El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Y para despedir el año... batiburrillo verbal escrito sin pensar


No me gusta la Nochevieja. Me parece una fiesta muy hortera. En mi familia apenas la celebramos y no salimos. Es más, raro es el año que no me dan las doce del 31 de diciembre con el pijama puesto. Y no, no un pijama sexy ni festivo: siempre estoy en mi pueblo y las inclemencias meteorológicas no perdonan (en la calle la temperatura suele estar bajo cero). Así que, no hay más remedio que recurrir al pijama de felpa, largo y ancho.

No me gusta echar la vista atrás, las listas ni los repasos.
No me gusta tomar las uvas ni suelo dar besos para felicitar el año, salvo a los íntimos, a quienes doy besos con cualquier excusa y les deseo lo mejor todos los días.

Sí es cierto que, aunque esto de los años y el tiempo sea una convención, se acaba un año redondo, que lo ha sido para mal: crisis y más crisis; paro y más paro; congelación sobre la congelación; desastres naturales; las guerras que siguen –Iraq, Afganistán– y las que no salen en la tele –Congo–. Los tanques contra las piedras: Palestina. Y suma y sigue. Y no, no es que sea pesimista, que no lo soy. Pero es que no creo que la Nochevieja sea poner TVE y ver a la pánfila de turno dando las uvas con un vestido escotado y luego presentando un programa de cutres actuaciones musicales. Ah, y antes de cenar, por supuesto, los aburridísimos y falsamente emotivos programas de repaso y de echar la vista atrás. Yo este año propongo no echar la vista atrás, sino dejar de mirar hacia otro lado cuando en el Telediario aparezca la palabra Pakistán, por ejemplo.

Y no, no soy una jodona. Me gusta divertirme, el vino y el champán francés. Y el marisco. Pero, sinceramente, creo que este año hay poco que celebrar –salvo el glorioso Mundial, los besos inesperados–. Y como estoy un poco pitufo gruñón me encantaría lanzar al ciberespacio la siguiente pregunta: ¿por qué esa noche, o la de Nochebuena, en la tele pública –las privadas que hagan lo que quieran– tiene que estar Raphael, Bisbal y Bustamante? ¿Por qué no AC/DC o Alice Cooper? Es que de ver a Anne Igartiburu presentando a Chenoa –o similar– me dan ganas de proponer la abolición de la tele pública. ¡Qué radical me pongo cuando me siento vencida por la gilipollez!

Ah, y de paso decirles a todos los políticos –a los que gobiernan y se oponen y sólo quieren desgobierno y desgracias para gobernar ellos– que cierren la bocaza. A los que mandan y a los que aspiran. Su falta de inteligencia me ofende. Su escasez de ideas me hace mal y se está cargando el invento.

Cascarrabias que es una. Más. Como ex fumadora y fumadora ocasional –sólo si el alma está muy pirata, en un bar que frecuento, los enciendo y los paso, sin tragarme el humo– en noches de cerveza y largas conversaciones, muestro mi más enérgica repulsa a la ley que entra en vigor el día 2. Ah, por cierto, como parece que se acaban los argumentos para defender ciertas posturas, voy a hacer de abogado del diablo, pero sólo en esta ocasión y dejándome llevar del espírtitu navideño que me invade: lo del tabaco lo hacen por nuestra felicidad sexual.

Me explico. Mejor, ejemplifico: grupo de amigos, en la barra. Miradas que se cruzan. Deseo. Nada que hacer, con todo el mundo delante... Cierran el bar: ella vuelve a casa con su amiga. Él se va con el rabo entre las piernas –con perdón–. A partir del día 2: grupo de amigos, en la barra. Miradas que se cruzan. Deseo. Y de repente: "Voy a echarme un cigarro, Elena. ¿Me acompañas?". Y ahí, en plena acera, se enciende el cigarro. La mira. Retira el pitillo de sus labios, con chulería, la agarra de la nuca y le da un beso que bien vale una prohibición. Lo dicho: felicidad sexual y buen 2011 a todos.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Pues eso, felices fiestas (sí, yo también lo digo)

Independientemente de la vida espiritual de cada cual, para mí el día de hoy significa levantarme y tener a mis sobrinos desayunando tarta de queso en pijama en mi casa, que se pase mi tía a tomar café, que ya viene de la pelu y va a recoger el pescao, que llame mi madre diciendo que salen del pueblo a eso de las dos y que mis sobrinos hagan trampas en el amigo invisible. No me importan las luces ni Cortilandia -ayer supe que hay uno en el Hipercor de al lado de mi casa, ni me he enterado- ni la cantidad de gente que hay en el mercao -no pienso pisarlo-. También es Nochebuena desde que vi el anuncio que despedirá el año. Un homenaje del gran héroe del fútbol a los inmensos héroes anónimos que construyen el día a día. ¡Qué lujo!






