El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

viernes, 29 de octubre de 2010

Insoportablemente sentimental. Así me pongo hoy, día 29


Mi abuela Adela siempre olía a limpio y me quería mucho. Cuando era pequeña, bajaba a felicitarme a mi casa, en el pueblo, antes de que yo me fuera al cole. Y me llevaba unas pesetillas y un pañuelo de tela. Aún guardo alguno. Otros fueron víctima de mi torpeza y de las tijeras y terminaron siendo rudimentaria túnica de una Barriguitas sin complejos –siempre quise una Barbie, pero nunca la tuve. Mi infancia son recuerdos de muñecas con zapatos tipo merceditas y algo triponas que, al sentarse, enseñaban unas enormes bragas de algodón–.

Cuando esto suba a la web serán las 00.15 h del 29 de octubre de 2010 (así lo he programado). En ese justo instante, estaré cumpliendo 34 años de vida y, si todo va bien, estaré celebrándolo aquí en Madrid con queridísimos amigos en mi bar de cabecera, al que me unen viejos y nuevos lazos, estrechos afectos, grandes, divertidos y (también) dolorosos recuerdos –"La vida es dolor (también), alteza. El que diga lo contrario miente", dice el dulce Westley en "La princesa prometida"–.

Siempre me ha gustado mi cumpleaños. Debe de ser una cuestión de ego, pero es mi día, y me encanta. En estas fechas, se une mi cumpleaños, la Festividad de Difuntos y Todos los Santos (y ahora el más hollywoodiense y divertido Halloween), y recuerdo, casi de forma involuntaria, a mi abuela Adela. Pero sin dramas ni suspiros. Con alegría. Mi abuela era de otoño y le encantaban las uvas.

Mi abuela Adela nos dejó en invierno, con un frío cruel. Mi abuela era un atardecer con el cielo rojo cayendo sobre el cementerio, camino de las eras. "Abuela, ¿por qué el cielo se pone rojo?". "Porque la Virgen está haciendo pan". Y yo, tan contenta. Y me imaginaba a la Virgen del pueblo, con su mantilla blanca y su vestido bordado en oro, horneando rosquillas. Así es la infancia. Tan presente y tan lejana –30 años han pasado desde esa foto (sí, soy yo) en la que soy sólo mofletes–.

Al verla siempre de luto, con el pelo blanco, de niña pensaba que mi abuela no había tenido infancia. Ni juventud. Que siempre había tenido ese aspecto y esa pena. Mi abuela siempre me decía que cuando muriera, pusiéramos el cuadro de su hija, muerta en la posguerra –es lo que hace la escasez y la ausencia de medicamentos–, junto a su cadáver en el ataúd. Ahora, en estas fechas, mi abuela Adela se envolvía en un mantón negro y bajaba a la Iglesia, que está junto a la casa de mis padres, y luego iba al cementerio, que está junto a su era: según se sube hacia al atardecer.

Y por mi cumpleaños tomábamos milhojas. Y el otoño, al caer tristón sobre la vereda, preludiaba el paso de los rebaños que huían de la inclemencia de la Sierra hacia la cálida Extremadura. El balido, los cencerros, las voces de los pastores, el silbido... eran como una música del frío, de la intemperie. El mastín en el camino. Los caballos.

Me gustan estos días porque huelen a lumbre y a escuela, a castañas y pan. Al pueblo, a mi casa. A mi madre, sobre todo a mi madre. Y no es que me ponga nostálgica, lo justo, supongo. Ya sabemos que vivir de las nostalgias y los recuerdos supone huir de un presente poco satisfactorio. Y no, no es mi caso. Sólo que el día de mi cumple dejo las alas en Madrid y vuelvo a las raíces, a las querencias, a mi pueblín. A comer con mi padre y mi madre. Tengo la necesidad de sentir que en ese momento estoy donde tengo que estar, y no en otro sitio. Ni con otra gente.

Y dicho esto, añado: también me gustan los regalos. Este año me haría feliz esa Barriguitas negra de la foto –la tuve en su día y le corté el pelo a cepillo–, por ejemplo. O dos entradas para ver a Loquillo el día 26. Pero está feo pedir. Así que voy a hacerme yo un regalito ahora mismo. Pocos cantantes y pocas canciones me gustan más que éste cantando ésta.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Damon Salvatore, lo mejor de "Crónicas Vampíricas"


Vale, me rindo. "Crónicas vampíricas" me ha ganado. Y es que a medida que voy avanzando me gusta más. Ay, lo que hace un buen guionista... En resumen, al principio todo parece que no va a pasar de ser una historia de amor adolescente con vampirito amargado. Pero no, la serie está llena de ironía, entre otras virtudes (ojo, hablaré un poco de la serie, hasta el capítulo seis de la primera, puede haber spóilers).

Está bien contada, juega bien con el tiempo, los recuerdos y los sueños. Recrea bien los ambientes y va incorporando personajes que aportan gracia y enriquecen la historia (de hecho, en el sexto capítulo de la primera temporada empieza a formarse una especie de liga antivampiros al más puro estilo de la secta ultra de mi adorada "True Blood").

