de ellas, moviendo aquellas moles de hierro con rabia y un dolor que le encogía el corazón.

La mano del cura sobre su hombro le hizo dar un respingo y salir de aquel estado. "Lo has hecho muy bien, Germán, todo el pueblo está orgulloso de ti", le dijo el anciano. "Ya puedes parar". El muchacho bajó a la sacristía, se quitó el sayo y se arropó con un gabán que había pertenecido a su hermano mayor. Al caminar hacia su casa, exhausto y desconcertado, sintió la tentación de mirar hacia el campanario. Desde la torre, la figura de su hermano muerto le dijo adiós. Luego se perdió para siempre entre el ocaso y la bruma.

1 de noviembre de 1938. Día de Difuntos de cualquier lugar de España.

jueves, 27 de octubre de 2011

In memóriam


Por fin este otoño ha dejado de ser una primavera encaprichada de los atardeceres tempranos: llegó la lluvia, el arrogante porte que regalan las gabardinas, el deseo de compartir el frío y la tibieza de las cafeterías. Al final, el destino me ha respetado y me regala una última semana de octubre de tonos grises y botas altas. Lo contrario me habría resultado exótico. No imagino un 29 de octubre sin hojas en el suelo ni buñuelos en los escaparates. Y de tanto que me gusta el otoño hasta al adoptado Halloween lo quiero como propio, aunque siempre he preferido su correspondiente patrio, el Día de Todos los Santos, aun a sabiendas de que éste es más propicio para el duelo que para el disfraz de vampiresa sexy. Pero siempre he tirado más para el becqueriano Monte de las Ánimas que para las calabazas de maléfica sonrisa; crianzas castellanas, a las que tanto miro en estos días.

Con el paso de los años, he sabido que el otoño en mí es un estado de ánimo, y no necesariamente melancólico. Sólo pronunciado en lo emocional. Faltan dos días para celebrar mis 35 octubres y todo lo que rodea ese día lo vivo como una fiesta, pero no una fiesta de matasuegras y gorrito, ni conga ni borrachera. Una fiesta en sí que me lleva directa a los brazos de mi madre.

Hay quien me tacha de egocéntrica –no digo yo que no– por lo mucho que me gusta mi cumpleaños, y los regalos y los pasteles y las migas que me hace mi padre y un vestido nuevo y las hojas en el suelo y las setas y la lumbre. Y el recuerdo de mi abuela y su forma de hablar, regañar y coser. Su figura de luto subiendo al cementerio cada 1 de noviembre y la certeza con que afirmaba que, desde que murió su hija –un implacable noviembre de posguerra a falta de medicinas en aquella fría y olvidada Sierra de Cuenca–, a la dulce e inexperta edad de nueve años, ella jamás había vuelto a reír con ganas. Y la creo: nunca cubrió su cuerpo otro color que no fuera el negro. Pero no llenó nuestros días de penas; su procesión –tan castellana– latía por dentro. Y cada 29 de octubre bajaba con mi abuelo y su regalo: pañuelos de flores, billetes de mil pesetas. Una taza de chocolate al salir de la escuela. Me pregunto si me gustan tanto las uvas blancas por lo mucho que le gustaban a ella.

En su honor y en el de mis otros tres abuelos, que descansan en el cementerio que ella tanto visitó –y yo con ella; supongo que ahora en estos tiempos de lo políticamente correcto, le habrían quitado la custodia de abuela–, con crisis o sin crisis, a dios pongo por testigo que tengo mucho que celebrar y pienso hacerlo. El 29, en familia, allí, en las frías raíces. El 28, con amigos, en Madrid, donde tengo las alas. Quizá no estén todos los que son, pero sí son todos los que van a estar; incluidos los que viven en el recuerdo y cuyos nombres me hacen camino al andar.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Una de Sexo en NY

Hay quien dice que cuando mejor escribo es cuando he bebido –a ver, un poquito– o cuando no tengo tiempo. Hoy se me juntan las dos cosas y creo que me va a salir un churro, porque no sé ni qué escribir. Eso sí, ya toca: que mi blog empieza a empatizar con Jennifer Ansiton (por lo del abandono). Resulta que me debo a mí misma escribir un sueño; pero no sé por dónde meterle mano: en él se mezclan Kiko Veneno vestido de torero, Japón y un avión que crece. Creo que hoy mi cabeza no da para tanto aunque el cuerpo me lo pide. ¿Que qué hago a las 16.28 con unos vinos en el cuerpo? Estamos de celebración en el curro. Por los años vividos. Y los que quedan (espero).

Ay, mal día para entregarse a los placeres de la uva pisada cuando ha salido publicado que a Amy Winehouse no se la llevó a la tumba la heroína, sino el alcohol. Qué mal rollo, pero es que sus excesos me temo que poco tienen que ver con nuestras pequeñeces: apuesto una copa de Pago de Carraovejas en una noche lluviosa de Soria a que por cada chato –me encanta esa palabra, tan castellana. Mi abuelo decía chato al vaso de vino– que bebemos nosotros, ella se aplicaba cuatro botellas de vodka. Nada que ver con nuestra copita de tinto mientras hacemos el sofrito de las lentejas o vemos Sexo en NY.

Sí, lo reconocí entonces y lo reconozco ahora. Cuando, aplastada de realidad y trabajo llego a mi casa, una copa de vino y un par de capítulos de Sexo en NY me resultan muy reconfortantes. Y no, ninguna de esas zorras implacables me cae bien, pero me divierten. Son una especie de Pajares y Ozores modernos y en tía. Pero hay que agradecerles varias cosas.

1. Carrie Bradshaw es la mujer que nos ha enseñado que el fondo de armario no es una duda entre el papel pintado o el contrachapao de madera.

2. Charlotte York es la ingenua que nos recuerda que el amor es peligroso si puede escaparse de las convenciones. Si se sustenta en ellas, es una puta mierda. La mayoría de las veces, claro.

3. Miranda Hobbes, que no es nada, porque no tiene carisma ni trasfondo, sólo resiste cientos de capítulos para explicarle al gran público que existen las barrreras sociales y que sólo son derribadas por el amor; el que ella siente por Steve, ese camarero encantador que acaba siendo el padre de su hijo.

4. Samantha Jones. Samantha es el Ozores de nuestros días. Un Alfredo Landa a la americana. El Sony Crockett de Miami Vice, pero en mujer y en los noventa. Es una parodia perfecta y patética de todo lo que ha sido el hombre en la ficción hasta que llegó ella. Por eso es el mejor personaje de la serie. A veces da pena, es triste, dramática y terriblemente ridícula. Capaz de tirarse a un tío en la boda de una amiga sólo porque tartamuedea y ella jamás se ha tirado a un tartamudo; es capaz de entregarse con toda la hipocresía que puede a las obras de caridad si el monje que las lleva le da morbo. Y eso escandaliza, en los noventa y en la actualidad. Sí, porque es tan patético como andar por las playas persiguiendo suecas o acostarse hasta con la aspiradora y marcharse sin decir adiós mientras suena una música de saxo y el macho alfa en cuestión pasea al amanecer, exhalando humo bajo las farolas.