Y como sois pocos los que me leéis, os dejo el anuncio y este pequeño vídeo de regalo navideño, cicelyano y precioso. Una hermosa postal -qué gran serie-. Tiene sentido, como la Navidad, si le quitamos lo accesorio.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Una de antihéroes (o no tanto)


No es que la opinión de Carlos Boyero sea para mí palabra de Dios, ni mucho menos. Pero con "The Wire" acertó de pleno: "Hay que guardarla con mimo, como las obras completas de Shakespeare y de Stevenson, las mejores películas (casi todas son buenas) de Ford y de Wilder, las canciones de Sinatra, los discos de Coltrane, los recuerdos maravillosos, esas cosas que con un poco de suerte te van a acompañar hasta el último día”.

"The Wire" es una de esas SERIES
que han alcanzado la categoría de obra maestra. De hecho, con "The Wire" sólo puede compararse "Los Soprano" y quizá "Perdidos", por el continente no por el contenido, y, para mí, la inolvidable "The Shield".

"The Wire" es una serie cruda, un trozo de realidad
llevado a la pantalla de casa con gran precisión. Una serie sin ornamentos. Es difícil seguirla, requiere atención, y a veces uno necesita parar –de ahí que el sábado, después de varios meses sin recurrir a ella, decidiera entregarme en cuerpo y alma a la cuarta temporada–. Es una serie con capítulos de una hora que no tienen principio ni final ni nudo ni desenlace. Es vida, historias que van armándose poco a poco. A veces parece que tuviera un ritmo de novela rusa, pero no aburre, es que está hecha con mimo, cocida a fuego lento.

En "The Wire" no hay protagonistas, no hay héroes
. Sólo seres humanos marcados, básicamente, por el color de la piel y el barrio en el que han nacido. Por las circunstancias en las que han crecido. Hay niños que trafican con 12 años, yonkis, madres borrachas adictas al crack cuyo orgullo es que su hijo vaya ascendiendo en la pirámide del tráfico, hay corrupción y trampas políticas, hay escuelas donde los profesores necesitan pistola. Y, sobre todo, no hay héroes.

En "The Wire", lo más parecido a un héroe es Omar Little, un personaje complejo, a la altura quizá de Tony Soprano. Un antihéroe (o no tanto, tiene su corazón y a veces cierto venazo a lo Robin Hood). Un negro solitario y asocial que hace su propia ley. Un homosexual que destila virilidad y chulería (al novio que tiene en esta cuarta temporada le suelta: "¿Cómo vas a andar con lobos por la noche –refiriéndose a sí mismo– si pasas el día con cachorros de mierda?"). Un tipo cruel que jamás haría daño a un inocente. Omar mata sin escrúpulos a camellos y asesinos, venga a su novio, atraca con un escopetón kilométrico y cuida de su abuelita.

Omar es un tipo listo que engaña a los malos más malos y dice frases como ésta: "El dinero no tiene dueño, sólo gente que lo gasta". Dicen de Omar que es el personaje televisivo favorito de Barack Obama. No sé si esto es relevante o no o si Obama ve muchas series como para poder compararlo con grandes como Tony Soprano, Al Sawearengen, Vic Mackey, John Locke... Pero sí que es cierto que es uno de esos personajes que hacen que una serie sea inmensa.

Si empezáis a verla, no perdáis la paciencia
, ya que en la primera temporada Omar tarda en aparecer. Pero aparece, y cómo.
Y deja escenas tan inolvidables como ésta: puro western en las calles del Baltimore más suburbial y peligroso.

lunes, 13 de diciembre de 2010

¡Biutiful!


Javier Bardem es uno de esos artistas que estremecen. Polémicas aparte –puede caerte mejor o peor, a mí no me cae mal, pero tampoco me resulta un tipo agradable y creo que no me gustaría verlo cabreado–, Javier Bardem es un gran actor, el mejor de España y uno de los mejores del mundo. Y quizá con los años se haga en uno de los mejores de todos los tiempos, a la altura de Paul Newman o Robert de Niro (cuando Robert de Niro hacía gran cine) y del mismo Marlon Brando, quizá el más grande de todos y de todos los tiempos.