Pero al tema. Lo mejor de esta serie para mí es el "vampiro malo". Si, otra vez. Y éste es malo, malo (mi Eric es mucho mejor), pero es un personaje muy divertido, lleno de sarcasmo. Un personaje que en medio de la tragedia, que la hay, hace reír, y mucho.

Sirvan para ilustrar lo que cuento un par de ejemplos. El tío es un guaperas (el de la derecha en la foto, Ian Somerhalder, Boone en "Perdidos") y lo sabe y, como no envejece, presume de ello, haciendo chistes del tipo "ninguna chica se resiste a mi encanto, además, conozco algún tema de Miley Cyrus". Y tiene gracia, joer, que un vampiro haga chistecitos con Hannah Montana tiene coña. Y es un vampiro cruel, que mata sin piedad, así que, en uno de los capítulos que he visto hoy, se pega un festín en un cementerio y mata a tres personas. Después llama a su hermanito y éste le pregunta que dónde está: "En el Hilton", responde él. Ah, y cuando Vicky, totalmente colocada, le lloriquea y él le suelta: "Vaya sí, tu vida es patética". Todo esto salpicado de gestitos de indiferencia y frialdad, pero lo mejor que he visto hasta ahora de Damon Salvatore, y llevo seis capítulos de serie, es el bailecito que se ha marcado a ritmo de los Depeche y "escamisao". Pa escojonarse.

Y bien, el patrón se repite (todo está inventado): vampiro bueno y enamorado-vampiro malo que luego no es tal (ya se va descubriendo el lado humano de Damon -cuando va a ver a Helena, mientras ésta duerme, cuando ve la foto de Katherine...-, como descubrimos el de Eric), pero para no aburrir hay que darle matices. Y Damon los tiene, y son muy divertidos. Lo mejor de "Crónicas Vampíricas", sin duda. Uno de esos personajes que, sin ser la serie de las mejores, le dan un gran valor (pasa lo mismo en la segunda de "Prison Break", cuando aparece Alex Mahone).

Os seguiré contando. Mucho se tiene que torcer la cosa para que yo no devore esta serie, como he devorado "Treme", la cual he terminado hoy y a la que dedicaré un post en breve, ya que ahora no viene a cuento extenderse con ella. Pero antes inserto este vídeo de la escena final de la serie. Quizá os anime a verla (me temo que por aquí ha pasado sin mucha pena y menos gloria). No oe preocupéis por posibles spóilers, no se ve nada determinante, pero se intuye lo que subyace por debajo de esa música: un montón de sensaciones y afectos que descubriréis si veis esta estupenda serie de la HBO.

martes, 26 de octubre de 2010

De vampiros y otras movidas otoñales


Ego vero fateor... (Cicerón, Pro Archia). Pero él lo usaba para otra cosa bien distinta. Yo cojo sus palabras para entonar un yo confieso lleno de dulce y culpable satisfacción. Hace unos meses, dije aquí mismo que The Vampire Diaries (Crónicas Vampíricas) no era chupasangre de mi devoción. Pero donde dije digo, digo lo que quiero: ha empezado a gustarme.

Uno de los culpables de que esto sucediera ha sido mi admirado Moltisanti, que me dio diez razones para insistir. Vale, he insistido. Tampoco me ha hecho falta mucho: sólo he visto un capítulo más. Y me ha gustado. Y me ha gustado lo suficiente para decidir que voy a comprarme la primera temporada, que no tardará en caer. Porque es una de esas series bonitas que no quiero ver online.

Vale, es un poco teen, pero no pasa nada.
Está bien hecha y es, sobre todo, muy estética, que es lo que más me llama la atención.
No sé si es que yo ya no tengo capacidad crítica o que estar sin vampiros en serie hasta junio del año que viene (cuando salga la cuarta de True Blood) se me hacía muy cuesta arriba.

Me encantan estos bichos. Y de The Vampire Diaries no puedo decir mucho, porque sólo he visto dos capítulos, pero tiene ingredientes: vampiro malo, vampiro bueno, historia de amor, almas atormentadas, diarios, caserón, cementerio... Es decir, ingredientes sufcicientes para que los amantes del género nos demos por entretenidos mientras dura el capítulo.

Ahora bien, creo que los directores de casting buscan un perfil muy determinado para el vampiro bueno (a ver, ya sabéis que soy de Eric, pero me voy a ceñir a los estereotipos). El vampiro bueno, enamorado y atormentado por el hecho de ser vampiro es un hombre atractivo, de rasgos afilados, mirada penetrante, pelo moreno, cortado un poco "antiguo", así, como con aire romántico. Un poquito duro, pero sin llegar a ser macarra. Sutil, delicado y a la vez fuerte, de los que te salvan si vienen los malos. Visten de oscuro y llevan chupas de cuero, sudaderas con capuchita... Y, claro, tienen la tez blanca y sugerente como un panecillo levemente horneado. Dicho esto, concluyo: Edward Cullen (Robert Pattinson, Crepúsculo), Stefan Salvatore (Paul Wesley, The Vampire Diaries) y Bill Compton (Stephen Moyer, True Blood) guardan un pareceido más que razonable. De todos, me quedo con Bill. Y entre Bill y Eric... pues rojo y en botella, al vikingo, sin duda.