Sexo en NY cuenta mierda de pijas que visten de Dior; pero pone de manifiesto unas cuantas verdades. Si hemos sido capaces de mirar con sonrisas complacientes a los machos ibéricos que perseguían biquinis... ¿por qué no sonreír cuando Samantha pide una servilleta para limpiar la silla de un restaurante porque el camarero le parece atractivo?

jueves, 20 de octubre de 2011

Del miedo

Lo único que no me gusta de "Los puentes de Madison" es que ella –Francesca, Meryl Streep–, al final, no se atreva a bajarse del coche y correr a abrazarlo a él –Robert, Clint Eastwood– bajo la lluvia. Por lo demás, me gusta todo, la música, el guión, ella y él; y esa increíble historia de amor.

Siempre que veo "Memorias de África", deseo que ella –Karen, Meryl Streep–, a mitad, venza el miedo a perderlo a él, y así no le obligue a decir lo que él –Denys, Robert Redford–, por ser él, no dice. Quiero que ella comprenda antes de asfixiarlo que las aguas "viven en Mombasa, msabu", y que no hay que pretender embalsarlas –su miedo a estar sola, hace que él sienta miedo a verse privado de su libertad–. Desde luego, siempre que veo esta increíble película, quiero que el final no sea el que es; y que ambos estén siempre juntos y contentos. Queriéndose. Él, cazando. Ella, inventando relatos para él junto a la chimenea. Y los dos escuchando a Mozart. Por lo demás, me gusta todo, la música, el guión, ella y él; y esa increíble historia de amor.

Aborrezco que Ashley Wilkes tenga tanto miedo a querer a Escarlata O'Hara; y ella pavor a dejarse amar por Rett. Por lo demás, de "Lo que el viento se llevó", me gusta todo, la música, el guión, ella y ellos; y esa increíble historia de amor.

Dicho esto de tres de mis películas favoritas, podría concluir que amar es cosa de valientes. Y vivir también. Pero vivir de verdad. Con la vida como pasión, como motivo y como meta en sí misma.


Esta mañana, Juan José Padilla, un torero que no está en mi lista de favoritos, me ha emocionado por su derroche de vida y de valor. Porque vivir, vivir con pasión, no supone no tener miedo; sino saber vencerlo.

Él lo hace muchas tardes: siente el miedo, lo vence y, en el hecho de vencerlo, de tragárselo, gana. A veces con fracaso; otras con triunfo. Pero siempre tiene la gloria de haberlo vencido, como San Jorge al dragón.

Hoy, destrozado, malherido y marcado de por vida, a dios pone por testigo de que volverá a vestirse de luces; y jura que no le guarda rencor al toro, que es su vida misma, su pasión. Porque la vida da cornás, y para recibirlas hay que vivir –es decir, tragarse el miedo, vestirse de luces (con el guapo en to lo alto), echar la pata'lante, y que sea lo que dios quiera–.
Gracias, Padilla porque –corneado, pero jamás derrotado– hoy nos has recordado que vivir sin torear –sin vencer los miedos– no es vivir. Es morir lentamente.

jueves, 13 de octubre de 2011

Que llueva, que llueva

Qué escribir en un otoño que se resiste a serlo. El qué leer lo tengo más fácil: "Antigua Vamurta", gracias a Igor y su esplendorosa primavera creativa, a su abril literario, a su fecunda pluma.

No me gustan los octubres sin lluvia, los abriles sin flores ni los mayos sin toros. No hay verano si no hay viaje; Nochebuena sin familia; ni amor que no entrañe duelo.

Si damos ese puñado de verdades por sentadas, con esas rutinas como fondo de armario, nos ahorraremos algunos desaciertos en nuestros vestidos del día a día. Y yo ya no puedo más con las camisetas y las chanclas. No soporto ni un solo bañador de flores más en la calle, ni un short con los bolsillos colgando porque, además de antiestéticos, son intemporales (a día de hoy, 13 de octubre. Aunque proliferan en las aceras y pasos de cebra, a mayor regocijo del personal de servicios –recordemos que, con la crisis, se acabó la albañilería a pie de acera y con ella su alegre, castizo y no siempre fino piropo–).

Mi salud física y mental acusa este exceso de sol y calor. Qué fue de los paseos bajo la fina lluvia con botas y gabardina; qué de los besos protegidos por los paraguas; qué del reconfortante y fingido abrigo que proporciona el café al atardecer de octubre, cuando los coches agonizan en los atascos y se quejan los corazones rotos de amor; qué de las historias que renacen en un abrazo que huye del frío; qué de la humedad de tu pelo, de tu chaqueta tapando mi espalda, del frío que besabas en mis pies.

Un día alguien me dijo –gracias, Rebeca– que en Madrid, cuando amanece lloviendo, el cielo se torna naranja, confundido y turbado por el agua y las farolas. Echo tanto de menos esa sensación de color mandarina como las palabras y caricias que otros días alimentaran mi corazón. A éstas, sólo me queda añorarlas; recordarlas con sonrisas y teñirlas de poesía.
Y a la lluvia... desearla. Como se desean los besos que no damos.

Porque no hay amor sin deseo; romance sin pesar; Madrid sin otoño... ni vida sin agua.



P.D.: Que por qué esta canción. Fácil: sale el cielo de Madrid, ha llovido, y se dibuja limpio (sí, en Madrid, a veces, también tenemos algo de oxígeno); me gustan los tejados, la sensación de otoño –Coque con su cuello alto, su chaqueta, esa media luz– y porque es ideal para la deseada lluvia y para Madrid, que es mi ciudad y me encanta. Y, por supuesto, la canción me chifla.

jueves, 6 de octubre de 2011

¿Un bombón?

Harta como estaba de contar calorías, un buen día, decidió montar una pastelería y nombrar sus dulces con recuerdos de sus amores. Las napolitanas de chocolate pasaron a llamarse “besos de Miguel”; las palmeras, “los ojos de Luis”. Y así hasta llegar a los bombones, para los que no halló sustantivo posible.

Cada mañana, antes de que el sol desperezara al día, ella elaboraba sus delicias con mimo. Cada amanecer era un ritual de limpieza, apetecibles olores, claras a punto de nieve y música clásica. El barrio entero se despertaba con la dulzura que desprendía su casa, con un apacible rumor callado que inundaba el viento de azúcar y el otoño de cabello de ángel.

Los niños se peleaban por asomarse a la ventana y verla sacar del horno enormes bandejas de "caricias de Juan" (croasanes). Los hombres se peleaban por verla amasar: entre sus dedos, aquella mezcla deforme de harina y manteca se convertía en delicada seda; una caricia deslizándose por sus manos, tan blancas.

Y así pasaban los días, los inviernos y los años. Y ella seguía impregnando las calles de sabor y los estómagos de dulces e intensos recuerdos bañados de vainilla y azúcar glass. Pero sus pequeñas joyas de chocolate seguían sin tener nombre ni sus noches compañero, más allá de los libros de recetas y algunas soledades compartidas con una copa de vino y películas en blanco y negro.

