El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Y para despedir el año... batiburrillo verbal escrito sin pensar


No me gusta la Nochevieja. Me parece una fiesta muy hortera. En mi familia apenas la celebramos y no salimos. Es más, raro es el año que no me dan las doce del 31 de diciembre con el pijama puesto. Y no, no un pijama sexy ni festivo: siempre estoy en mi pueblo y las inclemencias meteorológicas no perdonan (en la calle la temperatura suele estar bajo cero). Así que, no hay más remedio que recurrir al pijama de felpa, largo y ancho.

No me gusta echar la vista atrás, las listas ni los repasos.
No me gusta tomar las uvas ni suelo dar besos para felicitar el año, salvo a los íntimos, a quienes doy besos con cualquier excusa y les deseo lo mejor todos los días.

Sí es cierto que, aunque esto de los años y el tiempo sea una convención, se acaba un año redondo, que lo ha sido para mal: crisis y más crisis; paro y más paro; congelación sobre la congelación; desastres naturales; las guerras que siguen –Iraq, Afganistán– y las que no salen en la tele –Congo–. Los tanques contra las piedras: Palestina. Y suma y sigue. Y no, no es que sea pesimista, que no lo soy. Pero es que no creo que la Nochevieja sea poner TVE y ver a la pánfila de turno dando las uvas con un vestido escotado y luego presentando un programa de cutres actuaciones musicales. Ah, y antes de cenar, por supuesto, los aburridísimos y falsamente emotivos programas de repaso y de echar la vista atrás. Yo este año propongo no echar la vista atrás, sino dejar de mirar hacia otro lado cuando en el Telediario aparezca la palabra Pakistán, por ejemplo.

Y no, no soy una jodona. Me gusta divertirme, el vino y el champán francés. Y el marisco. Pero, sinceramente, creo que este año hay poco que celebrar –salvo el glorioso Mundial, los besos inesperados–. Y como estoy un poco pitufo gruñón me encantaría lanzar al ciberespacio la siguiente pregunta: ¿por qué esa noche, o la de Nochebuena, en la tele pública –las privadas que hagan lo que quieran– tiene que estar Raphael, Bisbal y Bustamante? ¿Por qué no AC/DC o Alice Cooper? Es que de ver a Anne Igartiburu presentando a Chenoa –o similar– me dan ganas de proponer la abolición de la tele pública. ¡Qué radical me pongo cuando me siento vencida por la gilipollez!

Ah, y de paso decirles a todos los políticos –a los que gobiernan y se oponen y sólo quieren desgobierno y desgracias para gobernar ellos– que cierren la bocaza. A los que mandan y a los que aspiran. Su falta de inteligencia me ofende. Su escasez de ideas me hace mal y se está cargando el invento.

Cascarrabias que es una. Más. Como ex fumadora y fumadora ocasional –sólo si el alma está muy pirata, en un bar que frecuento, los enciendo y los paso, sin tragarme el humo– en noches de cerveza y largas conversaciones, muestro mi más enérgica repulsa a la ley que entra en vigor el día 2. Ah, por cierto, como parece que se acaban los argumentos para defender ciertas posturas, voy a hacer de abogado del diablo, pero sólo en esta ocasión y dejándome llevar del espírtitu navideño que me invade: lo del tabaco lo hacen por nuestra felicidad sexual.

Me explico. Mejor, ejemplifico: grupo de amigos, en la barra. Miradas que se cruzan. Deseo. Nada que hacer, con todo el mundo delante... Cierran el bar: ella vuelve a casa con su amiga. Él se va con el rabo entre las piernas –con perdón–. A partir del día 2: grupo de amigos, en la barra. Miradas que se cruzan. Deseo. Y de repente: "Voy a echarme un cigarro, Elena. ¿Me acompañas?". Y ahí, en plena acera, se enciende el cigarro. La mira. Retira el pitillo de sus labios, con chulería, la agarra de la nuca y le da un beso que bien vale una prohibición. Lo dicho: felicidad sexual y buen 2011 a todos.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Pues eso, felices fiestas (sí, yo también lo digo)

Independientemente de la vida espiritual de cada cual, para mí el día de hoy significa levantarme y tener a mis sobrinos desayunando tarta de queso en pijama en mi casa, que se pase mi tía a tomar café, que ya viene de la pelu y va a recoger el pescao, que llame mi madre diciendo que salen del pueblo a eso de las dos y que mis sobrinos hagan trampas en el amigo invisible. No me importan las luces ni Cortilandia -ayer supe que hay uno en el Hipercor de al lado de mi casa, ni me he enterado- ni la cantidad de gente que hay en el mercao -no pienso pisarlo-. También es Nochebuena desde que vi el anuncio que despedirá el año. Un homenaje del gran héroe del fútbol a los inmensos héroes anónimos que construyen el día a día. ¡Qué lujo!






Y como sois pocos los que me leéis, os dejo el anuncio y este pequeño vídeo de regalo navideño, cicelyano y precioso. Una hermosa postal -qué gran serie-. Tiene sentido, como la Navidad, si le quitamos lo accesorio.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Una de antihéroes (o no tanto)


No es que la opinión de Carlos Boyero sea para mí palabra de Dios, ni mucho menos. Pero con "The Wire" acertó de pleno: "Hay que guardarla con mimo, como las obras completas de Shakespeare y de Stevenson, las mejores películas (casi todas son buenas) de Ford y de Wilder, las canciones de Sinatra, los discos de Coltrane, los recuerdos maravillosos, esas cosas que con un poco de suerte te van a acompañar hasta el último día”.

"The Wire" es una de esas SERIES
que han alcanzado la categoría de obra maestra. De hecho, con "The Wire" sólo puede compararse "Los Soprano" y quizá "Perdidos", por el continente no por el contenido, y, para mí, la inolvidable "The Shield".

"The Wire" es una serie cruda, un trozo de realidad
llevado a la pantalla de casa con gran precisión. Una serie sin ornamentos. Es difícil seguirla, requiere atención, y a veces uno necesita parar –de ahí que el sábado, después de varios meses sin recurrir a ella, decidiera entregarme en cuerpo y alma a la cuarta temporada–. Es una serie con capítulos de una hora que no tienen principio ni final ni nudo ni desenlace. Es vida, historias que van armándose poco a poco. A veces parece que tuviera un ritmo de novela rusa, pero no aburre, es que está hecha con mimo, cocida a fuego lento.

En "The Wire" no hay protagonistas, no hay héroes
. Sólo seres humanos marcados, básicamente, por el color de la piel y el barrio en el que han nacido. Por las circunstancias en las que han crecido. Hay niños que trafican con 12 años, yonkis, madres borrachas adictas al crack cuyo orgullo es que su hijo vaya ascendiendo en la pirámide del tráfico, hay corrupción y trampas políticas, hay escuelas donde los profesores necesitan pistola. Y, sobre todo, no hay héroes.

En "The Wire", lo más parecido a un héroe es Omar Little, un personaje complejo, a la altura quizá de Tony Soprano. Un antihéroe (o no tanto, tiene su corazón y a veces cierto venazo a lo Robin Hood). Un negro solitario y asocial que hace su propia ley. Un homosexual que destila virilidad y chulería (al novio que tiene en esta cuarta temporada le suelta: "¿Cómo vas a andar con lobos por la noche –refiriéndose a sí mismo– si pasas el día con cachorros de mierda?"). Un tipo cruel que jamás haría daño a un inocente. Omar mata sin escrúpulos a camellos y asesinos, venga a su novio, atraca con un escopetón kilométrico y cuida de su abuelita.

Omar es un tipo listo que engaña a los malos más malos y dice frases como ésta: "El dinero no tiene dueño, sólo gente que lo gasta". Dicen de Omar que es el personaje televisivo favorito de Barack Obama. No sé si esto es relevante o no o si Obama ve muchas series como para poder compararlo con grandes como Tony Soprano, Al Sawearengen, Vic Mackey, John Locke... Pero sí que es cierto que es uno de esos personajes que hacen que una serie sea inmensa.

Si empezáis a verla, no perdáis la paciencia
, ya que en la primera temporada Omar tarda en aparecer. Pero aparece, y cómo.
Y deja escenas tan inolvidables como ésta: puro western en las calles del Baltimore más suburbial y peligroso.

lunes, 13 de diciembre de 2010

¡Biutiful!


Javier Bardem es uno de esos artistas que estremecen. Polémicas aparte –puede caerte mejor o peor, a mí no me cae mal, pero tampoco me resulta un tipo agradable y creo que no me gustaría verlo cabreado–, Javier Bardem es un gran actor, el mejor de España y uno de los mejores del mundo. Y quizá con los años se haga en uno de los mejores de todos los tiempos, a la altura de Paul Newman o Robert de Niro (cuando Robert de Niro hacía gran cine) y del mismo Marlon Brando, quizá el más grande de todos y de todos los tiempos.