Que cómo lo echo de menos, dios. Nunca pensé que una serie de televisión pudiera influirme tanto y tan para bien o tan para mal (no sé). Ego vero fateor... (again). Es decir, que vuelvo a confesarme: "No me gusta prestar mis series". Nada. No me gusta nada. Las series que compro (que son muchas, a menor gloria de mi discreto presupuesto) las compro porque son importantes para mí. No es una cosa que yo vea y olvide. No. Ni mucho menos. Me gusta tenerlas, volver a ver mis capítulos favoritos, ver las cajas y guardarlas con infinito amor. A día de hoy, sólo las presto sin demasiadas reticencias a mi amigo Manon and Cía. Éste (del que ayer alguien me dijo que es como yo pero en tío) es un tipo muy majo, pero muy peculiar que hoy me ha alegrado la mañana: "Me ha encantado True Blood, y mira que me jode".

Querido Manon, me encanta que te guste porque, aunque no lo creas, me gusta compartir mis gustos. Sobre todo si sirven para que en tu fabuloso hogar, que es también un poco mío (te aguantas), se disfrute viendo a estos vampiros pirados que pueblan las calles de Bon Temps. Además, tienes un privilegio: sois los únicos a quienes les he prestado "True Blood". Digo más: seréis los únicos.

Ay, cómo echo de menos a Eric y Bill,
y hasta a la tonta de Sookie. Para sobrellevar la nostalgia, vuelvo a confesar: voy a celebrar mi cumple, este fin de semana, con mi hermana, mi cuñada y mi sobrina. Hasta ahí todo normal, pero lejos de comprar tartas y engordar, vamos a vestirnos de vampiresas: gasas negras, terciopelos rojos y poco sentido común. Prometo que no habrá fotos.

sábado, 23 de octubre de 2010

Mis tardes con Margueritte


Gracias a las últimas películas de las que he hablado aquí empezaba a sentir complejo de Pitufo Gruñón. Que lo soy, vale, pero también tengo mi lado bueno. Y la peli de hoy me lo ha despertado, y alimentado, y acentuado. Tanto que entre la peli y la luna estoy a punto de echarme a llorar. Más no me vencerás, histeria. 34 años llevo hollando esta tierra con mis ovarios en ristre como para no saber cuando las nostalgias y las penas del día a día se ven pronunciadas por una suerte de fatalidad que tiene un claro origen hormonal. ¿O quizá no? A lo mejor sólo estoy tristona porque tengo motivos para estarlo. Como los tengo para estar contenta. Vale, hoy vencen los primeros. Pero como dice mi adorada Escarlata O'Hara: "Mañana será otro día".


Y ahora al tema. He visto una peli preciosa: "Mis tardes con Margueritte"
("La tête en friche", escrita por Jean-Loup Dabadie y el director del film, Jean Becker, a partir de la novela homónima de Marie-Sabine Roger). Una conmovedora historia de amistad, de palabras, de literatura y de amor. De exclusión y prejuicios. De relación materno-filial, de desamor y frustración. Una historia humana. Bien contada. Bien narrada. Sencilla, sin florituras. Poética, hermosa.

La historia la protagoniza Germain (Gerard Depardieu), un hombre aparentemente embrutecido, prácticamente analfabeto, con una madre borracha que siempre lo despreció y una vida llena de tortura (se cuenta con estupendos flash-backs) y exclusión por su exceso de peso. Un día, en un parque, conoce a Margueritte (Gisèle Casadesus), una anciana encantadora, y su vida cambia. Ella le descubre la literatura, la magia de la palabra y va desenterrando la mente despierta e ingeniosa de este hombre, oculta y escondida por años de maltrato.

De forma paralela, se cuentan las pequeñas (grandes) historias cotidianas de los vecinos y amigos de Germain, su romance con una regordeta y simpaticona conductora de autobuses, la vida de la ancianita en su residencia... pero sobre todo se reflexiona, con mucho sentido del humor y extrema sensibilidad, sobre lo humano: la vejez, el amor, la amistad, el cariño, el rechazo...

Metáforas y versos para narrar un trozo de vida en apenas 90 minutos de metraje, una gran historia, humana, bella y a veces triste, contada sin recrearse en lo sórdido ni en el dolor, llena de esperanza y colores, de flores y de lucidez.
Sencilla, sin pretensiones en la puesta en escena, pero con bellos rincones, cuenta, sobre todo, el viaje interior de un hombre que estaba condenado a ser, desde su nacimiento, una especie de "tonto del pueblo", pero que va mostrando su lucidez, su inteligencia, su chispa..., gracias al acicate que supone en su vida la aparción de esta mujer.