La ciudad aún dormía y la nieve cubría con su manto las chimeneas la mañana de enero en la que supo cómo se llamarían sus bombones. Con la pulcritud y la parsimonia de siempre, peinó sus canas y cubrió su pelo; anudó su blanquísimo delantal a su delicada cintura, ya sin la firmeza de tiempos pasados (ay, de la juventud efímera –pensó–), y al mirarse al espejo supo que el verdadero bombón de su vida había sido ella misma.

Con su imperturbable belleza, ya ajada pero eterna, y su mirada limpia, abrazó satisfecha su taza de café mientras contemplaba caer los copos al otro lado del cristal antes de abrir su pastelería y regalar al barrio entero decenas y decenas de "Adelas", algunas con pistacho, otras con trufa y otras, las mejores, de chocolate puro: como su corazón. Como ella.

viernes, 30 de septiembre de 2011

A los afónicos del mundo...


...acatarrados, cogestionados, mocosos, febriles. A todos los que hoy padecemos las inclemencias de la falta de lluvia y la contaminación en forma de tos, dolor de cabeza y malestar general. Con el deseo y la ilusión de que el agua purifique pronto este ambiente y nos devuelva la tan necesaria salud.


“Cuenta la leyenda que en las noches de otoño ronda por las calles y plazas de Castilla el alma en pena de Lisardo, un mozo que fue muerto en duelo a manos de un despiadado marqués. El noble en cuestión había retado al zagal, pastor de oficio, por ganar el amor de Jimena, una campesina, cristiana vieja para más señas, que presumía, además de la belleza que natura le otorgó, de tener la más linda voz jamás conocida por aquellos lugares.

Esta gracia de la joven era tal, que el marqués, cegado por el deseo, había empezado a desatender su hacienda, su familia y hasta el recuerdo de su apellido, pues antes prefería don Álvaro, que así se llamaba, ver a todo su linaje ardiendo en el infierno y su escudo de armas vendido a un converso que dejar a Jimena en brazos de Lisardo.

El pastor, criado y crecido en las montañas, no conocía más armas que la honda, el cayado y la navaja con la que trabajaba las dulzainas y flautas que acompañaban a la simpar voz de Jimena, quien, amorosa, adornaba los quehaceres del muchacho con hermosas canciones. No dio tiempo a Lisardo a decir amén cuando, una fría mañana de enero, el marqués le arrebató la juventud y la risa.

Cuentan que Jimena, rota al ver la bella estampa de su amado inerte –los dulces rizos ensangrentados sobre la nieve–, destató en su blanco pecho un grito tan helador y doloroso que con él se ahogó el don que la divinidad le había dado, ya que de la boca de Jimena –fresca rosa– no volvió a salir sonido alguno.

Pasado un tiempo, el marqués, al ver que Jimena no recuperaba versos, suspiros, ni tonadas, la llevó a un monasterio de clausura en el que el silencio era la norma capital y el recuerdo de Lisardo el aliento que impulsaba su corazón hasta que éste, cansado y triste, se apagó en una noche de pálida luna llena.

El alma de Jimena sigue presa en la celda del monasterio a la espera de encontrar la voz que la lleve, alzándose en esperanzado y amoroso suspiro, hasta la de Lisardo. Será entonces cuando sus desnudeces se unan en un canto eterno, sin notas ni final, sólo perturbado por el suave mecer de la brisa.

Dicen los viejos que, cuando el cierzo sopla certero y el cielo anuncia frío, el alma de Lisardo deambula por las ciudades castellanas y busca abrigo en los labios de las damas más bellas, robándoles el aliento y la palabra en una búsqueda, desesperada e infructuosa, de la voz de Jimena, con el fin de liberar de su prisión el alma de su amada.

Cuando comprueba que la voz robada no es la de la dulce Jimena, el alma de Lisardo, con un beso fugaz, casi un suspiro, la devuelve a su legítima propietaria, víctima durante unos días de la privación de la palabra, cierta debilidad y algún desmayo.

Solitario y desvalido, el espíritu de Lisardo continúa con su constante y triste deambular, buscando, enamorado y paciente, otros cuellos, otras bocas, otras voces, en los que hallar el eco de la hermosa Jimena".


martes, 20 de septiembre de 2011

Loquillo, en las calles de Madrid

Hoy... he vuelto a beber. No. No es que haya "rebajado" el café ni nada parecido. Y es temprano para darle al tequila. Es el título de una canción de Loquillo que adoro y que no tocó la otra noche en La Elipa, Madrid. Por lo demás, las tocó todas. Todas las buenas. Las inolvidables. Las irrepetibles. Las que han sonado en nuestra adolescencia y la juventud temprana. Y las que aún suenan en nuestro coche y nuestra juventud "algo menos temprana" de camino al curro, entre atascos, desencantos y decepciones varias.

No es feo, pero es fuerte y lo supongo formal. Tiene el aire de alguien a quien le jode la risa zafia, lo vulgar y chabacano. Imperturbable, elegante. Altanero hasta la saciedad. Molesto para algunos e imprescindible para otros, sus palabras y sus canciones son un latigazo contra la grosería y el mal gusto. Masculino, singular y chulo hasta decir basta, no me habría gustado ser el tipo al que le arreó la hostia hace unos meses, pero sí me habría encantado frecuentar los mismos bares, compartir alguna borrachera.

Ver a Loquillo es algo más que ir a un concierto: es un puñado de emociones y palabras que quisimos decir y nunca dijimos escupidas con elegancia por una sonrisa torcida, un tupé impecable.

"Odio a los tíos que cantan con bermudas". Y tanto, Loco. No me extraña. Y es que lo tuyo quita el hipo: a tus 50... ¡y qué bien te quedan los trajes! Fue mi primer mito adolescente y ahora, camino de los 35, esa admiración embelesada sigue latiendo en mí con la misma emoción desbordada con la que lloré al oír que la otra noche cantabas "La mataré", sólo apta para los cuatro románticos que quedamos, los que algún día, incluso no tan lejano, hubiéramos muerto por la risa de alguien.


Loquillo, quizá, no sea el mejor en nada, pero su imagen y su persona trascienden lo musical para ser el sueño de los que jamás nos hemos imaginado organizando una barbacoa en el chalé los domingos, tiñéndonos el pelo de ese rubio infernal que llevan todas, absolutamente todas –salvo las pocas excepciones que confirman la regla–, una vez cumplidos los 38. Es todo un icono para las chicas que jamás nos vestiremos de beis y azul pepero; un ejemplo para los chicos que llevan por lema cierta falta de adaptación y como uniforme la camiseta de Jack Daniels. Y es un ídolo para todos aquellos que de manera premeditada un día decidimos no formar parte de esta masa deforme que es la sociedad actual, fuente de insatisfacciones, espada implacable contra la personalidad y el individualismo.

