El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

miércoles, 31 de marzo de 2010

¿Sueño o realidad?


Aviso: no, no hay spóilers. Calzo un relato como siempre que el tiempo escasea. Aviso de que éste está escrito a pachas por mí y una persona muy querida a la que hace mucho que no veo.


Él: “Me desperté. Era de noche, o no, demasiado silencio, quizá ya madrugada. Un haz de luz amarillenta se filtraba entre visillos y cortinas. Seguramente, en la calle soplaba una brisa suave que invitaba a acurrucarme bajo el edredón. Olía a lavanda. Y apenas divisaba el final de la cama. Evidentemente, no era mi casa. Me desperté en una habitación quizá de un hotel en el que se supone que no debía estar. No había hecho ninguna reserva, o eso creía. Los recuerdos aún eran una puerta cerrada, como la que veía al fondo, muy al fondo. A media tarde había ido a una rueda de prensa de una compañía de cruceros en un hotel de lujo del centro de la ciudad. Un aperitivo pequeño y crudo, una copa de vino, una carpeta que tiraría en la papelera del aparcamiento, una amiga con la que hacía tiempo que no coincidía. Vi sus ojos nada más entrar, antes que las lámparas y la moqueta, mucho antes que el atril y a la organizadora. La saludé. Dos besos. Un qué tal en voz queda. La presentación. El vino. Cómo te va la vida. Bien, bien... Y entonces, con la naturalidad y el desenfado que la caracterizan, lo dijo: “Me gustaría dormir aquí, en una de esas habitaciones tan grandes y bonitas. ¿Y a ti?”. Creo que me sonrojé, que no supe contestar. Balbuceé unas palabras sueltas, sin mucho sentido. Luego la nada. Una silueta se perdió en la multitud. Un vestido malva. Un pliegue. Fundido en negro. Me desperté. Olía a ella. ¿Era madrugada? ¿Estaba en ese hotel?”.
Ella: “Me desperté confundida. Los recuerdos de la tarde anterior se agolpaban en mi frente, mezclando dulcemente el sabor del vino y el eco callado de los besos. Una tímida luz iluminaba su espalda, que besé con cuidado para no despertarlo. Me levanté de la cama despacio y salí de la habitación de puntillas, descalza. En el taxi de vuelta a casa, medio dormida, hecha un lío y con un terrible dolor de cabeza por el exceso de vino, no era capaz de recordar con claridad en qué momento las palabras, las de los dos, habían huido del caudal establecido en las conversaciones profesionales para ir subiendo la temperatura de la tarde-noche. No sabía cuándo nuestros alientos habían empezado a cruzarse y nuestras manos a rozarse con disimulo. Caótica. Confusa. Con un sueño y un peso en la cabeza terribles, llegué a casa y me metí en la cama sin pensar nada más”.
El móvil sonó a eso de las diez, un ring sobrio. Ella lo cogió cuando salía de la ducha, en su piso, nerviosa porque llegaba tarde a trabajar y por lo que había pasado, por ese sueño confuso o realidad perfecta que se repetía en su retina. Número desconocido. “¿Sí?”. “Hola. Soy yo, te llamo desde la oficina. No podía domir y me he venido temprano a trabajar”. “Ah. Hola...”. Tartamudeó. “Creo que esperaba tu llamada. Me parece que he soñado contigo”. “Yo también he soñado contigo. Pero mi sueño ha sido demasiado real para que sea un sueño. Me he despertado en un hotel lujosísimo”. “Yo también. Y tú estabas a mi lado. Era la una o las dos de la madrugada. Luego he venido a casa y me he metido en la cama. Al despertar no sabía si todo había sido verdad o un espejo como el de Alicia y una mentira como la vida”. “Era verdad. Aún siento tu cuerpo”. “Era verdad. Aún siento el tuyo”.