No apta para pesimistas, para aquellos que piensan que todo en el mundo es mezquindad, la peli viene a decir que por mucho malo que haya en nuestra vida, siempre hay alguien que nos ama y a quien amar y que saca lo mejor de nosotros. Y si eso pasa, aunque sea al final del camino, esto de vivir vale la pena.
Y doy fe. A pesar de mi mal día.

martes, 19 de octubre de 2010

Amador=Aburridor


Si no fuera porque a veces tengo medida, le diría a Fernando León de Aranoa aquello de "córtate el pelo y búscate un trabajo". Y a continuación añadiría: "Deja de trincar subvenciones para hacer cutrepelículas con malísimos actores a los que seguramente pagas una mierda. Deja de contar historias con poco cine y mucho documental donde no gastas un euro con ese afán de retratar la realidad. Deja de contar una realidad que no es la que es sino la que tú quieres que sea –o crees que es– desde tu perspectiva progre y totalmente acomodada y burguesa, chaval. Deja de minarnos la puta moral con tus rollos. Deja de decaer: empezaste muy bien con "Familia". Seguiste bien con "Barrio". Te mantuviste con "Los lunes al sol". Y a partir de ahí tu obra es un bajonazo. Lo de "Princesas" fue horroroso: creíste que una chica de extrarradio sólo tiene dos salidas: cajera del Día (con todos mis respetos a las cajeras del Día) o puta (con todos mis respetos a las putas). Y ahora con "Amador" quieres hacernos ver que la gente está tan desesperada que puede ocultar un muerto durante meses en su casa. Pero de qué vas, tío.

Argumento de "Amador" (lo siento por quienes quieran verla): Una emigrante embarazada cuida de un anciano. El anciano muere y ella oculta la noticia para seguir cobrando. Pasan los meses (sí, los meses, con un muerto en la cama). Vuelven los hijos y, lejos de enfadarse, le dicen que siga ocultando al finado para seguir cobrando su pensión unos meses más. Fin.

Mientras tanto, la chica vacía las pastillas que tomaba el abuelete en un tarro, hace un puzzle, coge el autobús para ir a su casa. Coge el autobús para ir a casa de Amador. Pone otra pieza del puzzle. Echa más pastillas a un cuenco y deja a su novio, que es un tío que le pone los cuernos –claro, si eres una desgraciada no te puede faltar de na: poca pasta, malas condiciones y un buen par de cuernos– y vende flores por los bares. En un momento en que, por error, abrí los ojos, escuché que el tipo decía que las flores venían de Colombia. Y pensé: "Hostias, las flores van a tener coca y, como ella le lleva todos los días flores al difunto, la van a trincar y verás qué movida". Pero no. Las flores son flores y la peli es una mierda.

Luego hay un personaje plagiado del mundo Almodóvar (una prostituta ya entrada en años) pero sin la gracia ni la hondura que puede tener cualquier personaje de Almodóvar. ¿Y qué más hay en la peli? Nada más. Bueno, ella, aburrida de hacer puzzles, echar las pastillas del abuelete en un cuenco y coger el autobús, se toma las pastillas y se tumba al lado del muerto (que a estas alturas de la peli tiene que estar en un estado más bien avanzado de descomposición, pero el director, haciendo alarde de su buen gusto, lo ha tapado con una sábana). Pero no sólo no se muere, sino que ni siquiera pierde al bebé.
Ya está. Fin.

Dejo de hablar de esta peli porque me aburro yo sola de recordarla.

jueves, 14 de octubre de 2010

De neurosis y otros líos mentales


No me fío de la gente que no hace las cosas con intensidad. Odio que esté de moda ser un soso, no apasionarse. El otro día, leyendo en el suplemento de El País algunos fragmentos de los escritos de Marilyn –qué pedazo de mujer, qué tristeza la suya– que van a publicar ahora, se decía esto: "La imagen que Marilyn ha dejado de sí misma esconde un alma que pocos sospechaban. De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado". Y no puedo estar más de acuerdo.
No, no os asustéis, no voy a compararme con Marilyn. La salud de mi ego está bien, pero no tanto. Pero si voy a recoger esa afirmación y me la voy a llevar a mis terrenos.