Y sí, al final todos nosotros hemos pasado por el aro: no tenemos moto, pero sí horarios e hipotecas. Incluso los hay con chalé y barbacoa los domingos. Pero de vez en cuando, nos ponemos un disco de Loquillo, llamamos a una gran amiga de entonces –cuántas horas y cuántas risas, cuánta cerveza y cuánto Carabanchel– que también lo sigue siendo ahora (gracias, Aran) y nos vamos a ver al Loco y a remover recuerdos, de entonces y de ahora. A repasar alegrías y besos. A ser conscientes de que hay músicas, y gentes, que nos acompañarán siempre y por cuya risa, todavía hoy, y quizá con más motivo que entonces, estamos dispuestos a jurar amor... y, qué coño, a morir si hiciera falta.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Cuento de las poesías perdidas


Aquella noche de luna llena, La Bruja de las Palabras se abrió el pecho, arrancó un trozo de su corazón, lo modeló y lo envió al viento en forma de poesía. Luego, mecida por la oscuridad y el silencio, se entregó al sueño. Y a su alma llegaron hadas que le decían que aquellas palabras habían atravesado montañas y sobrevolado ríos hasta clavarse como una daga de plata en el alma del viento. Y que éste, henchido de emoción, las había convertido en eco. Y con él resonarían el resto de sus días, hasta el fin de los tiempos.

El amanecer llevó al Castillo de La Bruja de las Palabras un frío despertar y una realidad de hielo afilado: sus palabras habían caído al abismo del olvido. Presa de la desesperación, se arrancó el corazón que le quedaba, lo hizo pedazos y lo guardó en una caja de oro cuya llave arrojó al foso. Envueltos en lágrimas, sus ojos vieron a la llave hundirse en el lodo y la podredumbre.

La tarde trajo a su desolada ventana aromas del otoño de la mano del murmullo del viento: "No habitan en mí los versos que me regala esa boca", le dijo indolente.

Desposeída de latido, La Bruja vivió en su castillo condenada a la soledad y a un frío que le calaba hasta los huesos. Vestida de negro, en las noches de invierno, mientras escribe poesías que luego arroja el fuego, La Bruja de las Palabras se mira al espejo y se recuerda a sí misma, que aun roto en pedazos y encerrado en una caja, su corazón sigue siendo el más hermoso del mundo.

martes, 13 de septiembre de 2011

Mientras el mundo gira...

Alguien resumió alguna vez lo que significa la ausencia. Y lo hizo en términos matemáticos. Era algo así, y cito de memoria, como: "Matemáticas de la ausencia: a dos le quitas uno y te queda medio". Eso es más o menos lo que significa echarse de menos, sin dramatismos ni coplas, sin palabras grandilocuentes o patéticas. Y no es que yo hable de mí misma ni de mi ausencia en esos términos (tengo ego pero no tanto), es que este mes y pico le ha dado a mi pobre cabeza y a mi maltrecho corazón para definir algunos términos que incluyen el hecho del amor como un reflejo involuntario. Claro, que mucho mejor lo definió Shakespeare: no es amor el amor que cambia cuando una alteración encuentra.

Salvada esta entradilla emocional, me paso a los consejos prácticos: no os gastéis siete euros en ver "La piel que habito". Si os los gastáis en vino, os vais a reír más. No me ha gustado nada. Y mira que hay películas de Pedrooooooo que me encantan –"Volver", "Qué he hecho yo para merecer esto", "Mujeres al borde de un ataque de nervios"...–, pero ésta da un bajonazo... Para empezar, es totalmente previsible, aunque Almodóvar se enreda innecesariamente en la narración y los tiempos. No os la voy a destripar, pero sí os diré en una frase para que os hagáis a la idea de lo que va el tema: "Historia sádica y cruel de un resentido que juega a ser Dios". Elena Anaya, monísima e inexpresiva. Marisa Paredes, de diva venida a menos con menos credibilidad que los anuncios de los bancos. Banderas... en fin. Quizá el mejor, pero nunca ha sido un buen actor. Eso sí, ¡guapísimo! Y nada más. Bueno, sí, mucho más, pero no os lo voy a contar. Ah, verosimilitud cero.

Por lo demás, me reservo espacio en mi blog, que es más vuestro, para futuras palabras relativas a Estambul y a las series que vuelven, "Crónicas Vampíricas", "Hijos de la anarquía"... Para Mou y las almas merengues. Para el otoño y sus pesares, su abatido asfalto, sus colecciones llenas de soledades, sus fascículos en oferta. Y por el precio de una primera entrega... alguna fumada mental para los corazones abandonados a su suerte. Para ellos, la primera canción de esta nueva etapa.

sábado, 20 de agosto de 2011

Cerrado por derribo...

...Por falta de ideas y por vacaciones. Que los aires de agosto os sean propicios y a mí me renueve la luna de Estambul antes de que sienta la tentación de adornar las soledades de septiembre con colecciones de quiosco y/o curso de cerámica. Mil gracias por la atención. Nos vemos/leemos en otoño si mi pobre imaginación me respeta y el corazón tiene ganas.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Reflexiones triviales de una autobiografía sin escribir


No, ni estoy nostálgica ni añorando el pasado. O al menos no un pasado tan lejano. Con los años, estoy cada día más convencida: ésta es mi mejor foto. Y no, no estoy en plan abuela cebolleta. Corría el año 1980 y mi cara de felicidad se debe a que mi máxima preocupación era pintarme las uñas con el lápiz en el cole (preocupación que satisfacía a diario) y merendar Nocilla (cosa que pasaba los viernes aunque esos mofletes a punto de reventar indiquen que me comía los botes a cucharadas y a diario).

En estos 30 años he perdido coloretes (tiro más bien a pálida), inocencia, timidez y esa cara de alegría permanente, tranquila y plácida. La alegría del día a día que se vive sin ser consciente de que está ahí.

Entonces no sabía lo que era querer porque uno, cuando es niño, quiere por instinto. Sin razonar el amor que da ni el que recibe. Sin plantearse si hace bien o mal al querer, si debe o no debe. Sólo quiere y abraza y juega y se cae al suelo y busca los brazos que lo cuidan y protegen.

Treinta años después, he sabido que ésa es la única forma de querer posible: la que no se piensa. Ése es el querer que da brillo a la mirada e inocencia al corazón. Esa inocencia que te hace grande y generoso porque uno quiere de frente, dando la cara. Amar sin razonar y sin valorar los pros y los contras. El amor más puro es el que no se intelectualiza, sólo se siente. Porque sentir vale la pena, aunque luego se te rompa el alma.

martes, 2 de agosto de 2011

No sé cómo titular esto. Bueno, sí: Fuerza y honor. Es lo que nos salva

A mi amiga Laura le han roto el corazón. La frase "romper el corazón" está más manoseada que la barandilla del metro, pero no se me ocurre otra forma de decirlo. O sí: "la han jodío pa vino", "está en un ay", "le ha dao la bajona por un tío"... Pero esto es más propio de barra de bar que de blog con selectísimos lectores, entre los cuales hay, incluso, elevados creadores de sonetos (toma guiño, Explorador).

El caso es que Laura me llama y, con más mocos que un caracol, me cuenta que estos días están siendo dramáticos para ella, que bla, bla, bla... Y que no sabe qué hacer.