Javier Bardem es un actor que echa por los suelos eso de que "el físico limita". El físico limita a Elsa Pataky, pero no a un tío que, con aspecto de boxeador (quien diga que Bardem es guapo miente, otra cosa es que resulte atractivo y/o arrollador, pero no guapo) mosqueado, con la nariz torcida y tan ancha, tan grandote... igual hace de yonki que de Ramón Sampedro que de psicópata y, en el caso de "Biutiful", de enfermo terminal de cáncer que vive al límite en la Barcelona más suburbial y sucia. Pobres de los que auguraron para él un futuro plagado de machos ibéricos en serie en filmes de medio pelo, mucho sexo y poco trasfondo.

Destacando sobre todo la inmensa interpretación de Bardem en "Biutiful", la película es una gran película de principio al final. Sorprende la narración –circular, es decir, armoniosa y perfecta en la forma–; la historia –dura, sangrante, desgarradora–; el guión –bien armado, sin adornos ni retóricas, crudo como la realidad que retrata, que es la realidad al fin y al cabo, pero una realidad de la que participan unos cuantos (marginados, drogadictos, prostitutas, olvidados)–; la ambientación –tan lograda que hasta huele–; y hasta ese punto esotérico, que tiene algo que ver –pienso yo– con la tradición del realismo mágico.

No os voy a contar lo que vais a ver en "Biutiful", porque creo que debéis verla, sólo que es una gran película, emocionante y humana. Triste. Conmovedora. A veces muy "indigesta" por su crudeza. Una historia que se aleja de los tópicos y las demagogias –cosa que agradezco. A ver, Fernando León de Aranoa, además de cortarte el pelo y buscarte un trabajo, si quieres hablar de los problemas de la emigración, deja de hacer la mierda de "Amador" y aprende de González Iñárritu–. Dos horas y media de calidad que hacen aún más grande a su director, a su protagonista y al cine en general.

jueves, 9 de diciembre de 2010

De nuevo batiburrillo y otra pasión confesable



En este momento me declaro insuficiente: no doy más de sí, ni para series, ni para cine, ni para trabajos, ni para relatos, ni para cenas-citas-reuniones prenavideñas, portadas y diseños varios, clases, ideas y guiones que no acaban de coger forma. Lejos de deprimirme, el exceso de actividad me hace crecerme, pero también temo que esté abandonando un poco este rincón en la blogosfera que tanto me gusta y tanto me aporta –lo mejor, los lectores, Igor, Explorador, Pilar..., ellos son el verdadero motivo, la razón de ser de esta comunicación que pasaría a ser unilateral si optaran por su silencio o su ausencia–.

Así, entre página y página de esta devastadora jornada labor
al de hoy, pospuente brutal, me escapo a las querencias cibernéticas para asomarme a esta ventana y decir que sigo viva. Que me emocionó Vargas Llosa al recibir el Nobel y que el dopping en los deportistas, incluida Marta Domínguez, me deja sin frío ni calor y no me importa demasiado mientras no sea Casillas –lo siento, si también me preocupara por eso no me daría un respiro–. También que me da mucho repelús el portavoz este de los controladores que va de pijo guapete, que te llevo un finde a Londres y a cenar a un sitio chachi que pa eso soy rubio y controlador y estoy superbueno, o sea, ¿no? Ah, y también que me entretiene más el peor capítulo de "Los Tudor" que la interpretación de los analistas y tertulianos varios sobre las elecciones catalanas, el Wikileaks y demás puntos de la candente actualidad.

Tirando de vaguería y falta de tiempo –maldigo los relojes–, he echado la vista atrás para recuperar una vieja entrada, pero esa carta me la guardaré en mi manguita francesa para el fin de semana y hoy tiraré de regañina contra mi yo cibernético. ¿Cómo es posible, Luisa de mis entretelas, que en más de un año de blog no hayas hablado de uno de tus puntos fuertes (paso de llamarlo debilidad)? ¿Cómo es posible, Luisa, que eligieras ese nombre por uno de sus personajes femeninos y aún no le hayas dedicado una entrada? ¿Cómo te atreves, Luisa, a no haber confesado que sus novelas te encantan y que ahora que ya no las escribe las echas de menos? ¿Que la culpa te atenaza cuando piensas que llevas tanto sin leerlo? ¿Por qué jamás has hablado de Javier Marías?

La verdad, no lo sé. Supongo que me da respeto.
Me gusta tanto cómo escribe, lo que piensa y escribe sobre el propio acto de escribir y contar, que temo meter la pata cada vez que lo nombro. “No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido”. Así empieza una de mis novelas favoritas de todos los tiempos, "Tu rostro mañana", y sólo esa frase da para pensar, escribir o callar, a veces lo más prudente, que es lo que yo voy a hacer ahora, pero con otra frase suya: ..."que no hay pena ni lágrimas porque si las hay, no hay silencio o, si no, aparece únicamente más tarde. Mañana en la batalla piensa en mí y caiga tu espada sin filo: desespera y muere".

Siempre evocador, medido, envolvente, profundo... Te quiero, Javierito. Y te debo una (entrada, se entiende).

viernes, 3 de diciembre de 2010

Recuperando historias


Prisas, urgencia, exceso de trabajo, días festivos que han de compensarse currando el doble los previos. En fin, un asquito: eso es diciembre. De hecho, no tengo tiempo de ocuparme de mi blog. Así que voy a hacer un poco de trampa y voy a recuperar un relatillo que subí hace tiempo. ¿Por qué éste y no otro? Porque empieza el puente y mañana vuelvo al sitio al que siempre regreso y del que un día, como Juan, el del relato, también me fui.
Por cierto, dan nieves y no sé poner las cadenas. Espero no quedarme tirada y acabar llamando al pueblo para que baje alguien con un tractor a por mí :)

Ahí va:
Despedidas

Antes de que el tren emprendiera su marcha, miró una vez más por la ventanilla y le dijo adiós con la mano y con una sonrisa fingida, para que no lo viera llorar. Miró su cara tan cercana, tan serena, y notó que un relámpago lo partía por dentro. El reloj de la estación marcaba las siete menos un minuto y el tren soltó una sacudida de ruido metálico, previa al cierre de las puertas. El atardecer se cernía sobre el horizonte y teñía de rojo un puñado de casas grises, desvencijadas; los campos, tan solos; los árboles, tan tristes.

Se esforzaba por contener las lágrimas y combatir el frío que le oprimía el estómago e intentó regalarle el brillo de su mirada, tirarle un beso, la risa, pero estaba ahogado en un llanto callado. Cerró dos segundos los ojos, respirando hondo, como si quisiera llevarse en su pecho los colores del otoño en los que había crecido, el aire que lo había alimentado. Al abrirlos, él seguía en el andén, apretando con sus manos fuertes y nervudas su vieja boina, como si quisiera estrangularla; con su chaqueta de pana negra, su olor a tabaco y tomillo, sus vivaraces ojillos vidriosos, su eterno chaleco gris y su camisa de franela.

Se oyó el silbido que anunciaba la marcha. El tren comenzó a desperezarse con un movimiento violento, pero acompasado y cansado, como si se negase a seguir su camino. Juan no pudo más y extendió sus manos sobre el cristal de la ventanilla, intentando alcanzar a su padre, abrazarlo con la misma fuerza con la que lo abrazó la lúgubre madrugada de agosto en la que su madre se marchó para siempre, consumida y derrotada, fatigada, envuelta en sábanas de hilo blancas.

Hundió su cara entre sus manos y lloró como lloraba de niño, encerrado en su propia contradicción: quería otra vida, pero sabía que al dejar ésta una parte de su alma se apagaba para siempre. Saber que su padre se quedaba solo, entre sus aperos, sus tazas de porcelana, su lumbre al amanecer y sus recuerdos, lo devoraba por dentro, pero no quería vivir allí. Llevaba años odiando ese maldito pueblo sin luces ni futuro. Quería ver otra cosa, conocer otros lugares, otras vidas, salir con una chica...

Apartó su lágrimas a manotazos con el deseo de volver a verlo.
Sacó la cabeza por la vetanilla y lo vio caminar seguro hacia el atardecer, con "Loco", su perro, enredándose entre sus piernas.
"Papá", gritó.

El hombre giró su cabeza y, dueño de la sabiduría que sólo dan los años, apartó su cigarro de entre sus labios y le devolvió una sonrisa tranquilizadora y aprobatoria, enseñando sus grandes y fuertes dientes blancos. "Buen viaje, hijo. Llámame algún día". Y agitó su mano con vigor. Apuró su cigarro mietras veía el tren partir por la inmensidad llana y desolada, haciéndose cada vez más pequeño, más inalcanzable, más rápido... y dejó, entonces sí, que sus lágrimas corrieran libres por su cara sin afeitar, labrada de sol y lluvia, de vida.

martes, 30 de noviembre de 2010

Mi pobre corazón... tan blanco

"No te pega ser del Madrid". Y no son uno ni dos ni tres los que me lo dicen. Son muchos, y todos ellos amigos, casi todos del Atleti. "¿Por qué? ¿Pensáis que el Madrid es un equipo de pijos o algo así? Chicos, sabréis más que yo de fútbol, pero no tenéis ni idea de sentimientos".