Antes, no hace mucho, me avergonzaba cuando alguien me llamaba obsesiva cuando expresaba mi admiración y amor (sí, le voy a llamar amor. Ya no tengo pudores, y menos ahora que me asomo sin remedio a los 34) por Morante de la Puebla, al que adoro. Sí, ¿y? ¿Dónde está el problema? Sólo su madre es más morantista que yo. ¿Qué pasa? Y nadie sabe el nudo que tengo en el estómago cada vez que voy a verlo torear, aunque luego no haga na, que algo hace siempre –da gloria verlo andar–. No, no estoy obsesionada con Morante. Duermo, vivo, como, sueño, ando y me relaciono con normalidad. Pero Morante me gusta mucho.
Antes, no hace mucho, me jodía que me llamaran loca o friki por ir el mismo día del estreno –o incluso al preestreno– de las pelis de "El señor de los anillos". Por pagar reventa para ver a Springsteen. Por estar seis horas sentada en el suelo esperando ver actuar a Héroes del Silencio en un viaje de ida y vuelta a Valencia cuando la semana anterior los había visto en Sevilla. No, no estoy loca ni soy una friki (o sí, me da igual). Respiro, río y camino con normalidad. Pero "El señor de los anillos", Springsteen y los Héroes del Silencio me gustan mucho.
Antes, no hace tanto, me preocupaba que me llamaran histérica si contaba que me encanta encerrarme sola en casa, cuatro horas, a ver "Lo que el viento se llevó" y llorar a gusto. Y llorar mucho, muchísimo. No, no pasa nada. Voy al cine –mucho–, leo, cocino y paso la aspiradora con normalidad. Pero "Lo que el viento se llevó" es mi película favorita. Y, claro está, me gusta mucho.
Antes, hace sólo unos meses, podía enfadarme que alguien me dijera "adolescente" porque voy a disfrazarme de vampiresa con mi sobrina, mi hermana y mi cuñada para celebrar mi cumple, que coincide con el fin de semana del 1 de noviembre, fecha que me encanta (como todo lo que me gusta).
Me molestaba, incluso, cuando decían "¿es que no tienes nada mejor que hacer?" cuando contaba que había estado siete horas seguidas viendo "True Blood" o "Los Soprano" o "The Shield". No, no tengo nada mejor que hacer porque en ese momento es lo que quiero hacer. No, no soy una adolescente porque ya he vivido el doble que un adolescente, pero me gustaría morirme a los 90 con la misma ilusión que tenía a los 17 o incluso con la mitad de la que tengo hoy. Pero os juro que pelearé por tener, al menos, el doble. Me encantan los vampiros, me vuelve loca "True Blood" y "The Shield" y "Los Soprano". Adoro las series. Estoy currando, se me va la cabeza, y pienso en series. Voy conduciendo y se me ocurren series. Sueño con hacer series. Y creo que la primera va en camino. Pero, a pesar de todo, trabajo, cumplo, me aburro, cobro y pago hipoteca con normalidad. Pero los vampiros y las series me gustan mucho. Y me gustan mucho.
Antes, hace sólo unos días, me provocaba alguna inquietud que me dijeran que busco imposibles, que se me va la olla, que soy una soñadora, que por qué no me echo un novio "normal". Que deje de tontear con lo que no puedo tener. Que me fijara en tal o en cual, que anda coladito, y es tan majo, tan formal... Mataría y moriría por los que amo, que son pocos pero bien elegidos, pero no puedo amar lo que, a priori, no me gusta. Y si no me gusta, no quiero conocerlo más. Lo siento. Pero es que, si alguien me gusta, me gusta mucho (ya lo decía Calamaro: prefiero solamente un beso tuyo, antes que el amor de mil...). Y si me gusta mucho, lo quiero mucho. Porque querer y, sobre todo, sentir... ¡vale la pena!
Y la psicología barata califica de neurosis mi dolencia, tomo nota del diagnóstico y hago una hoguera con las recetas. Si curar mi neurosis significa dejar de sentir (y mucho) prefiero vivir enferma. Y morir sintiendo.
P.D.: Como no sé qué foto poner, pongo una de un personaje que... me gusta mucho.

lunes, 11 de octubre de 2010

"Abel", rollazo de Diego Luna


Si no fuera porque los dos niños son una monada, diría que lo mejor de "Abel" es que dura poco. La razón por la que vi ésta y no "Bright star", que es la que había previsto ver, es porque si veía "Bright star" no me daba a tiempo a pillarme el café en el Starbucks, porque empezaba a las ocho, así que pillé entrada para y cuarto y me metí con medio litro de café americano al cine, que es una de las cosas que más me gusta hacer en el mundo: ver una peli con café del Starbucks, ya que, en ocasiones, lo del café es lo único bueno (vale, sí, es un agua sucia y el Starbucks es una mierda, pero a mí me encanta, sabe a tarde de cine). En resumen, que no me despertaba mucho interés, pero si sólo viera las pelis que me despiertan interés a priori, vería cuatro al año, y eso no puede ser.

A pesar de que el apellido del productor –Malkovich–
puede llamar vuestra atención cinéfila poderosamente, no caigáis en la trampa, por favor. La peli es una chorrada blanda que no se sostiene. La sinopsis viene a ser que un niño, Abel, muy rico, medio autista medio insomne, vuelve con su familia –pobre, claro, si no lloramos menos y eso no puede ser– para ver si puede vivir o no fuera del hospital. El niño asume la personalidad del cabeza de familia y se cree el padre de sus hemanos y el marido de su madre. Cuando el padre regresa, se desata el conflicto. Y es que parece que al niño le dio el desiquilibrio cuando el padre se piró a EE.UU a hacer fortuna y una familia en paralelo. Después de poner a su hermano pequeño (que él lo considera hijo) en peligro, vuelve a ser internado. Fin.

Mientras tanto, es decir, mientras sale y lo internan, vemos la vida de una familia mexicana sin recursos –drama– con un hijo enfermo –más drama–, un padre despreocupado e infiel –más aún– y, como contrapunto, la gracia que hace ver a un niño comportándose como un adulto y hablando como un adulto, que a mí, sinceramente, me hace poca. Aunque es que yo debo de ser muy seria, porque en la sala había público de carcajada fácil, de esos que no sonríen ni ríen levemente, sino de los que sueltan una risa ruidosa y obscena, como si quisieran compartirla y decir: "ya que hemos pagado ocho euros por ver esta mierda, vayámonos a casa diciendo que aunque la peli no cuenta nada, es graciosa, y el niño es una monada".