Lo primero que le digo, tirando de sinceridad es: "Chica, yo te aguanto la chapa porque soy una grandísima amiga, pero ni se te ocurra llamar a Elena con esto, que te manda a la mierda. Ni a Eva, que anda follarina perdida este verano con ese chorvo extranjero. Ni siquiera a David, que siempre escucha. La gente no quiere penas, nena, que ya es bastante penoso llegar a fin de mes. Espera un momento, que me estoy abriendo una cerveza. Pues eso, como te iba diciendo, que te entiendo, maja. Pero que no te pongas patética"...

Laura: "Ya, no... si yo, patética. No. Claro. Pero es que... es que no lo entiendo... Sniff, sniff (mocos). Verás, es que, nos queríamos tanto... Que no lo entiendo. Bueno, al menos yo lo quería, y lo quiero".

Yo: "Pues entiéndelo, así es la vida. La gente se quiere, se deja, se junta. Y si lo quieres de verdad acepta su decisión y no pidas más explicaciones. Llora en tu casa, cuando nadie te vea".

Laura: "¡Pero bueno! ¿Cómo que no le pida explicaciones? Alguna tendrá que darme, ¿no? ¿Te parece normal? Sniff, sniff (mocos)".

Yo: "Sí, me parece normal. Y explicaciones, los mayores de edad... tenemos que dar pocas. O ninguna. Sólo al jefe si te has quedao dormido. Y ya es bastante triste. No lo pongas contra las cuerdas, no vayas de pobrecita por la vida y, lo que es mejor y aún más difícil, no te victimices, no le hagas sentir culpable por haber tomado esa decisión y, sobre todo, no intentes retenerlo. ¿Has jugado alguna vez en una piscina con una pelota? Si intentas acercarla remando con las manos, se aleja. Eso pasa también con las personas. No has de obligarlas a estar a tu lado si lo que quieren es alejarse. Sus motivos tendrán. A veces comprensibles. Otras menos. Pero has de dejarlas en paz, aunque el dolor te parta en dos".

Laura: "Aaayyyyy, pero es que no pueeeeeeedoooooo. Sniff, sniff (mocos)".

Yo: "Aunque el dolor te parta en dos y no te dejen dormir los recuerdos. Aunque el amanecer y la música te recuerden a él. Y el atardecer y el silencio. El frío y el calor, la risa y el llanto. Tienes que dejarlo aunque el dolor te parta en dos y no te dejen dormir los recuerdos."...

Laura: "Oye, Luisa, tía, ¿qué coño estás haciendo? Te estás repitiendo. Eso ya me lo habías dicho. Hay que joderse, colega. No me haces ni caso. Sniff, sniff"....

Yo: "Ay, Laura, chica, lo siento. Es que se me ha acabado el repertorio de consejos y me has pillao viendo el capítulo 5 de la cuarta temporada de "True Blood", que sabes que me encanta (atención, spóilers, lo digo por si alguno os interesa la serie. Selecciona el texto oculto para leerlo). Y es que estoy emocionada: Sookie y Eric por fin se enrollan. Que le den al pringado de Bill".

Laura: "¿Por qué me lo has contado? Eres una zorra. Te llamo con mis penas y no sólo pasas de mí sino que me cuentas algo de un capítulo que aún no he visto".

Yo: "Chica, lo siento. No paso de ti, es que... no voy a solucionarte nada. Y pensé que el capítulo ya lo habrías visto. Perdona. Además, no te lo he contado del todo. Verás, es que Eric está"...

Laura: "Que te calles, joder. Y que me digas algo que me consuele. Acabo de romper con el hombre de mi vida".

Yo. "Nena, recuerda estas palabras: fuerza y honor". Y si te aburres... pues ponte True Blood.


miércoles, 27 de julio de 2011

¿Entrada sin título para un día sin sol?


Cuando ella se despertó, supo que la falta de tiempo era una excusa para no enfrentarse a las verdades. Habían dejado de compartir las lluvias y, por añadidura, las cálidas humedades. Y el sudor. Y el dolor de cabeza. "Ataremos bandadas de gorriones a nuestras muñecas, huiremos lejos de aquí, a otro planeta, llévame...".

Zumo + Ibuprofeno: buen día para dejar de fumar. Y de beber. La manida frase "siempre sale el sol", además de una obviedad, es una verdadera putada. "Él decide por fin vomitar las ideas, ella lo sabe y tranquilamente lo espera"...

O esperemos al otoño, cuando la tele se pueble de anuncios de colecciones y el fútbol mitigue soledades y rutinas, o genere otras. Cuando te invite a frío y me ponga la gabardina negra, ésa que me queda tan bien y tanto te gusta. Y las botas altas o los tacones rojos. Y el humo acompañe a las tardes como parte del atrezzo de una película antigua, en blanco y negro. Y escuchemos la música de entonces, tomando un café. Quizá para esos días grises, mientras agoniza septiembre, ya no queden reproches ni enfados callados ni huidas ni excusas. Ni más dolor. Ni miradas ocultas. Quizá para entonces los recuerdos ya no sean lágrimas ni las manos mentiras.

Al salir de la ducha, aquella mañana de julio, supo que nunca había vivido un verano tan desapacible. Y que más bien parecía un largo invierno teñido de sol, de tejados que agonizan, de un viento helado que perturba la piel y la hiere. Y prefirió el invierno y un sueño profundo en una cabaña de madera, con chimenea y nieve. Y un relato inventado a oscuras. Y el tacto caliente. Quizá para entonces, al abrigo de enero, su boca cobarde pronuncie "te quiero. No te vayas nunca, no te vayas lejos".




P.D. o Moraleja: Ella jamás volvió a beber tequila. Le provocaba resaca, incontenibles ataques de sinceridad, despertaba su libido y le recordaba que lo quería demasiado. Y, como todo el mundo sabe, amar perjudica seriamente la salud. Y el Ibuprofeno, el hígado.

martes, 26 de julio de 2011

Letargo chicharrero, Sexo en Nueva York y cañas en Carabanchel

El verano saca lo peor de mí. Estos días no vivo, repto. De la cama a la ducha, de la ducha al coche, del coche al trabajo... Cómo estará mi cuerpo que ni de salir tengo ganas. Es más, mis maneras cada vez me recuerdan más a las del rodríguez al uso, el mítico español que se bebe una cerveza viendo el fútbol y rascándose los güevos. Sólo que yo no me los rasco, no tengo (físicos, mentales dicen quienes me conocen que tengo demasiados. También dicen que soy una mujer fálica, hecho que asumo con naturalidad y sin complejos).

Este verano me he enganchado a Sexo en Nueva York (entono el mea culpa). Me he tirado años y años diciendo que esa serie no me interesaba nada y que era un aquelarre de zorras desesperadas. Y lo mantengo. No me interesa y las protagonistas de la serie son un puñado de zorras desesperadas y necesitadas de macho para sentirse realizadas. A estas alturas de la historia televisiva, todo el mundo sabe de qué va la cosa: cuatro amigas muy pijas que dicen tener treinta y tantos (mentira, las actrices pasan todos de los 40, que no pasa nada... pero, joder, no me vendáis la moto, que reconozco una pata de gallo a los cinco kilómetros) no paran de enrollarse con tíos de todo tipo y condición. Y no, no vengo a dictar moral, ni nada que se le parezca. Sólo digo que la serie es un cúmulo de mentiras y tópicos.