lunes, 29 de marzo de 2010

Larry David y Californication, gracias por llegar a mí

Antes de que la primavera me robe –con gusto por mi parte– buena parte de mi tiempo para dedicarlo a aficiones puestas en entredicho por los amantes de lo políticamente correcto y llegue el momento de retomar la serie "La hora de los valientes", voy a dedicar este post del lunes (un lunes con mucho sueño, por cierto, y mucho cansancio también; necesito un fin de semana para recuperarme del fin de semana) a las dos series que he empezado a ver y que prometen darme mucha felicidad. No, no hablo de "Glee" (no tengo edad pa esas cosas); hablo de dos series que ya llevan su andadura y que no habían llegado a mi vida por circunstancias diversas.
(Sí, estas semanas voy a dejar de hablar de "Lost". Reconozco que "Ab aeterno" me ha gustado tanto que necesito interiorizar, reflexionar y luego soltar una parrafada. Ahora, reconozco mi limitación y no me siento capaz de hablar de Perdidos. Os remito al blog de Moltisanti y todos felices).
Una es "Larry David" y la otra "Californication". Las complicaciones propias del fin de semana, fútbol incluido, no me han dejado ver mucho: dos capítulos de "Californication" y cuatro o cinco de "Larry David", que me encanta, y por varios motivos.
Centrar la trama en la vida cotidiana de ese tío me parece absolutamente genial. Una idea brillante. Que no pase nada "importante" pero que no pares de sentir curiosidad por ver cómo reacciona ante cada estímulo, por mínimo que sea, es un logro increíble del guión, absolutamente brillante. Que un tío tan cascarrabias y feúcho me haga reír tanto, casi sin pretenderlo, y a la vez me despierte tanta ternura es algo genial. Vi un capítulo en el que el prota va con su mujer a una fiesta a casa de un actor porno: no sólo te partes, hay un momento en el que sientes una empatía alucinante con él, porque mete la pata. La lía, queda en evidencia... Es tan... normal, tan humano, que uno se siente bien a su lado, es decir, siguiendo sus cotidianas andanzas.
En cuanto a la otra, "Californication", he de decir que tiene el mejor principio de una serie –o uno de los mejores– que he visto jamás: suena un coro "stoniano", David Duchovny conduce y llega a una iglesia a lamerse las heridas, hasta que aparece una monja con intención de echarle una mano y... no os cuento más, pero vedla, por dios, vedla. Es divertida, irreverente y muy, muy, muy sin vergüenza. De esas series –como True Blood– que jamás se harían en España, con una ficción televisiva empeañada en complacer desde la abuelita entrañable a la adolescente pirrada por el guapo, con el beneplácito de mamá. ES decir, un rollo. Todo lo contrario a lo que sucede en "Californication".
Os pongo la primera escena de "Californication", con la musiquilla incluida, pero en inglés, no la encuentro con subtítulos.
Luego, en español, pero le falta un trocito del principio que a mí me parece genial, cuando él va de camino.


jueves, 25 de marzo de 2010

La hora de los valientes (II)

Aunque sea la hora final. Los valientes siempre tienen su tiempo, y su historia, por mínima que sea.
La de Alatriste a mí me emociona. En cuanto a la peli, habría mucho que decir. Creo que, en general, se ha sido bastante injusta con ella. Su principal problema es que aglutina demasiado y creo que cualquiera que no haya leído los libros puede perderse.
Pero tiene muchas virtudes: escenas como lienzos, Viggo Mortensen, Quevedo y el final, tan emocionante. Amén de tener la virtud de terminar con las palabras con las que empieza el primer libro -"no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente"-, en un guiño cómplice y generoso de Díaz Yanes y Pérez Reverte (qué bien me caen los dos), cerrando un círculo que vuelve a abrirse: invitando a leer los libros, a contar la historia ya contada en la peli, desde los ojos del jovenzuelo Íñigo de Balboa.
Y qué voy a decir ya que no se haya dicho de esta escena final. Son tantas cosas en cuatro palabras y dos gestos... Aunque uno esté perdido, no hay que rendirse. Y eso es dramático, sí, pero heroico. Eso convierte a un soldado que, cuando no guerreaba, se ganaba el sueldo alquilando su acero "por cuatro maravedís en trabajos de poco lustre", en un verdadero héroe. Porque puede alquilar su espada, pero nunca vender su honor. Y eso le hace grandioso, a él, que podría no haber pasado de ser un pobre hombre. Y es que el paso entre ser un desgraciado o ser un héroe es mínimo, aunque enorme: sólo hay que atraverse a darlo. Y si el miedo te paraliza, jamás lo das. Y hay que darlo, aunque sea para morir. Como él. Porque la muerte de un bravo -él es todo un bravo del siglo XVII- ha de ser grandiosa. Y solemne, como la suya. Morir luchando.