Personalísima visión del director Diego Luna y bla, bla, bla... dicen las críticas. Y tanto que personalísima. Sólo debe gustarle a él. Y mira que este chico me cae bien, y me parece buen actor (aunque me jodió su comentario antimadridista en la inauguración del Festival de San Sebastián: "este festival es tan perfecto que mañana va a venir aquí el Real Madrid a perder", dijo. Comentario desacertado y fuera de lugar. Y además el Madrid ganó). Pues eso, que tan desacertado como el comentario ha sido el planteamiento de esta peli. Además, estoy un poco cansada de este hiperrealismo doloroso, triste, gris y frío.

Para más inri, ayer, a eso de las seis, que yo llegaba de viaje, con la maleta en el portal, me llama mi amiga María del Mar: "Corre, vente a los Ideal, que está Benicio del Toro". "No puedo, estoy recién llegada, me pillas subiendo la escalera. Si voy, iré más tarde, a eso de las ocho, y a los de Plaza España, como siempre". Y así lo hice. Y yo también me encontré a un famoso: Amenábar. Que sí, que es muy listo y su cine mola un güevo, pero ya está. En cambio, Benicio del Toro es, a mi modo de ver las cosas, objeto de deseo de cualquier mujer heterosexual que se precie. En resumen, que ayer no era mi día. Sólo lo salvó el café. Y a esta entrada lo que la va a salvar es que paso de poner la foto del niño de "Abel", por mono que sea, y voy a poner a Benicio, en honor a María del Mar, que se lo encontró así, de sopetón (mucho mejor que encontrarse un billete de 500), y porque, qué coño, a mí me gusta mucho más.

viernes, 8 de octubre de 2010

A mi adorado don Mario


Cuando lo supe, me alegré. Desde hace años, cada vez que anuncian el Nobel de Literatura, deseaba escuchar dos nombres: Javier Marías o Mario Vargas Llosa. Ambos me encantan, cada uno por una cosa (por varias, más bien). Para mi Javier Marías habrá que esperar –le debo tanto...–. Lo de don Mario ya está hecho. Y me alegro. Como dice un amigo: "Por fin un premio Nobel que conozco". Yo diría también "Por fin un premio Nobel que me pilla cerca". Y tan cerca. Un Nobel a un autor que escribe en español es un Nobel para nuestra literatura, la que se escribe en nuestra lengua, que es mucha y la hay muy buena.


Aún no he leído ni he querido leer nada de todo lo que se está publicando y/o diciendo de Vargas Llosa (luego leeré el periódico), pero estoy casi convencida de que todo lo que se dirá será bueno y habrá quien, habiéndolo puesto verde en otras ocasiones por su pensamiento político, ahora lo alabe. Siempre dije y defendí que no se puede incurrir en la falacia de leer una obra literaria y estar pensando en la biografía del autor. Y esto no se me ha ocurrido a mí, no. La crítica literaria del siglo xx ha definido perfectamente las cuatro falacias en las que caemos los ingenuos lectores cuando nos enfrentamos a la literatura (me refiero al "new criticism", que define la falacia intencional, la afectiva o psicológica, la falacia del mensaje y la biografista –a ésta me refiero ahora–. El "new criticism" desprecia los aspectos biográficos de los autores y su intención, lo que importa es la obra en sí misma). Dicho esto, me parece de una ingenuidad infinita rechazar a priori una obra literaria sólo porque el autor no piense como nosotros (¿y si la obra fuera de un anónimo?). Me parece aberrante y dictatorial porque de eso se desprende que queremos el pensamiento único y despreciamos todo aquello con lo que no estamos de acuerdo. Y cada día soporto menos esa tendencia, creciente y peligrosamente amenazante entre la progresía de suplemento dominical, cultureta y semibohemia. Vargas Llosa es sólo un liberal. ¿Y?

Y un magnífico escritor.
Lo que más me gusta de Vargas Llosa es que uno casi puede tocar lo que está leyendo. Escribe con los sentidos, su literatura se huele y se saborea. Es de un léxico y una sensualidad exuberantes, como si al papel trasladara la apabullante naturaleza hispanoamericana. Uno lee a Vargas Llosa y goza y ama y siente y sufre y suda porque todo lo ve y lo palpa. Porque a don Mario nada se le escapa. Uno lee a Vargas Llosa y respira el aire que hay en sus libros. Uno lee a Vargas Llosa y cree que nadie escribe ni describe mejor que él. Sus palabras son de un lirismo avasallador, llenas de contenido, de sonoridad. De sentido.

"No se imagina lo feliz que me hace leer sus libros". Eso le dije el día que me lo encontré en la cola del cine en Martín de los Heros. Iba con mis hermanas, y a las tres nos encanta. Y no pudimos evitarlo: tuvimos que saludarlo. Y nos quedamos atontolinás, porque, además de todo, es un pedazo de señor. Qué sonrisa. ¡Cómo da la mano!