A ver, una pava de treinta y tantos o cuarenta –de profesión liberal y más o menos acomodada, burguesilla– no conoce cada día a un pavo distinto por sexy que sea ella (que no es el caso, las tías de la serie no son precisamente espectaculares), tampoco tiene esa cantidad de ropa de firma ni tanto tiempo libre. Y lo que es más importante: tampoco esa neurosis uterina que hace que el orbe conocido y por conocer gire en torno a sus picores vaginales.

Dicho esto y contando con ello, a falta de Mundial que echarme a los lomos y a la espera de mis vacaciones, no me queda más que entregarme al placer inmediato de la cerveza fría en el sofá mientras veo capítulos y capítulos de estas pájaras haciendo las patéticas. Por el bien de la humanidad, espero que todas las tías que van de "supersinglespostmodernasindependientes" no piensen que Carrie y compañía son un ejemplo de nada (digo esto porque la peña es muuuuuu inocente) y/o que para ser "unachicadehoysuperactual" hay que parecerse un ápice a este puñado de histéricas.

En fin, a ver si tras este desahogo, hoy me desperezo y me bajo a tomar algo con los amigos a sabiendas de lo siguiente: según entras al bar no hay un tío bueno que gana una pasta y está en la barra tomándose un cóctel y esperando a que llegue una mujer como tú (o tú misma) para declararte tus incontenibles ganas de llevarte a su ático. No, tomaré la cerveza en el barrio, donde el Valen o en el Chigar, o en el bar de la oreja, con la gente de siempre, que tiene barriga, granos, patas de gallo e imperfecciones. Pero que son perfectos para echarse unas risas y hacer de la realidad algo realmente bueno.

Y para que os riáis un poco, os doy dos opciones: os unís a las cañas de hoy (nada espectacular, litros de cervezas, cabezas de gambas en el suelo, aceitunas, algo de fritanga) o bien veis este vídeo de Samantha, una de las protagonistas de la serie. Sí, hace gracia. Y a veces es muy incorrecta

viernes, 15 de julio de 2011

Delirios de luna llena

Dejadez, pereza o falta de tiempo. O todo a la vez. De ahí este fingido abandono. Pero llega el viernes (y yo sin un mal beso que llevarme a la boca). ¿Que por qué pongo esa frase y además entre paréntesis? Porque es lo que me ha venido a la cabeza y no pega nada, entonces lo pongo y lo acoto, como el que no quiere la cosa.

No sé muy bien qué contar. ¿True Blood? Eric me lleva de cabeza. Ahora está amnésico y me descojono, un vampiro sin memoria y con esas camisetas... ¡Bendito sea el sentido del humor de Allan Ball! ¿Juego de tronos? Estoy tan obsesionada que no tengo nada que decir. Así que, como no sé qué contar, voy a soltar algo a bocajarro y a darle a la tecla sin pensar. A ver qué pasa.

Anoche, desde mi cama, se veía la luna llena. Y eso me recordó a ti. Tampoco creas que estoy poética; también me recuerda a ti un huevo frito y cada canción, el sonido del despertador y los pelos del lavabo. Las imágenes poéticas las dejaré para días más plácidos. Las realidades matan a las metáforas.

Y no, tampoco es nostalgia de los días en los que el agua se me hacía boca si la tomaba contigo (aunque siempre preferí el tequila, que me suelta más la risa, pero es que no hay frase hecha que me venga al pelo para ponerla patas arriba).

No se asoma a mi ventana la depresión ni la melancolía, sólo la luna llena, la jodía (huy, que rimo sin querer). Y con ella el aullido, histérico y femenino, desde la tripa a la garganta, que busca, inquieto, tu grito de guerra.

Acompañaré esta luna llena con algunas soledades y mis series de cabecera. Qué curioso es el comportamiento humano, a veces tan animal. Siempre, en verano, me invade el espíritu de Doctor en Alaska. Y con él os dejo.

domingo, 3 de julio de 2011

Voy de negro

Voy de negro. Y de negro me verás.
A veces literal (le sienta bien a mi piel tan blanca y a mi corazón tan merengue). Otras, figurado.
Si uno se pusiera a analizar el dolor, acabaría enchufado a la tableta de Valium y a la botella de tequila. Si yo me pusiera a analizar el dolor, pasaría del Valium: me entregaría sólo al tequila. La resaca es incómoda, que no dolorosa, pero ese sabor rompiendo la garganta es mucho más placentero que el hecho de tragar una pastilla, tan aséptico per se. Tan del siglo XX, tan yupi, tan pasado de moda. Si uno se entrega al precipicio, que deje, al menos, algo de poesía. O un regusto en los labios, con sal y limón, por si alguien en el último momento quisiera besarlos.
Si algo puede ir mal, sin duda irá mal. Si hoy el día es gris, mañana será negro. Y no hay tonos intermedios ni marengos ni perlas (y si sale el sol será para Shakira, que además de fea canta mal). Sólo queda, quizá, el refugio de los cálidos tonos rojizos del atardecer, levantarse heroica, a lo Escarlata O'Hara, en un ocaso decadente y envuelto en dificultades.
Y si hace días que no me paso por aquí, no es porque no me acuerde, es porque ni las pobres musas, que en otros días me acompañaron para teclear (que ni siquiera escribir, no pretendo darme títulos que no merezco), se dignan en pisar, con sus leves y níveos pies, mi estancia (que rezuma plásticos, obras, rumanos que se piran cuatro horas, cemento, baldosas y desorden).
No reina la belleza en mi vida en las últimas semanas. "Póngame cuarto y mitad de poesía", le dije al pollero, que me miró extrañado y contestó "señora, el contramuslo está en oferta". "Que no me digas señora, hostias. ¿Has visto mi piel, mi corte de pelo, mi vestido? Métete los contramuslos por el culo, macarra". "Señora, macarra será usted, que contesta de tales maneras...". Y tenía razón el muchacho. Y cuánta.
Pero no la suficiente. A veces me gustaría ser más macarra, liarme a hostias, romper los taburetes de un bar (sobre todo de uno), montar un titi y que sea lo que dios quiera. En fin, aplacaré hoy mi instinto asesino (figurado) yendo a los toros. Ya se sabe: prohíbe, que algo queda.
Y sí, hoy voy de negro. Literal y literal. De ropa y de alma. Voy de negro, por la decepción y la tristeza. Voy de negro, de negro me verás.

jueves, 16 de junio de 2011

Orgullo Pastor. Sierra de Cuenca


A todos los pastores, sobre todo a los de la Sierra de Cuenca. Y más a los que tengo más cerca. Y con mucho cariño y gran amistad, a la memoria de Emiliano Caja.


Porque he sido pastor, sé de dónde suena el viento y qué luna habrá mañana. Mis huesos conocen el frío del invierno. Mi frente, el sudor del verano. Mis pies, el crujir de la nieve. Mi alma, el olor del amanecer, la tibieza de la lluvia de junio. He sido pastor. Lo fui mientras me fue posible. Y porque he sido pastor, sé dónde la hierba ofrece mejor descanso. Sé dónde duermen las águilas, lo que les pasa a los árboles.