miércoles, 24 de marzo de 2010

La hora de los valientes (I)


"Pudiera llegar el día en que el valor de los hombres decayera... pero hoy no es ese día", Aragorn, ante la puerta negra.
Quizá no hay nada más emocionante que ver a un hombre –o mujer, Bibiana, perdóname, pero me refiero a hombre=humanidad, no hombre=testículos– cuyo valor no decae aun cuando mira a la muerte de cara.
Y no quiere decir que no tenga miedo: "Veo en vuestros ojos el miedo que encogería mi propio corazón". Pero hay que enfrentarlo: "Seguid en posición". En el sitio.
El cine tiene grandes ejemplos. La vida, incluso, también. Aunque haya que buscar mucho para encontrarlos.
Hoy pongo uno de los que más me han emocionado jamás. Quizá uno de los que más veces he visto: la arenga de Aragorn frente a la puerta negra cuando su fin parecía ya escrito. En su cabeza: su amada muerta, Frodo muerto. Se acabó. No hay vida para los hombres, pero, aun así, no hay que rendirse jamás. Porque los valientes, aunque pierdan, siempre ganan.
No puedo insertar el vídeo, os pongo el enlace.
Y una fotico del bueno de Aragorn (en todos los sentidos).

lunes, 22 de marzo de 2010

"Crazy Heart", una pasada

Son muchas las razones por las que una sale feliz de ver "Corazón rebelde" (Crazy Heart). La primera por el final –que no voy a desvelar, claro–, simplemente porque tiene que ser ése y no puede ser otro. Por justicia poética.
La segunda, por la historia que cuenta. La tercera, por el guión. La cuarta, por la fotografía... Y otras tantas más hasta que llegamos a una de peso: la música.
Y Jeff Bridges canta bien. Muy bien. Y tiene una voz bonita, honda, castigada, atormentada, como el personaje que interpreta. Llena de historias. Él está genial (se ha llevado el Oscar, pero esto siempre es relativo, baste mirar la lista de premiados y no premiados de los últimos años).Bueno, en esta peli hasta está bien Colin Farrel, que además canta fenomenal.
Al meollo. La peli la protagoniza Bad Blake –Jeff Bridges–, un cantante de country venido a menos. Alcohólico y acabado, conduce una vieja furgoneta mientras hace bolos por tugurios de mala muerte por el sur de Estados Unidos. El tío tiene talento. Mucho, muchísimo. Pero su modo de vida ha ido sembrando su fin. Aunque no todo está perdido. Bad tiene un pupilo: Tommy Sweet (Collin Farrel), un tío con éxito, en la cumbre. No voy a contar –por no fastidiar a los que no la han visto– lo que ocurre cuando se ven. Pero sí os voy a recomendar que si veis la peli, prestéis atención a esa relación de maestro-discípulo. Por interesante y humana. Y redentora.
Bad es un tío espeso: descamisado, bebedor, fumador, suciete, duerme abrazado a una botella... En fin, es un pavo poco apetecible. Pero tiene encanto: la mirada, su forma de hablar, de cantar, lo que canta, lo que cuenta... Y, claro, aparece la chica. Pura luz. Lo que pasa con ella y Bad no os lo voy a decir, pero sí que es interesante comprobar cómo hay gente que llega a nuestra vida, nos acepta tal cual somos –no olvidéis que el pavo es alcohólico, y su aliento debe de apestar– y, sin pedir nada a cambio (el amor más generoso), nos hacen, simplemente, ser mejores.
Además de la amistad –el increíble e inmenso Robert Duvall hace una aparición estelar como amigo de toda la vida de la estrella acabada–, la lealtad, el amor, y otros temas tantas veces tocados con más o menos acierto en el cine –la peli no cuenta nada nuevo (qué peli cuenta algo nuevo, decidme), pero lo que cuenta lo cuenta bien–, hay algo que me encanta: esa sensación mil veces soñada de conducir tu viejo coche atravesando desiertos, escuchando música, entre garitos y moteles.
Y por debajo del sueño, la realidad: habitaciones sucias, garitos cutres, el coche hecho polvo, ni un duro en el bolsillo, mujeres agotadas, con el pelo cardado y el escote lleno de pecas, bebiendo cerveza mientras cabecean a ritmo de una vieja canción, borrachos con sombrero de cowboy... y una constante: la música. Jeff Bridges, su voz y su talento.
Y como mi amigo Javier sabía que la banda sonora iba a gustarme antes de que yo misma lo supiera, hoy ya me la ha traído: ¡Gracias!
Pues eso, que vale la pena.
Os dejo el tráiler oficial de la peli por aquí. Aunque creo que no le hace justicia, le falta gas, la fuerza que desparrama Bad cuando pisa el escenario, pero como aperitivo no está mal.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Adiós a Delibes