Podría decir que "La fiesta del chivo" es uno de los mejores libros que he leído. Que me encantan "Los cuadernos de don Rigoberto" y que nadie ha creado un personaje tan perfectamente quijotesco como lo hizo él en "El loco de los balcones". Pero no quiero decir nada más porque quiero acabar la entrada con un parrafito de don Mario, que es mucho más interesante que cualquier cosa que yo pueda contar. Es del libro "Elogio de la madrastra", del capítulo "Venus con amor y música" (y si no lo habéis leído os lo recomiendo con fervor). En él, a través de un cuadro de Tiziano, se describe una fantasía del protagonista del libro, don Rigoberto. Y es de una sutileza que estremece. Extraigo unas frases (el que habla es Amor). Y, lo dicho: no digo más. Que diga él.

"Tú no eres tú sino mi fantasía", dice ella que le susurra cuando la ama. "Hoy no serás Lucrecia sino Venus y hoy pasarás de peruana a italiana y de terrestre a diosa y símbolo".

Tal vez sea así, en las alambicadas quimeras de don Rigoberto. Pero ella sigue siendo real, concreta, viva como una rosa sin arrancar de la rama o una avecilla que canta. ¿No es una mujer hermosa? Sí, hermosísima."

"La palabra que cifra mejor su cuerpo es: turgente. Azuzada por mis salaces ficciones, todo en ella se vuelve curva y prominencia, sinuosa elevación, blandura al temple".

"Pronto se abrirá la puerta y escucharemos el quedo susurro de las pisadas en la alfombra de don Rigoberto. Pronto lo veremos asomarse a la vera de este lecho a comprobar si hemos sido capaces, yo y el profesor, de acercar la rastrera realidad a los oropeles de su fantasía. Oyendo la risa de la señora, viéndola, respirándola, comprenderá que algo de eso ha ocurrido. Hará entonces un casi imperceptible ademán de aprobación, que será para nosotros la orden de partida.

El órgano enmudecerá; con una profunda venia, el profesor hará mutis por el patio de los naranjos y yo saltaré por la ventana y me alejaré volatineando rumbo a la noche fragante del campo.

En la alcoba quedarán ellos dos y el rumor de su tierna contienda".

miércoles, 6 de octubre de 2010

Héroes en serie 1. Michael Scofield


Ya apunté hace unas entradas que una de mis intenciones en este blog, consistente en idas mentales varias, era hacer una serie en la que describiera y/o hablara y/o halagara a los héroes de mis series favoritas. Pues llegada es la hora. Sería larguísimo explicar de nuevo por qué creo que necesitamos héroes. Superhéroes de niños y héroes de mayores: futbolistas, toreros, protagonistas de series... Valor, superación, honor... principios que todos queremos y rara vez alcanzamos. Pero eso es otra cosa.

Para empezar, Michael Scofield. Por proximidad, más que nada. Y es que ayer terminé la tercera temporada de "Prison Break". Y, en contra de las previsiones, me ha encantado. Cuando digo previsiones me refiero a un montón de voces (casi todas autorizadas para mí, con criterio y conocedoras de la buena ficción) que decían que era una mierda. Que, acabada la segunda temporada, la serie no tiene sentido.

Por partes (todo son spóilers hasta el final de la tercera). En la primera temporada, Michael hace que lo encierren en Fox River para ayudar a escapar a su hermano, injustamente condenado a muerte. En la segunda, se pasan la temporada huyendo. Y en la tercera, Michael está en una prisión panameña, donde tiene que ayudar a escapar a un pavo si quiere salvar la vida de su sobrino. Así contado, la serie puede ser una gilipollez. Pero no lo es. Y está muy bien hecha y muy bien pensada. Cuando en la tercera temporada, Michael vuelve a estar preso, sus seguidores (muchos) dijeron que eso ya no tenía sentido. ¿Otra vez escaparse de una cárcel? Es totalmente absurdo. Vale.

Y también es absurdo que los Sons of Anarchy los persiga el FBI, los Mayans, los nazis, la policía local... y nunca les pase nada. También es increíble que el Strike Team de "The Shield" se pase seis temporadas viviendo al límite y salvándose por los pelos. También es increíble que en Bon Temps vivan vampiros, hombres-lobo, cambiantes, hadas y brujas. Todo a la vez. También lo es que haya tantos supervivientes en un accidente de avión y que en la isla haya un oso polar y un búnker supermisterioso y todas las cosas que pasan en "Perdidos". Vengo a decir con esto que, si uno ve una ficción y le gusta, a veces, hay que obviar algunas cuestiones de lógica. Además, la razón de ser del personaje de Michael es ésa: es más listo que los demás, tiene más trucos que McGyver y nada se le resiste.
Esto para defender la serie.

Ahora, vamos a defenderlo a él. Independientemente de las limitaciones del actor (el tal Wentworth Miller no parece que tenga muchos registros), Michael es todo un personaje. No es excesivamente complejo, pero está lleno de recursos y sorpresas y, sobre todo, es un buen tío. Es valiente, honesto y honrado. Es capaz de sacrificarlo todo por su gente y, cuando sonríe (que es poco)... el mundo entero me da igual (el Robe dixit, más o menos). Porque está como un queso. Es bello hasta la extenuación.