Javier Bardem es un actor que echa por los suelos eso de que "el físico limita". El físico limita a Elsa Pataky, pero no a un tío que, con aspecto de boxeador (quien diga que Bardem es guapo miente, otra cosa es que resulte atractivo y/o arrollador, pero no guapo) mosqueado, con la nariz torcida y tan ancha, tan grandote... igual hace de yonki que de Ramón Sampedro que de psicópata y, en el caso de "Biutiful", de enfermo terminal de cáncer que vive al límite en la Barcelona más suburbial y sucia. Pobres de los que auguraron para él un futuro plagado de machos ibéricos en serie en filmes de medio pelo, mucho sexo y poco trasfondo.

Destacando sobre todo la inmensa interpretación de Bardem en "Biutiful", la película es una gran película de principio al final. Sorprende la narración –circular, es decir, armoniosa y perfecta en la forma–; la historia –dura, sangrante, desgarradora–; el guión –bien armado, sin adornos ni retóricas, crudo como la realidad que retrata, que es la realidad al fin y al cabo, pero una realidad de la que participan unos cuantos (marginados, drogadictos, prostitutas, olvidados)–; la ambientación –tan lograda que hasta huele–; y hasta ese punto esotérico, que tiene algo que ver –pienso yo– con la tradición del realismo mágico.

No os voy a contar lo que vais a ver en "Biutiful", porque creo que debéis verla, sólo que es una gran película, emocionante y humana. Triste. Conmovedora. A veces muy "indigesta" por su crudeza. Una historia que se aleja de los tópicos y las demagogias –cosa que agradezco. A ver, Fernando León de Aranoa, además de cortarte el pelo y buscarte un trabajo, si quieres hablar de los problemas de la emigración, deja de hacer la mierda de "Amador" y aprende de González Iñárritu–. Dos horas y media de calidad que hacen aún más grande a su director, a su protagonista y al cine en general.

jueves, 9 de diciembre de 2010

De nuevo batiburrillo y otra pasión confesable



En este momento me declaro insuficiente: no doy más de sí, ni para series, ni para cine, ni para trabajos, ni para relatos, ni para cenas-citas-reuniones prenavideñas, portadas y diseños varios, clases, ideas y guiones que no acaban de coger forma. Lejos de deprimirme, el exceso de actividad me hace crecerme, pero también temo que esté abandonando un poco este rincón en la blogosfera que tanto me gusta y tanto me aporta –lo mejor, los lectores, Igor, Explorador, Pilar..., ellos son el verdadero motivo, la razón de ser de esta comunicación que pasaría a ser unilateral si optaran por su silencio o su ausencia–.

Así, entre página y página de esta devastadora jornada labor
al de hoy, pospuente brutal, me escapo a las querencias cibernéticas para asomarme a esta ventana y decir que sigo viva. Que me emocionó Vargas Llosa al recibir el Nobel y que el dopping en los deportistas, incluida Marta Domínguez, me deja sin frío ni calor y no me importa demasiado mientras no sea Casillas –lo siento, si también me preocupara por eso no me daría un respiro–. También que me da mucho repelús el portavoz este de los controladores que va de pijo guapete, que te llevo un finde a Londres y a cenar a un sitio chachi que pa eso soy rubio y controlador y estoy superbueno, o sea, ¿no? Ah, y también que me entretiene más el peor capítulo de "Los Tudor" que la interpretación de los analistas y tertulianos varios sobre las elecciones catalanas, el Wikileaks y demás puntos de la candente actualidad.

Tirando de vaguería y falta de tiempo –maldigo los relojes–, he echado la vista atrás para recuperar una vieja entrada, pero esa carta me la guardaré en mi manguita francesa para el fin de semana y hoy tiraré de regañina contra mi yo cibernético. ¿Cómo es posible, Luisa de mis entretelas, que en más de un año de blog no hayas hablado de uno de tus puntos fuertes (paso de llamarlo debilidad)? ¿Cómo es posible, Luisa, que eligieras ese nombre por uno de sus personajes femeninos y aún no le hayas dedicado una entrada? ¿Cómo te atreves, Luisa, a no haber confesado que sus novelas te encantan y que ahora que ya no las escribe las echas de menos? ¿Que la culpa te atenaza cuando piensas que llevas tanto sin leerlo? ¿Por qué jamás has hablado de Javier Marías?