Al concluir el funeral, el ataúd lo portaron sus nietos –desde el interior del templo al coche fúnebre, poco más–. Pero antes, desde el Ayuntamiento, donde se veló el cadáver, hasta la Catedral, Delibes dio su último paseo por Valladolid en un vulgar coche fúnebre. Visto el despropósito, un anciano, entre el público asistente, se atrevió a gritar: "A hombros, a hombros. Hay que llevarlo a hombros".
Y tenía razón.
En nuestro desmedido empeño de construir un mundo sin emociones, somos cada vez más pusilánimes, más asépticos, más higiénicos. Nada se toca. Nada se abraza. Nada se quiere. Un muerto es ya no es un hombre, sólo un muerto. O un nombre sobre el que escribir, llenar páginas y, en este caso, reeditar. Y no digo yo que esto esté mal. Sólo reivindico la necesidad de dignificar los acontecimientos, incluso la muerte, sí, como el acontecimiento final, y quizá el más importante, de la vida. Sin desmesuras, sin dramas, pero con honor.
En nuestro desmedido empeño por no sufrir, negamos lo evidente –que caminamos por la vida con la muerte como compañera certera–, giramos la cabeza ante determinadas noticias y, por supuesto, vemos como patético cualquier signo que manifieste emoción, por temblorosa que sea, como portar un ataúd a hombros.
En mi pueblo –una diminuta aldea cada vez menos aldea y menos encantadora, aunque igual de diminuta–, hasta no hace mucho, todos los muertos subían al cementerio en los hombros de los que los querían y respetaban. Era emocionante –porque en la muerte también hay emoción– y los familiares que atravesaban el trance de la pérdida de un ser querido tenían, en ese gesto, algo más que el apoyo físico de aquellos quienes trasladaban al difunto. Era una especie de comunión. Un abrazo final. Una muestra de respeto. De la iglesia de mi pueblo al cementerio, hay cinco minutos, yendo despacio. Pero no importa: todos los difuntos ya son trasladados con el coche fúnebre. Lo peor de todo no es eso. Lo peor es que en mi pueblo, la mayoría cree que esto es un signo de modernidad. ¿? (Ah, es verdad: emocionarse ya no se lleva).
Pero bueno, éste no es el caso que nos ocupa, nos ocupa Delibes. Y no digo yo que haya que tirarse de las barbas, partirse la camisa y contratar plañideras –era un señor de 89 años, su muerte puede ocasionar tristeza, no drama–, pero que el último camino de un hombre como él sea en un impersonal coche de una funeraria, donde tanto da que vaya él o cualquier otro, en lugar de sobre los hombros de los suyos, me da que pensar. Y que lamentarme.
Vivimos como si no hubiera muerte y, cuando ésta se asoma, la bañamos con lejía, la protegemos con cristales y le tapamos la cara. Y a otra cosa. En esta pusilanimidad física y espiritual empieza, para mí, buena parte de nuestra decadencia moral. ¿Tendrá algo que ver el miedo? ¿El miedo a lo desconocido –muerte–, a perder lo que tenemos en esta vida? ¿Dónde están los héroes que vencen ese miedo?
Y ahora podría seguir y extenderme, para mayor regocijo de mi amigo Manon, que me reprocha no tocar aquí determinados temas que ahora, creo, vendrían a cuento... Pero no, con Delibes empiezo y con Delibes termino:


"Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales". Miguel Delibes

Hasta siempre, maestro

lunes, 15 de marzo de 2010

Dr. Linus, el correcto


Aviso: si no has pasado del sexto de la sexta de "Lost", esto puede contener spóilers... Y el que avisa... ya se sabe.
Por fin.
Por fin un capítulo de Perdidos que alivia ciertas ansiedades a la misma velocidad que lo hace un Lexatín. Ya tenía ganas.
No puedo hacer un repaso por todo el capítulo porque, nuevamente, eso lo hace antes y mejor Moltisanti. Pero, como siempre, voy a hablar de él.
Tengo la sensación de que este capítulo, centrado en el inmenso Ben, tanto en la realidad isleña como en la realidad paralela, ha sido importante.
Se van ordenando cosas: Hurley y Jack –tocado por Jacob, parece que Jack es uno de esos elegidos que no pueden morir–, con el misterioso Richard, se han unido al grupo de Illana, y eso mola. Porque parece que ya se están aclarando los dos bandos. Y lo que es mejor, tenemos a Ben en medio.
Éste ha sido "tentado" por Locke, que le proporciona la huida y la posibilidad de unirse a él, pero, redimido por Illana, opta por el bando contrario.
Esto parece caminar en claro paralelismo con lo que ocurre en la otra realidad. Es decir, Ben hace en ambos casos lo correcto (se queda en el lado de los buenos y renuncia a su ascenso por el bien de la dulce Alex).
Es increíble lo buenos que son los guionistas de esta serie: con todo el follón que hay montado y con Ben, al que tanto hemos odiado, cavando su propia tumba, consiguen que, bajo ningún concepto, queramos que muera.
Todos sabemos que perderíamos mucho sin él. Además, queda serie y aún nos tendrá alguna sorpresa preparada. Estoy convencida.
Qué bien.
Ya estoy deseando ver el octavo.

viernes, 12 de marzo de 2010

Las series, como el amor


Las series, como el amor, si no te quitan el sueño no valen para nada. He ido a trabajar habiendo dormido bastante menos de lo necesario por Roma, Los Soprano, The Shield, Mad Men, Perdidos y True Blood, principalmente. Por ésas he perdido el sueño. Por otras, como Deadwood y The Wire, la siesta.
Las series, como el amor, tienen que llegar al alma. Si no, no valen la pena. Las series, como el amor, te hacen gozar y sufrir. Y, cuando te dejan -porque se acaban, como el amor-, dejan un vacío insoportable, que ocupas con otra (o con otro, como en el amor).
Pues bien, ese vacío (como el del amor) está durando demasiado. Me siento dejada. Ahora sólo veo la sexta de Mujeres Desesperadas, y me gusta, pero a veces es tan previsible que me desmotivo, de verdad. Intuyo (ojo, spóilers) que el ex marido de Susan sólo se lía con Bree por encargo de Orson para acusarla de infidelidad y arruinarla en el divorcio, por ejemplo... También intuyo que Lynette perderá a los bebés... También veo Perdidos, pero un puñetero capítulo a la semana, y eso no me mola. Me gusta el ritual: voy, compro la serie, tan mona, en su caja, y paso horas y horas viéndola. Hasta que se acaba (como el amor, otra vez). En el trabajo, me distraigo pensando en ella (como en el amor); en el coche, pienso en ella; y abro la puerta de casa y lo primero que veo es a ella... En resumen, una buena serie es mejor que un novio y provoca sensaciones similares.
Ahora bien, necesito esa serie que no llega. Y no quiero esperar a abril (entonces compraré la tercera de Mad Men, es demasiado importante y bonita como para verla descargada) ni a junio (la tercera de True Blood, qué sed de sangre, dios mío)... La quiero ya. Necesito una serie que enganche, como los grandes amores. No tenemos el cuerpo ni el alma para series (ni amores) menores.
¿Qué serie veo que me haga emocionarme y me quite el sueño (como el amor, cuando por aquí andaba)?

miércoles, 10 de marzo de 2010

Los amantes. Una historia de tantas.


...Y como cualquier otra.