Cuando fui pastor le temí al lobo y dormí con mi ganado para protegerlo. Por mis ovejas viví desvelos y duermevelas. Cuando era pastor, nunca imaginé que el lobo venía de día y le trataban de don. Primero, le quitó valor a mi trabajo y fingió protegerlo con subvenciones que venían de un sitio donde no saben que yo, sin mis ovejas, ya no doy vida a las veredas ni cuido de los montes buscándolas al amanecer de agosto, cuando el resto del mundo, incluido el lobo, duerme.

Por ser pastor dejé mi casa y mi tierra. Y con mis ovejas pisé caminos y atravesé pueblos buscando su alimento y mi bien. Hollé La Mancha, Extremadura y Andalucía. Y volví a estas sierras año tras año con la ilusión de la primera vez, a la querencia del verano y de los míos. A los pinos y a las fuentes. Y llené estos montes de balidos. Por ser pastor, renuncié a los domingos, pero ayudé a que nacieran corderos, curé a sus madres y los alimenté los días de hielo y nieve. Cuando fui pastor, acepté las normas y, con ellas, al lobo: cumplí plazos, saneé, vacuné, compré lo que se me pidió, invertí, gasté y fui asumiendo que ser pastor, cada día, era más difícil.

He sido pastor y con mi grito desperté a la mañana. Tengo mi piel surcada de sol y de aire. Sé dónde berrean los ciervos, dónde duerme el jabalí, por dónde se entra a las cuevas. Y sé dónde se ataja un incendio, dónde nacen las fuentes, de qué se quejan las flores, cómo se enseña a un mastín. He sido pastor y en mis soledades comprendí lo que significa la palabra compañero. Y cuando llegó el día ayudé y saboreé la amistad en cada trago de cerveza con los que, como yo, un día fueron pastores. Y juntos supimos que un pastor nunca se entrega al cansancio, a la enfermedad ni al desaliento. No nos acobardó la sequía ni tampoco el impacable invierno. No nos dio pereza madrugar, trabajar y cansarnos.

Fui pastor. Y temí al rayo, tirité de frío y aguanté el calor. Cuidé de mis animales y fui parte de los bosques. Y en mi trajín diario tuve risas y llantos, bonanza y escasez. Pero jamás desánimo. Puse mi destino a merced del cielo y sus inclemencias, hubo años que aposté a una cría. Otros a dos. Me equivoqué, acerté, perdí y otras veces gané. Algunos días, los más grises, incluso me venció el sosiego, el eco de las montañas, el incesante y sordo movimiento de los árboles. Y con todo pude hasta que la zarpa del lobo me alcanzó.

Y ahora que el lobo, que hace años dejó los montes por los despachos, me obligó a dejar de ser pastor y veo estas sierras invadidas de silencios, los caminos sin cencerros, los pueblos sin futuro..., mi alma de pastor, abatida, amenaza con rendirse a la pena, pero me lo impide el orgullo. Mi orgullo pastor.

lunes, 13 de junio de 2011

Primeros delirios del verano al sol de Madrid

Supongo que los amores más bellos son los que llevan escrita su propia tragedia en la piel.
Dicen que los versos más hondos los escribe el desamor.
Que los días más luminosos, al final, se tiñen de melancolía.
Que los enamorados prefieren el ocaso al amanecer, la noche al día. Que las sonrisas no hacen más que esconder dramas, que casi nadie recuerda las películas con final feliz.
¿Acaso es nuestro caminar diario sólo una huida hacia adelante?
¿Es aquello que nos empeñamos en llamar amor sólo una convención para no envejecer solos?
¿Nos mentimos a nosotros mismos cuando juramos "te querré siempre"?
En tardes como ésta, con la sesera derretida por el sol, el alma agotada por el asfalto y la cabeza trajinando entre el recuerdo y el olvido, mi corazón se atreve a prometer y promete que amor es querer sin miedo y sin esperar nada a cambio. Quiero que seas feliz, aunque no sea conmigo.

viernes, 3 de junio de 2011

Canción desesperada

Que levante la mano quien no haya dormido alguna noche en el incómodo colchón del amor no correspondido. Quien no se haya enamorado de la persona equivocada. Quien no haya hecho una llamada a deshora buscando, quizá, un desesperado "te echo de menos", un "te quiero" obligado.

Que tire la primera piedra quien nunca manipuló, mintió y conspiró a cambio de tan sólo una sonrisa.

Que se corte el meñique quien no recurrió a las lágrimas para obtener un beso. Quien no haya dado un paso atrás por miedo. Quien jamás dudó, aquel que siempre lo tuvo claro. Quien no haya dicho "qué estoy haciendo en esta locura, pero me gusta y me quedo". Y las consecuencias... ya las pensaré mañana.

viernes, 27 de mayo de 2011

Ab imo pectore (Desde lo profundo de mi corazón)

Ab imo pectore y cito a César. Y viene a cuento porque de madrugada juré que la próxima vez que tenga tentación de salir un jueves, me obligaré a quedarme leyendo "La guerra de las Galias", en latín, claro, que para eso derrochó el gran César valentía y literatura a partes iguales.

Sin el más mínimo ánimo de imitarlo, pues no ganaré las Galias ni mi nombre pasará a la historia, ni mis palabras serán traducidas y estudiadas a lo largo de los siglos, voy a apuñalar (Et tu, Brute?) la mañana del viernes buscando en mi pobre imaginación y no más boyante verbo, alguna historia que sea del agrado del desocupado lector (huy, que cito a Cervantes).
Venga, vamos. Crucemos el Rubicón.

Madrid, 27 de mayo de 1937

"No hay arrepentimiento ni pesar en mis palabras, ni siquiera es la falta de sueño la que habla, sino más bien la tentación de pelear por alcanzar algún día el feliz estado de "ni siento ni padezco", cosa que esta alma en pena no consigue por más que se lo proponga.

Y es que en mi pecho, como en el del gran y valiente Julio César, late un corazón que se juró un día no darme tregua ni calma.

Quizá es que hallé hace no tanto el gusto por los desvelos: tú, que los pueblas. No hay castigo ni pena si no alcanzo el sueño, sino un –lo supongo perverso– placer en evocarte.

Hay quien afirma que esto no es amor; que es más bien duelo, ya que los gozos propios de los romances requieren un tiempo y un espacio que tú y yo no tenemos. No escuchan mis oídos –Fere libenter homines id quod volunt credunt (La gente casi siempre cree lo que quiere creer)–tales despropósitos, tan carentes del sentido del romanticismo y la valentía.

Y tú, mientras, ni vas ni vienes. Y tus silencios pueblan cada noche mis soledades. Pero casi nada me acobarda –Ignavi coram morte quidem animam trahunt, audaces autem illam non saltem advertunt (Los cobardes agonizan ante la muerte, los valientes ni se enteran de ella)–.

Y, cuando la ausencia pesa, o busca mi rendición, me acomodo en la almohada en busca del sueño porque sé que, en algún lugar, no sé dónde ni de qué manera, hay un latido que nace en tu pecho con la ilusión de arroparme".