Madrileña de adopción, carabanchelera por afición y adolescencia, mi infancia son recuerdos (ay Machado) de las frías calles de mi pueblo. Si hablase de series, diría que ahora os voy a pegar una paliza a spóilers, pero como voy a hablar de vida, diré que quizá cuente más de lo que jamás tenía previsto contar de mí en este blog, pero, si no, no hay manera.

Dice mi padre que recuerda cómo en los sesenta, cuando en mi pueblo no había tele, él se iba con su padre, mi abuelo, andando a Portilla a ver al Madrid. No imagino ni alcanzo a adivinar qué ilusión llevaba mi padre en su caminar agudo, incansable, ágil, hacia la dichosa Portilla (pueblo en el que, por cierto, jamás he estado). No alcanzo a adivinarlo porque si me esfuerzo me pongo a llorar.

No he elegido ser del Madrid como no he elegido mi grupo sanguíneo, probablemente las dos únicas cosas que permanecerán inalterables a lo largo de mi vida. Soy del Madrid desde que nací sin siquiera saberlo. Y este equipo me ha dado muchas alegrías y muchas penas. Mi pueblo, allá en la fría y lejana sierra de Cuenca, es una aldea de pocos y mal avenidos (siento decirlo, me consta que alguien de por allí me lee y sabe quién soy). Pero también es el lugar al que siempre vuelvo. Es lo que tienen las querencias. Y me gusta: su monte, su leña, mi familia. El invierno y la nieve.

En mi pueblo, el fútbol se ve en un bar. Y prima un movimiento que mezcla churras con merinas y que difícilmente deja ver el partido con calma, sobre todo si eres del Madrid. Ayer, a no sé cuántos grados bajo cero, mi padre tuvo que irse a casa a mitad del encuentro por algo más que por el bochornoso resultado. Veo su cara rosa, con sus ojillos verdes de listo, sus arrugas, su visera, y su andar, ya algo más cansado, doblando la esquina de la iglesia, camino a casa, y me parte el alma.

Ni se merecía el griterío del bar ni que los once tíos que llevaban la camiseta blanca salieran a jugar como si aquello fuera una pachanguita en el patio del colegio. No sé cuál fue el problema ayer (el Barça juega muy bien, pero el Madrid lleva una temporada -hasta que llegó a Barcelona- soberbia. La cosa prometía más emoción, coño), pero intuyo que el Madrid, a pesar de tener grandísimos jugadores, no contaba ayer en el césped con casi ninguno -salvo Casillas y pocos más- que fueran conscientes de lo que es jugar un Barça-Madrid. Lo decía mi hermana y tiene razón.
Un Barça-Madrid no es fútbol. Es pasión. Y tenéis que estar a la altura, aunque perdáis.

Jamás olvidaré las lágrimas de mi hermana ayer. Ni las de mi sobrino en el 2-6. Pobre mío, mi niño, con su camiseta de Casillas aguantando el chaparrón y con medio pueblo gritando en el bar eso de "eo, eo, eo, esto es un chorreo". Y él, con su cara tan guapa, secándose las lágrimas por debajo de sus gafitas... Ay, madre, qué disgusto.

No puede ser. Nos debéis gloria y orgullo, no vergüenza. El Madrid no es un equipo de pijos -aunque los haya, que los hay sin duda, como en todos lados-, ni lo soy ni lo he sido ni lo seré ni vengo de un sitio donde eso sea posible. El Madrid es un equipo de ilusión y lucha. Es un sueño. El todo es posible. El Madrid es honor, aunque se pierda. Es un equipo de bravos. Y vosotros que tanto cobráis y que lleváis esa camiseta estáis obligados a cumplir como hombres, no a lloriquear como niñatos.

Me decía Igor que si me animaba a escribir sobre Mou. Quizá otro día. Hoy, mi corazón tan blanco anda más por el lado del sentimiento, reforzando la afición y con el deseo de decirles a los que hoy son responsables del defender a mi equipo que a veces nuestra sonrisa depende de su entusiasmo y su fe. Por dios, que no la pierdan.

P.D.: La foto, un trocito del lugar donce crecí, nevado y tan blanco como mi corazón (a pesar de todo y del frío).

martes, 23 de noviembre de 2010

Confesiones lunáticas


Stefan Salvatore es un príncipe azul. Y, como todo el mundo sabe, los príncipes azules destiñen. Es guapo, bueno, listo, hábil, culto, honesto... En fin, que el único defecto que tiene es que es vampiro. Pero, si una se pone frívola, y dado que estamos hablando de una ficción, eso no es un problema, más bien una ventaja. Si Elena se decidiera y se pasara al lado oscuro, tendría todo un tipo a su lado per secula seculorum.

Damon Salvatore es un crápula y un gamberro, pero es divertido y encantador. Y, si rascas, hallas. Y qué hallas. Pues un corazón, vampírico, y a veces cruel, pero corazón al fin y al cabo. Y ya late por Elena. Y es ahora cuando la serie está tremendamente interesante y es más hermosa que nunca. Sí, me he rendido a los encantos de "The Vampire Diaries" con la misma facilidad, y la primera resistencia, con la que Elena parece sucumbir, aunque se niegue, a los encantos del hermanísimo.

¿Habéis visto la luna? Estos días está espléndida, plateada y fría como un cuchillo. Echando la vista atrás, he visto que el año pasado por estas fechas, también la luna llena me tenía subyugada, y a ella le escribí un post, uno de ésos -de tantos- que cuando los vuelves a leer te avergüenzas, pero qué coño, lo hecho, hecho está. También entonces, como ahora, "Doctor en Alaska" ocupaba parte de mis reflexiones. Esto me hace pensar otra vez en el tiempo como espiral y en Nietzche, o en el día de la marmota, por darle un nombre al asunto más cinematógrafico y dejar al alemán para post más concienzudos y menos espontáneos que el que ahora me ocupa. Bien, planteado esto, ¿tengo que pensar que me repito? Sí, desde luego, pero, quiero decir, ¿el año pasado por estas fechas me sentía más o menos como me siento ahora? Lo que escribía así lo pone de manifiesto. ¿O es que simplemente soy una lunática? Dejémoslo ahí, que no puedo hacer de mis lectores un psicoanalista gratuito.

Más. Sea como fuere, la Luna, Selene, Ixchel... tiene un poder de seducción al que pocos se resisten. De todos los mitos e historias de la luna, hay una historia -y cito de memoria, igual hay algún datillo que se me va- en el "Popol Vuh", libro sagrado de los mayas, que me encanta. El libro habla de la Creación -como todos los libros sagrados- y cuenta que los dioses crearon primero a los animales, pero que como éstos no tenían el don de la palabra -el verbo, tan importante en toda cultura y religión- no podían venerar a los dioes, por lo que fueron rebajados a ser espíritus inferiores. Luego se creó al hombre de barro, que hablaba, pero era frágil, no resitía al sol ni a la lluvia. Luego crearon el hombre de palo, pero no tenía sentimientos ni palabra. Entonces, los dioses enviaron el Diluvio Universal (¿os suena? Por cierto, aquí también hay un descenso a los infiernos) y los hombres que sobrevivieron a él fueron rebajados a la categoría de simios. Al tercer intento, Ixchel, la luna, molió maíz. Y al molerlo, la madre, como es mágica y fértil, obtuvo sangre. De esa sangre creó al hombre definitivo, al hombre que habla y honra a la deidad y a la que luego le debía sacrificios... de sangre, claro, con el escándalo que esto supuso para el conquistador extremeño de a pie o a caballo y católico para más señas.

Después de este rollo y de no saber muy bien por qué me estoy dispersando tanto, vuelvo al principio del post. Y a "Crónicas Vampíricas". Tengo la sensación de que esa serie es mejor de lo que parece, incluso, y de que deja sueltos bien pocos cabos, amén de tener interesantes referencias. A ver, ahora, nuestros protas andan envueltos en un lío de padre y muy chamán mío con un hechizo que tiene que ver con la condena de hombros lobos y la luna llena, los vampiros y el sol. Y anda por ahí suelta una piedra lunar, el sacrificio de sangre de una inocente y la maldición de un chamán. Para más inri, Elena está en peligro. Y quién la protege. Muy bien, los hermanos. Y en el capítulo 8 de la segunda temporada vivimos dos momentos alucinantes de los que os pongo vídeo. No puedo insertar, pero sí enlazar. Cuidado con los spóilers, aunque jamás os perdonaré que no los veais. Son dos minutos.