"No debo quererte porque no puedo tenerte". Él la miraba con ternura, como lo hacía siempre, con un chispeante brillo en los ojos, mezcla de amor y tristeza. Y la escuchaba, paciente, mientras fumaba un cigarro tras otro. "No puedo hacer las cosas de otra manera. No quiero esperarte, no quiero despedirme de ti de madrugada. No quiero esconderme. No quiero ocultarte. No quiero herirte. Por eso he decidido dejar de llamarte. Creo que no quiero verte. Quizá sea mejor así para los dos, para los tres, mejor dicho. No creo que ella merezca lo que estamos haciendo. Ni tú, ni yo, ni nadie. Vivo con un peso insoportable. Llena de culpa. Terriblemente angustiada por la sensación de haberme dado cuenta demasiado tarde de que te quería. Odio el momento en que por primera vez me abrazaste. El primer beso. Deploro tu recuerdo cuando te vas; el espacio que dejas. Tu ausencia. Tengo la sensación de haber llegado tarde a algo, de haber empezado a amarte cuando no me correspondía. Creo que este espacio que estamos compartiendo no nos pertence, no es tuyo ni mío y que...".
Álvaro la abrazó y dejó que llorara en su pecho, mientras él, en silencio, acariciaba su cabeza y besaba su pelo castaño. Se sentía invadido por una pena indescriptible. Tenía la sensación de estar perdiendo, en aquella despedida, una parte de su vida que amaba intensamente. Pero no podía hacer nada. Estaba paralizado. Y eso no iba a cambiar. Elena lo sabía y él también. Su amor era reciente, pero tardío. Llegó quince años después de conocerse, cuando él estaba casado; y ella, cansada de ir de un corazón a otro sin tener donde pararse. Los unió la vida, las tristezas y las dichas. A ella le gustaba que con él no tenía que disimular: no fingía ser mejor, más paciente, más transigente o más guapa. La había visto contenta, triste, enfadada. Él había escuchado mil veces su carcajada, conocía sus lágrimas y su risa. Se la sabía de memoria. Y le gustaba.
Ninguno de los dos sabía cuándo pasó. Pero sí que no era su momento, aunque quizá ya nunca hubiera otro. Quién sabe.
“No es que no te quiera. Sabes que sí –continuó diciendo con la frente hundida en su pecho; las manos, cogiendo su cintura. La mirada, fija en el suelo, perdida–. Pero no quiero convertir esto en sufrimiento. No quiero esperar nada que no sé si vas a darme ni sé si quiero tener. No quiero pedirte nada. No deseo sacrificios ni dramas cada vez que te vea marchar. No quiero llorar en el umbral de la puerta de madrugada mientras oigo tus pasos bajar la escalera. Temo que esto que tanto amo no sea más que una ilusión. Voy a echarte tanto de menos que me asusta. Pero todo pasará. Y esto, igual que llegó, se marchará. Supongo. Facilitará mucho las cosas, creo, que esté un tiempo sin verte. No me llames”.
Cogió su chaqueta y su bolso y caminó hacia la salida. “No intentes buscarme. Quizá esto, aunque doloroso, sea lo mejor. Siento no haber sabido antes que te quería. Ahora que lo sé, creo que la mejor forma de quererte es dejarte. Ojalá algún día sienta que he acertado”. Cerró de un portazo y se marchó.
Si volvieron o no a verse, si esto fue sólo una escenita, si ella anduvo diez minutos y regresó a abrazarlo desesperada o, en cambio, como dijo, salió de su vida, sólo el tiempo –y quizá ellos, si existen– lo saben. Pero Álvaro, al verla cerrar la puerta y marcharse, lloró sus lágrimas más amargas, con una tristeza, hasta entonces, desconocida.

martes, 9 de marzo de 2010

Más de Lost (y más ansiedad)


Ojo: si no has llegado al sexto de la sexta, no sigas leyendo.
¿Cómo se le queda a una el cuerpo después de ver a Sayid en el lado oscuro? Pues fatal, la verdad.
Y no es que no me guste lo que esté pasando en "Lost", que me gusta, qué duda cabe. Pero me fastidia bastante que sea él, precisamente él, el que anda cortando cuellos y entregado al mal, personificado en el mismísimo Locke.
Y me gusta que por fin haya habido un capítulo dedicado por completo al iraquí, pero, sinceramente, estoy dolida y un poco decepcionada.
Y no voy a caer en la tentación de decir que es él y no otro (Jack, Sawyer...) por ser de donde es (Claire es rubia y está también abducida)... pero me gustaría saber, y cuanto antes, mejor, por qué ha sido el elegido por el lado oscuro y acaba matando al hippie y al samurái misterioso y repelente (del humo negro, quiero decir).
Por otro lado, me inquieta que llevemos demasiado tiempo sin centrarnos en Ben. Y quiero saber quién es Illana. Y qué pasa ahora que Jack rompió los espejos del faro. Y un montón de cosas más. Esta temporada me está generando muchísima ansiedad. O resuelven pronto o me da algo.
Por cierto, no puedo decir nada que no haya dicho antes y mejor que nadie... ¿Quién? Muy bien: Moltisanti.

lunes, 8 de marzo de 2010

Y a la vuelta...