Ab imo pectore
Jimena Díez

El día del entierro de Jimena Díez, el 15 de enero de 1997, los periódicos locales se llenaron de esquelas recordando a la vieja profesora de latín. Todo transcurrió como ella había dispuesto. Por eso, su nieta, Jimena Rocha Díez, de 20 años, cuando terminó de leer la última carta que la mujer había escrito a su abuelo, a quien ella no llegó a conocer (jamás regresó del frente, quizá nunca supo que llegó a tener una hija), la devolvió al sobre y la puso, junto al resto, en el ataúd, entre las páginas de "La guerra de las Galias", el libro de cabecera de su abuela.

Allí, en la tierra, las palabras de amor de Jimena mueren lentamente, devoradas por el tiempo y el olvido.


jueves, 26 de mayo de 2011

Extremo y duro. Roberto Iniesta, el genio


El último disco de Extremoduro, como el amor, hay que saborearlo poco a poco, y con gusto. "Material defectuoso" –y sólo lo he oído entero una vez, esta mañana en el coche– sigue la línea de "La ley innata". Seis canciones. Rotundas. Sinceras. Sin medias tintas. Y "La ley innata" seguía la línea de Extremoduro. Imperturbable. Incorregible. Sin fisuras. Evolución sin renuncia. Integridad desde la primera maqueta hasta hoy.

"Material defectuoso" no me ha defraudado. Quizá algo más lento –no lo cuento esto como defecto, sólo describo– que los anteriores, pero limpio, conjugando sonidos. Sincero. Crudo.
Así es el disco, así es el Robe: no quiere entrevistas, ni presentaciones, fotos ni vídeos. Ni gira, al menos de momento. Así que, o pillas el disco o na de na. Y tampoco imagino a muchas emisoras pinchando estas canciones de siete minutos. ¡Ni puta falta!

A día de hoy, esto es lo único que ha salido en los medios de comunicación, y con imágenes pasadas, claro.

Robe sigue igual, con esa voz desgarradita, inconfundible, un tanto viciosa. Yendo de lo sórdido a lo poético en un crujío. Y así, en un primer contacto, creo que el Robe sigue hablando, sobre todo, de amor.

Es un disco dedicado al amor y sus miserias; al amor y sus grandezas. Al amor con sus altos, con sus bajos, con sus desdichas y sus orgasmos. Con su ida y con su vuelta. Al amor salpicado de flores y de mar.

Robe le canta al amor y le canta a la tierra. Tan poeta como siempre, menos adornado que nunca, cada vez más Extremoduro. Más él.

Poco o nada puedo añadir que no diga él. Os invito al primer tema, Desarraigo.Tiene una intro un tanto novedosa para Extremo, pero enseguida llega un punteo que recuerda un poco a "Quemando tus recuerdos", o temas de aquellos tiempos. Y enseguida, el sueño: "Voy rapidito y me he encontrado a una princesa; me he encontrado entre sus labios cuando besan y besan".

Demostrando que no le hace falta nada ni nadie, más que aquellos que quieran oírlo, sin SGAE, sin promociones, sin fotos, sin chorradas, con la irreverencia por bandera y el amor por lema, llega el único músico libre con la energía de siempre y más novedoso que nunca. Renovarse o morir, pero sin perder un ápice de la esencia que nos volvió locos y que hoy sigue alimentando este delirio de rock, poesía, amor y naturaleza.

O como reza la contra del CD:
Al camino recto,
por el más torcido,
vengo derecho
para hablar contigo
de nuestros defectos
constitutivos



martes, 17 de mayo de 2011

Esto es de locos


Juana se vio reflejada en el espejo y sonrió con un gesto congelado. Automático. Acarició su nuca y empezó a peinarse con los dedos, sin mimo, separando el pelo como si fueran hilos. De su boca, antes tan fresca, regalaba su aliento una canción que se perdía desolada y triste.

Miró hacia atrás: no renegaba de ninguno de los caminos que había hollado. Si naciera de nuevo, volvería a amar como había amado. Habría andado por las mismas calles hasta encontrarlo. Habría besado los mismos labios y se habría dado a los mismos brazos, hasta caer rendida a los suyos. Se habría equivocado las mismas veces y hasta hubiera sufrido los mismos daños.

De tener otra vida, no querría vivirla si él no estaba. De tener que sufrir otra muerte, sólo resistiría la propia. Su mente, ahora libre, entregada al delirio y la locura, no tenía fuerzas ni para recordar que Felipe ya no estaba.

18 de mayo de 2011. Diario local y gratuito.
Ciempozuelos. Madrid

Una interna del manicomio de la localidad madrileña de Ciempozuelos aparece ahorcada en su habitación.

Según los responsables de la institución, la joven, de 30 años, que respondía a las iniciales de A. G. L., estaba obsesionada con la historia de Juana la Loca y Felipe el Hermoso.

Los familiares afirman que padecía un trastorno grave de la personalidad desde hacía años, cuando su novio, Rodolfo, y ella, sufrieron un accidente de coche en el que murió él. Incapaz de superar el shock que le produjo esta tragedia, A. G. L. fue derivando hacia conductas irracionales, se obsesionó con la historia de la reina Juana de Castilla, leyó cientos de libros sobre ella e incluso empezó a hablar en castellano antiguo.

Por su bien, fue ingresada en el sanatorio dos años atrás, para recibir las atenciones y el tratamiento necesarios. Al no responder a la medicación, su neurosis y esquizofrenia fueron a más, cayendo en una honda depresión que la llevó al suicidio en la tarde del día 17.

RIP


domingo, 15 de mayo de 2011

Con su permiso, señor Manon


Con su permiso, voy a escribir cuatro cosas con la única intención de mostrar y exhibir la foto que usted hizo ese día, 21 de mayo de 2009, y que me regaló a mí, como se ve aquí claramente.

Porque no sé qué va a pasar hoy ni puedo saberlo. Pero si está Morante... algo pasa, seguro. Y tú lo retratas, eso lo sabe hasta Nicolás, que ya va sabiéndolo todo, por algo tiene en los genes la agudeza de su madre y la inteligencia de su padre. Si además hereda la bondad de los dos... ese niño va a hacer historia.

Porque la vida a veces no es como uno quiere y los días, incluso éste de San Isidro, que tanto me gusta, se pueblan de sombras. Y él, y tú, con tu regalo de esta mañana, os empeñáis en llenarla de luces.

Porque esta foto, tamaño gigante, vigila mis sueños. Tanto es así, que esta noche, soñaba que lloraba, o lloraba mientras dormía y soñaba. No lo sé. Pero soñando, y de eso sí estoy segura, claro, porque ha sido un gran sueño, Morante ponía la mano en mi cabeza y me decía: "No llores más".

Ojalá hoy lloremos en la plaza, como lloró él el 21 de mayo de 2009. Como lloro ahora al acordarme. Y las lágrimas vayan acompañadas de sonrisas y oles. Se merece ese triunfo. Y yo, qué coño, me merezco esa alegría.

Gracias, Manon, porque sin saberlo me has alegrado la mañana. Gracias, Morante, por dejarnos soñar contigo.