Total, que yo estaba en el salón tan ricamente viendo esto. Y desde la terraza se contemplaba una luna llena generosa como un pan recién horneado, pero fría, sugerente y desapacible. Pero a la vez envolvente y poderosa. Y me dio por llorar. Conclusión: soy una lunática. Y, en contra de la opinión general y aunque pueda parecer escandaloso, no me parece tan grave. Disfrutad de la luna llena. Está como para ponerse a aullar.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Cursiladas preinvernales varias


“Quiero amarte desprovisto de palabras y relojes. Quiero tenerte en silencio en un lugar sin tiempo ni paredes. Sin la urgencia de los besos clandestinos, sin el juicio de los que nos miran con sospecha. Quiero despertar sin prisas en una mañana sin horas. Quiero un sol que no anuncie el día ni tu huida. Quiero un amor sin lunes, un amanecer sin coches ni despertadores. Quiero atravesar contigo el otoño. Quiero a tus manos tanto como a tu alegría. Quiero para los dos el sonido de la lluvia, el humo del café y los cigarrillos, el murmullo de los ríos y las hojas amarillas de los árboles. Las tormentas y el ruido de los trenes. Quiero andar descalza por caminos que nadie haya pisado y encontrarte en ellos, en cada piedra, en cada paso, en cada herida, en cada beso. Quiero el universo que cabe en tu abrazo, no descubrir jamás el misterio que encierra tu mirada. Quiero un leve vestido nuevo para que lo mime tu tacto y unos zapatos con hebilla para que tus dedos se enreden al quitarlos. Quiero un día sin teléfonos ni ordenadores, sin trabajo y sin rutinas. El fuego y la espuma, la nieve y el bosque. Quiero un mundo sin geografía para explorarlo contigo”.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Doctor en Alaska o cómo huir de los días grises


No, no es que quiera huir del otoño ni la lluvia, ni del invierno que amenaza... pero tanta fealdad me espanta. Si una se desayuna con los comentarios soeces, racistas, machistas y nauseabundos de cierto comentarista, pocas cosas pueden ocurrir –en vista de que aún me queda un buen rato de trabajo– que arreglen el día: algún email, escuchar un poco de música... o acordarme de que hay una parte del blog que tengo "semiolvidada": la referente a "Doctor en Alaska".

Hacer lentejas y prestar esta serie son en mi vida un acto de amor del que pocos privilegiados gozan. ¿Pocos? Dos: Manon y su señora esposa, mi Mar en calma –todo un torbellino–. Y aunque está feo citarse a uno mismo, lo voy a hacer para repasar por qué esta serie es tan importante para mí y caló tan hondo. Hoy, y otros muchos días, saco mi alma lunática para sobrevivir al espanto de las oficinas grises, de las rutinas, de los progres de postín, de los viejos verdes que van de defensores de la moral, de la jodida contractura, del olvido del amor, del peso de los fracasos, de la aplastante realidad, de las facturas y la falta de aparcamiento, de las soledades y las preocupaciones, de los que se quejan de la lluvia, de los que juzgan vidas y hasta las perdonan.

Y cuando cae este chaparrón y a una la pillan sin paraguas –ya se sabe, menos luz; la melancolía del otoño o las jodidas hormonas–, va corriendo a refugiarse a una de las cabañas de Cicely: hora de comer, ni dios en la redacción y todo un mundo de satisfacción en seriesyonkis. Hoy me quedo con el capítulo 20 de la tercera temporada de "Doctor en Alaska", mi favorita, creo.

El capítulo junta dos historias. Por un lado, la de un chaval que no puede viajar y lo hace a través de una caja de cartón, enviándola a distintos puntos del mundo. En cada lugar ponen algo propio del sitio, la sellan y la envían. Por otro lado, la muerte de Jesse el Oso, al que Holling no pudo matar –Jesse es más que un oso para el aguerrido Holling, pero hay que ver la serie para entenderlo–. Jesse muere de viejo y el viejo cazador honra su tumba como si fuera la de un héroe.

Grandes momentos de la historia de la caja lista –es tonta si ves tonterías– que hacen que estos días grises no lo sean tanto, aunque persista la lluvia y hoy no veamos el sol.


lunes, 15 de noviembre de 2010

Los tudor y un poco de batiburrillo (otra vez)


He leído por ahí que en "Águila Roja", serie que no veo y no pienso ver, han calzado a Rembrandt para que pinte a una noble desnuda. Hasta ahí, todo bien. La cosa se complica porque tengo entendido que la serie se desarrolla en tiempos de Felipe II, que murió en 1598. Si tenemos en cuenta que Rembrandt nació en 1606... hay algo que no cuadra. Ah, también han metido a Luis XIV, el rey francés, que es unos añitos posterior. Pero nada de esto parece importar a los cinco millones y pico de audiencia que tiene.

Como a mí sí me importa, no la veo. Y me entrego de nuevo a los placeres que me proporcionan "Los Tudor". Bienvenida sea esa cuarta temporada. Ahora bien, desde que Tomás Moro, el humanista católico, y Thomas Cromwell, estadista y reformista, no andan por la corte, aquello es un lupanar. El rey, pura lascivia –qué bien lo hace y qué asqueroso puede llegar a resultar–. Las cortesanas, unas frescas. Los cortesanos, unos violadores y asesinos... Se salva el duque de Suffolk, el único que además parece ayudar a mantener el poco equilibrio que le queda al rey –pongo foto de él porque, además, me parece el más guapo. El rey es tan... instintivo, que me da asquete–.
Los dos capítulos que he visto de la cuarta me han atrapado. Es una serie realmente bella, y crea imágenes que parecen de cuento. Navidad, la corte, Londres nevado, amantes, terciopelos, vino y pieles. Un lujo para los hedonistas. Y el contraste de quienes no ven en la nieve más que frío. Ya sabemos de que hablamos y también que los privilegios históricamente siempre han sido para unos pocos que además siempre son los mismos. Con todo, la serie me parece muy bien hecha y estupendamente documentada y fiel. He visto el primer ataque de histeria de Lady María, quien después de casara con Felipe II y pasara a la historia como una mujer cruel, azote de protestantes (la llamaban Bloody Mary), y deduzco que este arranque dará pie y lugar a mostrar su carácter con toda crudeza.

Otro de los logros de la serie, y aunque ya no está, es el personaje de Tomás Moro. No olvidaré jamás las cosas que decía: "No puedo pedirle a nadie que haga lo que yo en conciencia no puedo hacer, ni aún para salvar mi vida". ¿Y Wolsey? "Si hubiera atendido mejor a dios, no me habría abandonado en la hora de mi muerte". Y cito de memoria. Seguro que lo decían mejor y más bonito. Y es que en "Los Tudor" se dicen cosas importantes y muy bien dichas.

Es una gran serie. Así lo pienso, y lo siento. Y hoy tengo el día más de sentir que de pensar. Quizá por eso lleve toda la mañana escuchando a Miguel Poveda. Y quizá por eso despida este post con algo que no tiene nada que ver con él, pero me apetece, aunque eso me cueste perder los 64 seguidores que tengo, pocos pero selectos. Gracias, chicos. Y lo siento. No puedo evitarlo. ¿Poveda y Morante en un vídeo? Pura pasión. Lo calzo.




miércoles, 10 de noviembre de 2010

Damon: sonrisa en pleno drama



Donde esté un buen drama que se quite la comedia. Mi vida doméstica está en crisis, pues uno de los mejores momentos del día consiste en ver un capítulo o dos de una serie compartida con mi sister. Y ahora andamos en dique seco. Yo tengo las mías que veo sola, a mi ritmo. Ella las suyas... pero ninguna en común. Bueno, sí. Estamos viendo "Cómo conocí a vuestra madre", que está bien, pero...

...pero ayer me dormí viéndola y no eran ni las once. Eso es inédito en mí. No me duermo a esa hora ni aunque me lo proponga, y menos viendo series. Pero las comedias me aburren. Está comprobado. Y ésta... tiene su gracia, es rollo Friends, pero me canso. No soy de risa floja. Soy más de sonrisa pícara y de humor negro.

"Cómo conocí a vuestra madre" tiene virtudes.
Bueno, una virtud: Barney. El resto de los personajes no tienen demasiada gracia. ¿Por qué? Porque son unos cursis que se pasan el día hablando de amor, sobre todo el prota, Ted. ¡Ese tío es un histérico obsesionado con la pareja! Y luego dicen de las chicas... ¡Madre de Dios qué pesado! Y menos mal que ya ha roto con su novia pastelera –literal– porque fueron los capítulos más empalagosos de una comedia que yo he visto jamás.

Ted, Robin, Marshall y Lily tienen gracias aisladas
. Barney las tiene todas. Insuficiente para una comedia de personajes que pretende serlo y durar mucho en el tiempo. No es "Friends", eso está claro, aunque también cuenta la vida de unos amigos pijos de Nueva York que se lo pasan de miedo, beben mucho, visten bien y etc., etc., etc. Ted, Robin, Marshall y Lily son sositos y sólo quieren amor. Barney es un promiscuo con una casa "espantachicas". No hay más. Sólo hace gracia Barney y algún que otro chiste aislado de los demás. No me basta. Y ayer la estaba viendo y no podía dejar de pensar en "The Vampire Diaries". Pensando que lo mejor de "Cómo conocí a vuestra madre" es una frase de Damon, el "vampiro malo" de "The Vampire Diaries". Ésta, hablando de su hermano, también vampiro: "Stefan quiere ahogar su instinto de vampiro, hacer una vida normal, ver todos los capítulos de "Cómo conocí a vuestra madre". Y lo dice con esa cara de mala leche... que no me queda más remedio que sonreír. Igual que he sonreído con esto que acabo de ver:

Damon: "Voy a ignorar a esa perra".