La verdad, no lo sé. Supongo que me da respeto.
Me gusta tanto cómo escribe, lo que piensa y escribe sobre el propio acto de escribir y contar, que temo meter la pata cada vez que lo nombro. “No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido”. Así empieza una de mis novelas favoritas de todos los tiempos, "Tu rostro mañana", y sólo esa frase da para pensar, escribir o callar, a veces lo más prudente, que es lo que yo voy a hacer ahora, pero con otra frase suya: ..."que no hay pena ni lágrimas porque si las hay, no hay silencio o, si no, aparece únicamente más tarde. Mañana en la batalla piensa en mí y caiga tu espada sin filo: desespera y muere".

Siempre evocador, medido, envolvente, profundo... Te quiero, Javierito. Y te debo una (entrada, se entiende).

viernes, 3 de diciembre de 2010

Recuperando historias


Prisas, urgencia, exceso de trabajo, días festivos que han de compensarse currando el doble los previos. En fin, un asquito: eso es diciembre. De hecho, no tengo tiempo de ocuparme de mi blog. Así que voy a hacer un poco de trampa y voy a recuperar un relatillo que subí hace tiempo. ¿Por qué éste y no otro? Porque empieza el puente y mañana vuelvo al sitio al que siempre regreso y del que un día, como Juan, el del relato, también me fui.
Por cierto, dan nieves y no sé poner las cadenas. Espero no quedarme tirada y acabar llamando al pueblo para que baje alguien con un tractor a por mí :)

Ahí va:
Despedidas

Antes de que el tren emprendiera su marcha, miró una vez más por la ventanilla y le dijo adiós con la mano y con una sonrisa fingida, para que no lo viera llorar. Miró su cara tan cercana, tan serena, y notó que un relámpago lo partía por dentro. El reloj de la estación marcaba las siete menos un minuto y el tren soltó una sacudida de ruido metálico, previa al cierre de las puertas. El atardecer se cernía sobre el horizonte y teñía de rojo un puñado de casas grises, desvencijadas; los campos, tan solos; los árboles, tan tristes.

Se esforzaba por contener las lágrimas y combatir el frío que le oprimía el estómago e intentó regalarle el brillo de su mirada, tirarle un beso, la risa, pero estaba ahogado en un llanto callado. Cerró dos segundos los ojos, respirando hondo, como si quisiera llevarse en su pecho los colores del otoño en los que había crecido, el aire que lo había alimentado. Al abrirlos, él seguía en el andén, apretando con sus manos fuertes y nervudas su vieja boina, como si quisiera estrangularla; con su chaqueta de pana negra, su olor a tabaco y tomillo, sus vivaraces ojillos vidriosos, su eterno chaleco gris y su camisa de franela.

Se oyó el silbido que anunciaba la marcha. El tren comenzó a desperezarse con un movimiento violento, pero acompasado y cansado, como si se negase a seguir su camino. Juan no pudo más y extendió sus manos sobre el cristal de la ventanilla, intentando alcanzar a su padre, abrazarlo con la misma fuerza con la que lo abrazó la lúgubre madrugada de agosto en la que su madre se marchó para siempre, consumida y derrotada, fatigada, envuelta en sábanas de hilo blancas.

Hundió su cara entre sus manos y lloró como lloraba de niño, encerrado en su propia contradicción: quería otra vida, pero sabía que al dejar ésta una parte de su alma se apagaba para siempre. Saber que su padre se quedaba solo, entre sus aperos, sus tazas de porcelana, su lumbre al amanecer y sus recuerdos, lo devoraba por dentro, pero no quería vivir allí. Llevaba años odiando ese maldito pueblo sin luces ni futuro. Quería ver otra cosa, conocer otros lugares, otras vidas, salir con una chica...

Apartó su lágrimas a manotazos con el deseo de volver a verlo.
Sacó la cabeza por la vetanilla y lo vio caminar seguro hacia el atardecer, con "Loco", su perro, enredándose entre sus piernas.
"Papá", gritó.

El hombre giró su cabeza y, dueño de la sabiduría que sólo dan los años, apartó su cigarro de entre sus labios y le devolvió una sonrisa tranquilizadora y aprobatoria, enseñando sus grandes y fuertes dientes blancos. "Buen viaje, hijo. Llámame algún día". Y agitó su mano con vigor. Apuró su cigarro mietras veía el tren partir por la inmensidad llana y desolada, haciéndose cada vez más pequeño, más inalcanzable, más rápido... y dejó, entonces sí, que sus lágrimas corrieran libres por su cara sin afeitar, labrada de sol y lluvia, de vida.