...seguimos con las rutinas. Las buenas y las malas.
Las malas: el curro, la contractura, la compra... En fin, paso.
Las buenas: cine, series... y reencontrarme con vosotros. En cuanto al cine, no voy a hablar de los Oscar. Ya habla mucha gente más y mejor. Pero sí de la peli que vi ayer: "In the loop". No os la perdáis. Es inteligente, ágil y muy, muy divertida. A la par que triste. Es decir, es de esas comedias que provocan la risa con temas muy serios. En este caso, la guerra. La película plantea como un tema tan serio como invadir-atacar (o lo que sea) un país se decide, a veces, a capricho de alguien, por el bien de su carrera política o simplemente por su crédito profesional. Os la recomiendo. Es increíble comprobar lo que puede dar de sí un lapsus lingüístico en un político...
Otro de los grandes atractivos es que en ella aparece James Gandolfini, mi adorado Tony Soprano, y lo hace muy bien.
Una película políticamente incorrecta que jamás ganaría un Oscar.
En cuanto a las series, hoy veo el que tengo retrasado de "Perdidos" para no quedarme atrás y poder leer el post de Moltisanti.
En cuanto a vosotros... gracias por haberme leído en la ausencia.
Me alegro de que estéis ahí.
Ah... Marrakech mola mil. Me habría quedado allí una temporadita. A ver si mañana cuento algo de esta sugerente ciudad.

martes, 2 de marzo de 2010

The Wire: espectacular

Antes de comenzar mis minivacaciones, os dejo uno de los mejores principios de capítulo que yo he visto jamás.
Omar y Brother Mouzone protagonizan un hermosísimo duelo al más puro estilo de los viejos western.
Omar, ese personaje fascinante, pasea por las desapacibles calles de Baltimore, silbando, como un vaquero solitario. Brother Mouzone lo increpa. Y ahí empieza todo.
Lástima que no lo haya encontrado con subtítulos, pero da igual. Lo importante es verlos hablar, disfrutar con los planos, los movimientos, tan sutiles, las luces, las sombras.
Puro cine al servicio de las series. Nunca la pequeña pantalla fue tan grande.

Shutter Island: la decepción


Y no. La decepción no es el subtítulo. Es lo que sientes cuando la ves. Esperaba mucho más del tándem Scorsese-DiCaprio.
Y DiCaprio está muy bien. Es un gran actor. Pero la peli es tan previsible que su trabajo queda deslucido.
En general, el guión es pobre. Da la sensación de que es una película mil veces vista.
¿Sabéis de qué va? (Si no queréis saberlo, no sigáis leyendo).
Un policía –un ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial– va con su compañero a investigar la desaparición de una mujer en un psiquiátrico, confinado en una tétrica isla sin escapatoria posible.
A lo largo de su investigación, mediante "flashbacks", vamos viendo cómo DiCaprio es un tío marcado por los horrores de la guerra y necesita también un loquero. A la vez, tiene un dolor relacionado con la muerte de su mujer.
En fin, que a los cinco minutos sabes todo lo que va a pasar en la peli: ni una sorpresa, ningún giro espectacular en el guión (nada que no hayamos visto ya en otras pelis)... Los enigmas no son tales y, por si esto fuera poco, no hay misterio que resolver.
En resumen, que si no fuera porque la peli ha costado un pastón y tiene una buena fotografía y está bien rodada y muy bien ambientada –es Scorsese, no un chavalito que esté empezando– y tiene un genial protagonista y un estupendo (e inquietante) secundario –Ben Kingsley (lo que son las cosas, lo nombro y no puedo olvidar su genial aparición en Los Soprano interpretándose a sí mismo)–, os podéis ahorrar los siete euros.