Stefan: "¿Crees que así reclamarás su atención? ¿Y qué harás cuando la tengas?".
Damon: "Una estaca, una guillotina... Algo poético".

Esa afirmación del "vampiro malo" + su cara de sarcasmo + su cara bonita + su vestimenta de rockero malote = sonrisa en un día que tampoco da para mucho más, al menos hasta que empiece el fútbol o me acueste a leer a Vargas Llosa.

Volver al curro después de un gran puente local
se hace tan cuesta arriba como el final de "Roma" o el de la tercera de "True Blood". Pero dan las dos y la cosa cambia: no, no me voy a las dos. Pero de dos a tres se pira todo el mundo a comer y la redacción es mía, de seriesyonkis, de una ensalada en la mesa... ¡y de Damon Salvatore!
Sorpresa entre las sorpresas en una serie que prometía ser una tontada, Damon se erige en mi vida como el verdadero rey de la ironía y la mala leche. Y del sentido del humor. No hay nada como la risa en medio del drama. Es decir, nada mejor que ver una serie a la hora de la comida en medio de una tediosa jornada laboral.

Elena buscando a Stefan, toda cursi: "¿¡Stefan!?"

Damon (semidesnudo): "Mejor, yo".
Oh, my god. ¡Benditos sean algunos guionistas!

Y de regalo, un vídeo con las joyitas que Damon suelta por esa boquita de piñón. Que diga, de vampiro. ¡Si es que se merienda al insulso de Stefan!

lunes, 8 de noviembre de 2010

Así estoy yo sin ti


...solo, como un poeta en el aeropuerto, así estoy sin ti... Y más triste que un torero al otro lado del telón de acero... Así estoy yo sin ti.
Ojalá pudiera escribir los versos más tristes esta noche, pero ese privilegio queda para otros, para los que saben escribir versos o sentirse los más tristes. No para mí. Y eso me pone triste, y no sé si más o menos triste que a otros esta noche, pero triste al fin y al cabo. Y triste y no depresiva ni ansiosa ni decaída, sólo triste porque la tristeza también es vida y camina de la mano de la alegría.

Y estoy contenta. Tanto, que he perdido un vuelo de mañana y me he sacado uno para hoy con el fin de estar en mi ciudad en una jornada tan intensa como ésta: carrera de ACNUR -bien por mi sister pequeña, que la ha corrido-, los MTV, el Estu, el Geta contra el Barça (pobre Geta y Míchel y su corazón tan blanco) y mi Madrid contra su Atleti.

Y mira que me caéis bien, cabrones,
desde mi hermana Ana a Willy, Luismi y el indiscriptible Alberto, sois de una casta que ya la quisiera yo ver todas las tardes de toros en Las Ventas... pero, ay, con mi Madrid habéis dao, hermosos. Hoy habéis escrito una línea más en vuestra historia: uno no gana si no cree que puede ganar, y mirad que os lo tengo dicho.
He aterrizado en Madrid a las ocho. Y a las nueve y 37 segundos estaba entrando en el Mulligans sabiendo que mi Madrid iba a ganar. Y vale, hemos ganado. Sin grandes alaracas, sin escándalos, lo normal.

Y luego, la voz de la derrota:
"un gol de fuera de juego y otro de falta y bla, bla, bla"..., decía una voz envuelta en queja, en excusa... La charla del perdedor...
Y mira que me caéis bien, cabrones. Pero no me lloréis, que me tenéis harta. ¿Me vistéis llorar en el Alcorconazo acaso? No. Se gana con honor y se pierde con vergüenza y escandalosamente, pero no se llora, que llorar es de cobardes.

Y yo hoy he llorado, y no por mi Madrid, ni mucho menos, ni por cobardía, ni mucho más, sino porque podría escribir los versos más tristes esta noche y no los escribo. Porque a veces la luna y la vida quieren ponerte en suerte una pena que no trae dicha y que no empieza ni acaba y encuentra en un Madrid-Atleti un campo de batalla sin amor ni almohadones de plumas.

Si yo pudiera escribir los versos más tristes esta noche estaría contenta,
pero, después de todo, estoy contenta de no poder escribir los versos más tristes esta noche. Lejos de alimentarme de la queja y la derrota, atléticos de mis entretelas, me vengo arriba en la ausencia de depresión, de caída. No esperes de mí un valle de lágrimas, nútrete tú del dolor y déjame con mi gozo y mi -permíteme la ausencia de modestia- gran, enorme, inconmensurable corazón... tan blanco.

Y déjame que me despida,
atlético de mis carabancheles, con otro atlético de pro, una de las glorias del Atleti que a mí, madridista confesa, más me gustan. Bueno, con dos. Con ésta y con esta otra. Ole. Y con este otro, que pa eso, como él, soy de Carabanchel y no del barrio de Salamanca. Ay, tu Atleti, mi Madrid. El nuestro, tan "invivible", pero tan insustituible.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

"The Vampire Diaries". Eliminando prejuicios (otra vez)


No debo preocuparme, aunque hay quien se empeñe en castigarme. "El capítulo 9 de Crónicas Vampíricas me ha encantado. Qué emoción. Qué miedo. A nadie en su sano juicio le gusta más Stefan que Damon". Eso he puesto en mi facebook hoy. Y rápidamente: "Pero cuántos años has cumplido, ¿14?"... "Mis vampiros de Bon Temps son mejores".... "Bla, bla, bla, bla...".

Sí, los vampiros de Bon Temps son mejores. No hay duda. Y no, no he cumplido 14. He cumplido 34. ¿Pero dónde está escrito que a partir de los 30 –¿o quizá de los 15?– una –una, y no uno, por dios– tenga que dejar de divertirse? En ningún sitio. Ergo... a divertirse se ha dicho.

No me cansaré de agradecer a Moltisanti
su consejo: "Insiste con Crónicas Vampíricas" –Gracias, Chrisi–. He insistido y me ha vencido.

Por partes –como Damon se merienda a sus víctimas–.
Mejor dicho, por puntos. Diez exactamente. Para todos aquellos que –como yo– tienen prejuicios a la hora de enfrentarse a esta estupenda serie -uf, menos mal que los vencí–. Bueno, no –qué jodido es esto de escribir del tirón–. No, no voy a dar diez razones para verla porque eso ya lo hizo mejor que nadie Moltisanti en su Carrusel –es el mejor blog de series, desde mi punto de vista–.


Así que no voy a hacer algo que ya está hecho y muy bien hecho.
Intentaré desmontar prejuicios, basándome en los míos propios.
Vamos a ello:

Prejuicio 1 de seriéfilo cultureta-gafapasta (yo no llevo gafas, pero me quedarían bien): "Seguro que es un producto de y para adolescentes".
Sí, para adolescentes y para los que no lo somos. En un primer momento, y en un alarde de honestidad, la serie parece una historia más de instituto americano. Y eso está, sí, pero también hay alcohol, sexo, fiestas un tanto "incorrectas", drogas y sangre. Es decir, aquí no sale Zac Efron cantando mariconadas. Lo del instituto es sólo el decorado ideal para coger un montón de jovencitos llenos de hormonas y ponerlos a funcionar en una historia compleja.
Prejuicio 2 de adicto a "True Blood" (éste es mío): "Seguro que es un plagio de True Blood".
No, no lo es. De hecho no se parece en nada. Sólo en que hay vampiros, y nada tienen que ver con los de Bon Temps. Tampoco la historia, ni la trama principal, ni el tipo de vampiro... Nada.
Prejuicio 3 de adicto a "Crepúsculo" (éste no es mío): "Seguro que es un plagio de Twilight".
No, no lo es. "Crepúsculo" sí es un producto adolescente y puritanillo. "Crepúsculo" es a "The Vampire Diaries" lo que una balada de Glenn Medeiros a un concierto de Metallica.
Prejuicio 4 de quien va de enteraíllo porque ha hecho un curso de guión (vale, éste es mío) y hace sus pinitos: "Seguro que son personajes planos".
No, no lo son. A ver, haberlos... haylos. Se necesitan. Pero Damon emerge con una fuerza sobrehumana, como buen vampiro que es, y se convierte en un personaje imprescindible. Cruel, sarcástico, egoísta, divertido y totalmente inhumano... hasta que deja de serlo (en momentos muy concretos, claro). Y ahí nos derretimos con él. Él es el verdadero protagonista. La razón de ser. "The Vampire Diaries" es Damon. Y es un personaje de los grandes, comparable a los grandes personajes de las grandes series.
Prejuicio 5 de quien está harto de las historias de amor pastelosas y los triángulos chica-chico bueno-chico malo (vuelvo a entonar el mea culpa): "Hasta los mismísimos estoy de historias de amor".
Sí, pero el amor es un tema universal. Siempre, en cualquier historia, aparece. Aquí el triángulo tarda un poquito en verse. De hecho, al principio, ni te lo imaginas, pero cuando ves a Damon sonreír... piensas: "Esta pava no se le resiste". Es hermoso. Ahí tenemos una buena tensión. Otro buen motivo para seguir devorando capítulos.
Prejuicio 6 de quien piensa "me va a aburrir".
No, no aburre. Ingredientes: buenos personajes, una historia bien atada y un misterio que el espectador no conoce y que poco a poco va descubriéndose. Asesinatos y personajes nuevos –y misteriosos– que van entrando y de los que no sabemos nada (normal, si no entraran personajes la serie se agotaría de tantos crímenes como hay).
Prejuicio 7 de fan intransigente del mundo vampírico (1):
"No me creo a los vampiros que beben alcohol, toman café y son repelidos por la verbena".
Bueno, sí, ¿y qué? Un vampiro es ficción pura y dura, no lo olvidemos, por dios, y cada uno se inventa su vampiro como le da la gana. Y es muy divertido verlos beber.
Prejuicio 8 de fan intransigente del mundo vampírico (2):
"Paso de los vampiros a los que les da el sol".
Ya, a Edward Cullen le da y se pone a refulgir. A éstos sólo puede darles si llevan su anillo mágico que aún hoy, en el capítulo 11 de la primera temporada, que es por donde voy, sigue siendo un misterio. A Stefan y Damon puede darles el sol por el anillo. El resto de vampiros no lo tienen. No puede darles. Así son estas historias. Hay que comulgar con ruedas de molino.
Prejuicio 9 de machote acomplejado:
"Paso ya de historias protagonizadas por adolescentes cañón que vuelven locas a las chicas".
Ya, hijo, no me agotes con tus rollos de macho ibérico venido a menos. Si fuera por eso las mujeres no pisaríamos un cine: el 98% de los papeles femeninos los ocupan tías con unos físicos de escándalo. Así que, libérate. Un tío bueno-tía buena llena las salas sólo por su cara bonita. Además, ¿quién quiere ver al feo de los hermanos Calatrava?
Prejuicio 10 de adulto coñazo: "No me interesan las historias de vampiros". Ok, no insistiré entonces, pero igual sí te gustan las historias inteligentes, con una base de amor, una pizca de ironía, tres cucharadas soperas de malote irresistible, cuarto y mitad de humor negro, dos gotas de seductoras miradas, un vaso de misterio sin resolver con traje de época incluido y 200 ml de amor-odio fraternal y eterno.
Así que, como diría Loquillo, dale, "muñeca, una oportunidad"... a los chicos de Mystic Falls.

lunes, 1 de noviembre de 2010

"Los seductores". Eliminando prejuicios


"Si es francesa, comedia, romántica (o ambas a la vez, comedia romántica, aún peor) y encima sale Vanessa Paradis... paso totalmente de verla. Vamos, ni harta de vino". Ésta era yo y ésas eran mis palabras media hora antes de comprar las entradas para "Los seductores". Y menos mal que no me hice caso a mí misma (es lo que tiene pasar del blanco al negro sin transición para según qué cosas) y fui a verla. Porque es una peli bien divertida.

Por partes: el argumento parece que te lo han contado mil veces (normal, todo está inventado), pero, lo reconozco, te hace reír. No pasa nada si os cuento que la historia va de un tío que tiene una "empresa" con su hermana y su cuñado. El tío es una especie de gigoló y la empresa se encarga de deshacer parejas que son aparentemente felices pero que, si rascas... pues eso, te encuentras con que no lo son.

Claro, todo se complica
con una parejita en la que ella es como es y es Vanessa Paradis y el gigoló (Romain Duris) se vuelve loquito. Ella, pija, estirada y distante. Él, paletillo, básico y divertido. Y lo que, en manos de un guionista mediocre, podría ser un pastelón romántico sin pizca de gracia se convierte en una historia chispeante, divertida, rápida y llena de guiños –genial la coña que se traen con "Dirty Dancing", bailecito incluido–.

La historia sólo da un bajonazo
en un momento concreto: cuando aparece el novio. Ahí la cosa flojea y hay unos minutillos algo más débiles, pero, claro, es el detonante para que se dispare la cosa. Y no os cuento más.

Sólo que el prota no es demasiado expresivo, pero está muy bien acompañado por Julie Ferrier, su inteligente hermana, y François Damiens, su cuñado, un gañán simpaticón y muy gracioso. Que ella, Vanessa, no está mal... Tampoco el papel tiene muchas exigencias, la verdad sea dicha. Eso sí, está mona, lleva una ropa ideal y un bolso de Hermés que es una barbaridad... No cuela que ella en la peli tenga 30 años, pues aparenta alguno más aunque muy bien llevados. Si está casada con el bueno de Johnny Depp... desde luego, algo tendrá (vale, algo tiene).

Sin pretensiones, con mucha gracia y sin demasiada mala leche,
la peli te hace salir del cine con la sonrisa puesta y concluye que no hay campiña sin grillos... ni pareja que no tenga unas grietas por las que filtrar las gotas del hastío, la inseguridad y, como consecuencia, el desamor. Ah, también que por muy ideal, rico, altruista, correcto, elegante y generoso que sea tu novio... pocas chicas buenas se resisten a la sonrisa del chico malo, que da peor vida pero más emociones. Ése es el truco. Y ahí está el trato.

viernes, 29 de octubre de 2010

Insoportablemente sentimental. Así me pongo hoy, día 29


Mi abuela Adela siempre olía a limpio y me quería mucho. Cuando era pequeña, bajaba a felicitarme a mi casa, en el pueblo, antes de que yo me fuera al cole. Y me llevaba unas pesetillas y un pañuelo de tela. Aún guardo alguno. Otros fueron víctima de mi torpeza y de las tijeras y terminaron siendo rudimentaria túnica de una Barriguitas sin complejos –siempre quise una Barbie, pero nunca la tuve. Mi infancia son recuerdos de muñecas con zapatos tipo merceditas y algo triponas que, al sentarse, enseñaban unas enormes bragas de algodón–.

Cuando esto suba a la web serán las 00.15 h del 29 de octubre de 2010 (así lo he programado). En ese justo instante, estaré cumpliendo 34 años de vida y, si todo va bien, estaré celebrándolo aquí en Madrid con queridísimos amigos en mi bar de cabecera, al que me unen viejos y nuevos lazos, estrechos afectos, grandes, divertidos y (también) dolorosos recuerdos –"La vida es dolor (también), alteza. El que diga lo contrario miente", dice el dulce Westley en "La princesa prometida"–.

Siempre me ha gustado mi cumpleaños. Debe de ser una cuestión de ego, pero es mi día, y me encanta. En estas fechas, se une mi cumpleaños, la Festividad de Difuntos y Todos los Santos (y ahora el más hollywoodiense y divertido Halloween), y recuerdo, casi de forma involuntaria, a mi abuela Adela. Pero sin dramas ni suspiros. Con alegría. Mi abuela era de otoño y le encantaban las uvas.

Mi abuela Adela nos dejó en invierno, con un frío cruel. Mi abuela era un atardecer con el cielo rojo cayendo sobre el cementerio, camino de las eras. "Abuela, ¿por qué el cielo se pone rojo?". "Porque la Virgen está haciendo pan". Y yo, tan contenta. Y me imaginaba a la Virgen del pueblo, con su mantilla blanca y su vestido bordado en oro, horneando rosquillas. Así es la infancia. Tan presente y tan lejana –30 años han pasado desde esa foto (sí, soy yo) en la que soy sólo mofletes–.

Al verla siempre de luto, con el pelo blanco, de niña pensaba que mi abuela no había tenido infancia. Ni juventud. Que siempre había tenido ese aspecto y esa pena. Mi abuela siempre me decía que cuando muriera, pusiéramos el cuadro de su hija, muerta en la posguerra –es lo que hace la escasez y la ausencia de medicamentos–, junto a su cadáver en el ataúd. Ahora, en estas fechas, mi abuela Adela se envolvía en un mantón negro y bajaba a la Iglesia, que está junto a la casa de mis padres, y luego iba al cementerio, que está junto a su era: según se sube hacia al atardecer.

Y por mi cumpleaños tomábamos milhojas. Y el otoño, al caer tristón sobre la vereda, preludiaba el paso de los rebaños que huían de la inclemencia de la Sierra hacia la cálida Extremadura. El balido, los cencerros, las voces de los pastores, el silbido... eran como una música del frío, de la intemperie. El mastín en el camino. Los caballos.