Michael es guapo entre los guapos, valiente como ninguno, listo como él solo, ágil como una gacela, honesto, honrado, cariñoso, dulce, tierno, romántico, fraternal... Es decir, un bombón, además de un héroe. Un héroe de los clásicos. Sin fisuras. Tan pocas fisuras, que una desea a veces que sea un poquito más malo. Y es ahí donde nos dejan para dar pie a la cuarta temporada, es decir, cuando Michael parece que se lía la manta a la cabeza y va a darle dos tiros a la persona que mató Sara. Muerta su amada, Michael coge un coche, la pistola y el último recuerdo de la dulce y bella Sara para ir a vengar su muerte. ¿Podrá? El hecho de dejar a Lechero, T-Bag y Bellick salir antes del agujero para que los pillaran fue una guarradilla de buen gusto y propia de un tipo listo como él, y eso puede hacernos pensar que es capaz. Ya veremos, porque pienso ver la cuarta, a pesar de los pesares.
Y ahora viene mi queja. Cortaría la serie en la tercera temporada, habiendo dejado viva a Sara. Y todos tan felices.

Sobre todo porque creo que Michael, en la cuarta, va a morir. Lo estoy temiendo. Y si eso ocurre, no podré perdonárselo a los guionistas, a los que tendré que escribir una carta, o al menos un post, hablándoles de la justicia poética.

P.D.: Incluyo foto de Michael con Sara porque así quería yo que acabara la serie. Modificaría el final de la tercera: todos libres y Sara con él. Ya está. Happy end, que ya han sufrido todos muchísimo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Al padre muerto


He sabido que has muerto. Lo he sabido hoy, por una llamada de teléfono. Y no creas que no lo siento. O que no me duele. Me duele porque te quiero. Lo siento como siento todo lo que pasa en la vida y te marca para siempre. Tú me marcaste, más, incluso, de lo que un padre debe marcar a su hijo. No estoy llorando; no te echaré de menos. Hace tiempo que te fuiste, que nos dejaste a mamá, a mi hermano y a mí. Te marchaste y no nos dijiste ni adiós, pero nos dejaste una vida difícil, llena de deudas de juego y alcohol.

No pienses que no te estoy agradecido, que lo estoy. Gracias a ti he aprendido lo que se espera y no se espera de un hombre de verdad, que es en lo que se supone que me he convertido. Y en parte, gracias a ti, aunque no me hayas visto crecer. Gracias porque eres y representas, aun muerto, todo lo que un padre no puede ser para su hijo. No estuviste cuando me echaron del instituto ni cuando mamá lloraba por las noches. No estuviste cuando me dejó mi primera novia ni cuando hice mi primera mudanza, así que hoy, sinceramente, ya no me importa que te hayas muerto. Lo que me pesa es que, aun así, te quiero.

Te quiero porque tengo tres o cuatro recuerdos tuyos. Eso y un mechero que guardo en un cajón y que, de vez en cuando, relleno. Lo enciendo en mis noches de desvelos. Ilumina mis desvaríos. En mi mente, aún algo infantil –y me temo que por tu culpa así será siempre–, a veces fantaseo con que ese mechero es el pequeño destello de luz que has dejado en mí, miseria comparada con lo que debiste darme. De ti recuerdo una tarde en el parque de atracciones, dos o tres en el fútbol y nada más que no sean gritos o bofetones.

Jamás te perdonaré que deposistaras en mí, cuando sólo tenía quince años, la responsabilidad de ser el cabeza de familia, de cuidar de mamá y de mi hermano. Por cierto, ¿guardas algún recuerdo de él? Me temo que no. Te pasaste toda su infancia en el bar de abajo y te fuiste de casa cuando él sólo tenía once años. Yo entonces también era un crío y no podía, no sabía, hacer lo correcto. Por eso me he equivocado tanto. Y hoy, todavía hoy, ando confundido. Dando tumbos. No sé dónde estoy ni lo que quiero. No sé dónde ir ni encuentro mi sitio. Ando descabezado.

Trabajo y vivo por inercia. Me casé con la mejor esposa que un hombre puede tener –lo mismo que hiciste tú. ¿Ves? En eso nos parecemos– y sé que no es feliz a mi lado. No soy hombre de regalos ni de carantoñas. Soy poco comunicativo y distante. Supongo que es lo que corresponde, dadas las circunstancias en las que me criaste: no te recuerdo dándome un beso. Lo siento, pero es así. A veces, me dan ganas de huir, aunque no sé bien dónde. No me gusta la vida que llevo, no me gusta mi trabajo, no estoy bien en mi casa... pero no voy a hacer lo que tú. Por eso te estoy agradecido y te quiero: porque sé lo que no quiero hacer ni ser.

Hoy he sabido que has muerto y que contigo se va una parte de mí y ha nacido otra, pues he sabido que te quiero, y eso que llevo más de media vida odiándote. Sé que todo esto que te estoy contando es demasiado para ti, pero alguna vez tendrías que escucharme, y ahora quiero hacerte un último reproche: entre otros miedos, me has dejado el de ser padre. No sé si quiero tener hijos. Temo ser como tú, no saber hacer las cosas correctamente. Quizá hasta me robes ese privilegio. Y, ahora, después de decirte esto, quemaré esta carta con tu mechero y lo tiraré por la ventana. Ya no lo necesito.

Hoy he sabido no sólo que has muerto; también que lo único que tengo de ti, realmente, lo llevo dentro.