Me gustan estos días porque huelen a lumbre y a escuela, a castañas y pan. Al pueblo, a mi casa. A mi madre, sobre todo a mi madre. Y no es que me ponga nostálgica, lo justo, supongo. Ya sabemos que vivir de las nostalgias y los recuerdos supone huir de un presente poco satisfactorio. Y no, no es mi caso. Sólo que el día de mi cumple dejo las alas en Madrid y vuelvo a las raíces, a las querencias, a mi pueblín. A comer con mi padre y mi madre. Tengo la necesidad de sentir que en ese momento estoy donde tengo que estar, y no en otro sitio. Ni con otra gente.

Y dicho esto, añado: también me gustan los regalos. Este año me haría feliz esa Barriguitas negra de la foto –la tuve en su día y le corté el pelo a cepillo–, por ejemplo. O dos entradas para ver a Loquillo el día 26. Pero está feo pedir. Así que voy a hacerme yo un regalito ahora mismo. Pocos cantantes y pocas canciones me gustan más que éste cantando ésta.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Damon Salvatore, lo mejor de "Crónicas Vampíricas"


Vale, me rindo. "Crónicas vampíricas" me ha ganado. Y es que a medida que voy avanzando me gusta más. Ay, lo que hace un buen guionista... En resumen, al principio todo parece que no va a pasar de ser una historia de amor adolescente con vampirito amargado. Pero no, la serie está llena de ironía, entre otras virtudes (ojo, hablaré un poco de la serie, hasta el capítulo seis de la primera, puede haber spóilers).

Está bien contada, juega bien con el tiempo, los recuerdos y los sueños. Recrea bien los ambientes y va incorporando personajes que aportan gracia y enriquecen la historia (de hecho, en el sexto capítulo de la primera temporada empieza a formarse una especie de liga antivampiros al más puro estilo de la secta ultra de mi adorada "True Blood").

Pero al tema. Lo mejor de esta serie para mí es el "vampiro malo". Si, otra vez. Y éste es malo, malo (mi Eric es mucho mejor), pero es un personaje muy divertido, lleno de sarcasmo. Un personaje que en medio de la tragedia, que la hay, hace reír, y mucho.

Sirvan para ilustrar lo que cuento un par de ejemplos. El tío es un guaperas (el de la derecha en la foto, Ian Somerhalder, Boone en "Perdidos") y lo sabe y, como no envejece, presume de ello, haciendo chistes del tipo "ninguna chica se resiste a mi encanto, además, conozco algún tema de Miley Cyrus". Y tiene gracia, joer, que un vampiro haga chistecitos con Hannah Montana tiene coña. Y es un vampiro cruel, que mata sin piedad, así que, en uno de los capítulos que he visto hoy, se pega un festín en un cementerio y mata a tres personas. Después llama a su hermanito y éste le pregunta que dónde está: "En el Hilton", responde él. Ah, y cuando Vicky, totalmente colocada, le lloriquea y él le suelta: "Vaya sí, tu vida es patética". Todo esto salpicado de gestitos de indiferencia y frialdad, pero lo mejor que he visto hasta ahora de Damon Salvatore, y llevo seis capítulos de serie, es el bailecito que se ha marcado a ritmo de los Depeche y "escamisao". Pa escojonarse.

Y bien, el patrón se repite (todo está inventado): vampiro bueno y enamorado-vampiro malo que luego no es tal (ya se va descubriendo el lado humano de Damon -cuando va a ver a Helena, mientras ésta duerme, cuando ve la foto de Katherine...-, como descubrimos el de Eric), pero para no aburrir hay que darle matices. Y Damon los tiene, y son muy divertidos. Lo mejor de "Crónicas Vampíricas", sin duda. Uno de esos personajes que, sin ser la serie de las mejores, le dan un gran valor (pasa lo mismo en la segunda de "Prison Break", cuando aparece Alex Mahone).

Os seguiré contando. Mucho se tiene que torcer la cosa para que yo no devore esta serie, como he devorado "Treme", la cual he terminado hoy y a la que dedicaré un post en breve, ya que ahora no viene a cuento extenderse con ella. Pero antes inserto este vídeo de la escena final de la serie. Quizá os anime a verla (me temo que por aquí ha pasado sin mucha pena y menos gloria). No oe preocupéis por posibles spóilers, no se ve nada determinante, pero se intuye lo que subyace por debajo de esa música: un montón de sensaciones y afectos que descubriréis si veis esta estupenda serie de la HBO.

martes, 26 de octubre de 2010

De vampiros y otras movidas otoñales


Ego vero fateor... (Cicerón, Pro Archia). Pero él lo usaba para otra cosa bien distinta. Yo cojo sus palabras para entonar un yo confieso lleno de dulce y culpable satisfacción. Hace unos meses, dije aquí mismo que The Vampire Diaries (Crónicas Vampíricas) no era chupasangre de mi devoción. Pero donde dije digo, digo lo que quiero: ha empezado a gustarme.

Uno de los culpables de que esto sucediera ha sido mi admirado Moltisanti, que me dio diez razones para insistir. Vale, he insistido. Tampoco me ha hecho falta mucho: sólo he visto un capítulo más. Y me ha gustado. Y me ha gustado lo suficiente para decidir que voy a comprarme la primera temporada, que no tardará en caer. Porque es una de esas series bonitas que no quiero ver online.

Vale, es un poco teen, pero no pasa nada.
Está bien hecha y es, sobre todo, muy estética, que es lo que más me llama la atención.
No sé si es que yo ya no tengo capacidad crítica o que estar sin vampiros en serie hasta junio del año que viene (cuando salga la cuarta de True Blood) se me hacía muy cuesta arriba.

Me encantan estos bichos. Y de The Vampire Diaries no puedo decir mucho, porque sólo he visto dos capítulos, pero tiene ingredientes: vampiro malo, vampiro bueno, historia de amor, almas atormentadas, diarios, caserón, cementerio... Es decir, ingredientes sufcicientes para que los amantes del género nos demos por entretenidos mientras dura el capítulo.

Ahora bien, creo que los directores de casting buscan un perfil muy determinado para el vampiro bueno (a ver, ya sabéis que soy de Eric, pero me voy a ceñir a los estereotipos). El vampiro bueno, enamorado y atormentado por el hecho de ser vampiro es un hombre atractivo, de rasgos afilados, mirada penetrante, pelo moreno, cortado un poco "antiguo", así, como con aire romántico. Un poquito duro, pero sin llegar a ser macarra. Sutil, delicado y a la vez fuerte, de los que te salvan si vienen los malos. Visten de oscuro y llevan chupas de cuero, sudaderas con capuchita... Y, claro, tienen la tez blanca y sugerente como un panecillo levemente horneado. Dicho esto, concluyo: Edward Cullen (Robert Pattinson, Crepúsculo), Stefan Salvatore (Paul Wesley, The Vampire Diaries) y Bill Compton (Stephen Moyer, True Blood) guardan un pareceido más que razonable. De todos, me quedo con Bill. Y entre Bill y Eric... pues rojo y en botella, al vikingo, sin duda.

Que cómo lo echo de menos, dios. Nunca pensé que una serie de televisión pudiera influirme tanto y tan para bien o tan para mal (no sé). Ego vero fateor... (again). Es decir, que vuelvo a confesarme: "No me gusta prestar mis series". Nada. No me gusta nada. Las series que compro (que son muchas, a menor gloria de mi discreto presupuesto) las compro porque son importantes para mí. No es una cosa que yo vea y olvide. No. Ni mucho menos. Me gusta tenerlas, volver a ver mis capítulos favoritos, ver las cajas y guardarlas con infinito amor. A día de hoy, sólo las presto sin demasiadas reticencias a mi amigo Manon and Cía. Éste (del que ayer alguien me dijo que es como yo pero en tío) es un tipo muy majo, pero muy peculiar que hoy me ha alegrado la mañana: "Me ha encantado True Blood, y mira que me jode".

Querido Manon, me encanta que te guste porque, aunque no lo creas, me gusta compartir mis gustos. Sobre todo si sirven para que en tu fabuloso hogar, que es también un poco mío (te aguantas), se disfrute viendo a estos vampiros pirados que pueblan las calles de Bon Temps. Además, tienes un privilegio: sois los únicos a quienes les he prestado "True Blood". Digo más: seréis los únicos.

Ay, cómo echo de menos a Eric y Bill,
y hasta a la tonta de Sookie. Para sobrellevar la nostalgia, vuelvo a confesar: voy a celebrar mi cumple, este fin de semana, con mi hermana, mi cuñada y mi sobrina. Hasta ahí todo normal, pero lejos de comprar tartas y engordar, vamos a vestirnos de vampiresas: gasas negras, terciopelos rojos y poco sentido común. Prometo que no habrá fotos.

sábado, 23 de octubre de 2010

Mis tardes con Margueritte


Gracias a las últimas películas de las que he hablado aquí empezaba a sentir complejo de Pitufo Gruñón. Que lo soy, vale, pero también tengo mi lado bueno. Y la peli de hoy me lo ha despertado, y alimentado, y acentuado. Tanto que entre la peli y la luna estoy a punto de echarme a llorar. Más no me vencerás, histeria. 34 años llevo hollando esta tierra con mis ovarios en ristre como para no saber cuando las nostalgias y las penas del día a día se ven pronunciadas por una suerte de fatalidad que tiene un claro origen hormonal. ¿O quizá no? A lo mejor sólo estoy tristona porque tengo motivos para estarlo. Como los tengo para estar contenta. Vale, hoy vencen los primeros. Pero como dice mi adorada Escarlata O'Hara: "Mañana será otro día".


Y ahora al tema. He visto una peli preciosa: "Mis tardes con Margueritte"
("La tête en friche", escrita por Jean-Loup Dabadie y el director del film, Jean Becker, a partir de la novela homónima de Marie-Sabine Roger). Una conmovedora historia de amistad, de palabras, de literatura y de amor. De exclusión y prejuicios. De relación materno-filial, de desamor y frustración. Una historia humana. Bien contada. Bien narrada. Sencilla, sin florituras. Poética, hermosa.

La historia la protagoniza Germain (Gerard Depardieu), un hombre aparentemente embrutecido, prácticamente analfabeto, con una madre borracha que siempre lo despreció y una vida llena de tortura (se cuenta con estupendos flash-backs) y exclusión por su exceso de peso. Un día, en un parque, conoce a Margueritte (Gisèle Casadesus), una anciana encantadora, y su vida cambia. Ella le descubre la literatura, la magia de la palabra y va desenterrando la mente despierta e ingeniosa de este hombre, oculta y escondida por años de maltrato.

De forma paralela, se cuentan las pequeñas (grandes) historias cotidianas de los vecinos y amigos de Germain, su romance con una regordeta y simpaticona conductora de autobuses, la vida de la ancianita en su residencia... pero sobre todo se reflexiona, con mucho sentido del humor y extrema sensibilidad, sobre lo humano: la vejez, el amor, la amistad, el cariño, el rechazo...

Metáforas y versos para narrar un trozo de vida en apenas 90 minutos de metraje, una gran historia, humana, bella y a veces triste, contada sin recrearse en lo sórdido ni en el dolor, llena de esperanza y colores, de flores y de lucidez.
Sencilla, sin pretensiones en la puesta en escena, pero con bellos rincones, cuenta, sobre todo, el viaje interior de un hombre que estaba condenado a ser, desde su nacimiento, una especie de "tonto del pueblo", pero que va mostrando su lucidez, su inteligencia, su chispa..., gracias al acicate que supone en su vida la aparción de esta mujer.

No apta para pesimistas, para aquellos que piensan que todo en el mundo es mezquindad, la peli viene a decir que por mucho malo que haya en nuestra vida, siempre hay alguien que nos ama y a quien amar y que saca lo mejor de nosotros. Y si eso pasa, aunque sea al final del camino, esto de vivir vale la pena.
Y doy fe. A pesar de mi mal día.

martes, 19 de octubre de 2010

Amador=Aburridor


Si no fuera porque a veces tengo medida, le diría a Fernando León de Aranoa aquello de "córtate el pelo y búscate un trabajo". Y a continuación añadiría: "Deja de trincar subvenciones para hacer cutrepelículas con malísimos actores a los que seguramente pagas una mierda. Deja de contar historias con poco cine y mucho documental donde no gastas un euro con ese afán de retratar la realidad. Deja de contar una realidad que no es la que es sino la que tú quieres que sea –o crees que es– desde tu perspectiva progre y totalmente acomodada y burguesa, chaval. Deja de minarnos la puta moral con tus rollos. Deja de decaer: empezaste muy bien con "Familia". Seguiste bien con "Barrio". Te mantuviste con "Los lunes al sol". Y a partir de ahí tu obra es un bajonazo. Lo de "Princesas" fue horroroso: creíste que una chica de extrarradio sólo tiene dos salidas: cajera del Día (con todos mis respetos a las cajeras del Día) o puta (con todos mis respetos a las putas). Y ahora con "Amador" quieres hacernos ver que la gente está tan desesperada que puede ocultar un muerto durante meses en su casa. Pero de qué vas, tío.

Argumento de "Amador" (lo siento por quienes quieran verla): Una emigrante embarazada cuida de un anciano. El anciano muere y ella oculta la noticia para seguir cobrando. Pasan los meses (sí, los meses, con un muerto en la cama). Vuelven los hijos y, lejos de enfadarse, le dicen que siga ocultando al finado para seguir cobrando su pensión unos meses más. Fin.

Mientras tanto, la chica vacía las pastillas que tomaba el abuelete en un tarro, hace un puzzle, coge el autobús para ir a su casa. Coge el autobús para ir a casa de Amador. Pone otra pieza del puzzle. Echa más pastillas a un cuenco y deja a su novio, que es un tío que le pone los cuernos –claro, si eres una desgraciada no te puede faltar de na: poca pasta, malas condiciones y un buen par de cuernos– y vende flores por los bares. En un momento en que, por error, abrí los ojos, escuché que el tipo decía que las flores venían de Colombia. Y pensé: "Hostias, las flores van a tener coca y, como ella le lleva todos los días flores al difunto, la van a trincar y verás qué movida". Pero no. Las flores son flores y la peli es una mierda.

Luego hay un personaje plagiado del mundo Almodóvar (una prostituta ya entrada en años) pero sin la gracia ni la hondura que puede tener cualquier personaje de Almodóvar. ¿Y qué más hay en la peli? Nada más. Bueno, ella, aburrida de hacer puzzles, echar las pastillas del abuelete en un cuenco y coger el autobús, se toma las pastillas y se tumba al lado del muerto (que a estas alturas de la peli tiene que estar en un estado más bien avanzado de descomposición, pero el director, haciendo alarde de su buen gusto, lo ha tapado con una sábana). Pero no sólo no se muere, sino que ni siquiera pierde al bebé.
Ya está. Fin.

Dejo de hablar de esta peli porque me aburro yo sola de recordarla.

jueves, 14 de octubre de 2010

De neurosis y otros líos mentales


No me fío de la gente que no hace las cosas con intensidad. Odio que esté de moda ser un soso, no apasionarse. El otro día, leyendo en el suplemento de El País algunos fragmentos de los escritos de Marilyn –qué pedazo de mujer, qué tristeza la suya– que van a publicar ahora, se decía esto: "La imagen que Marilyn ha dejado de sí misma esconde un alma que pocos sospechaban. De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado". Y no puedo estar más de acuerdo.
No, no os asustéis, no voy a compararme con Marilyn. La salud de mi ego está bien, pero no tanto. Pero si voy a recoger esa afirmación y me la voy a llevar a mis terrenos.

Antes, no hace mucho, me avergonzaba cuando alguien me llamaba obsesiva cuando expresaba mi admiración y amor (sí, le voy a llamar amor. Ya no tengo pudores, y menos ahora que me asomo sin remedio a los 34) por Morante de la Puebla, al que adoro. Sí, ¿y? ¿Dónde está el problema? Sólo su madre es más morantista que yo. ¿Qué pasa? Y nadie sabe el nudo que tengo en el estómago cada vez que voy a verlo torear, aunque luego no haga na, que algo hace siempre –da gloria verlo andar–. No, no estoy obsesionada con Morante. Duermo, vivo, como, sueño, ando y me relaciono con normalidad. Pero Morante me gusta mucho.
Antes, no hace mucho, me jodía que me llamaran loca o friki por ir el mismo día del estreno –o incluso al preestreno– de las pelis de "El señor de los anillos". Por pagar reventa para ver a Springsteen. Por estar seis horas sentada en el suelo esperando ver actuar a Héroes del Silencio en un viaje de ida y vuelta a Valencia cuando la semana anterior los había visto en Sevilla. No, no estoy loca ni soy una friki (o sí, me da igual). Respiro, río y camino con normalidad. Pero "El señor de los anillos", Springsteen y los Héroes del Silencio me gustan mucho.
Antes, no hace tanto, me preocupaba que me llamaran histérica si contaba que me encanta encerrarme sola en casa, cuatro horas, a ver "Lo que el viento se llevó" y llorar a gusto. Y llorar mucho, muchísimo. No, no pasa nada. Voy al cine –mucho–, leo, cocino y paso la aspiradora con normalidad. Pero "Lo que el viento se llevó" es mi película favorita. Y, claro está, me gusta mucho.
Antes, hace sólo unos meses, podía enfadarme que alguien me dijera "adolescente" porque voy a disfrazarme de vampiresa con mi sobrina, mi hermana y mi cuñada para celebrar mi cumple, que coincide con el fin de semana del 1 de noviembre, fecha que me encanta (como todo lo que me gusta).
Me molestaba, incluso, cuando decían "¿es que no tienes nada mejor que hacer?" cuando contaba que había estado siete horas seguidas viendo "True Blood" o "Los Soprano" o "The Shield". No, no tengo nada mejor que hacer porque en ese momento es lo que quiero hacer. No, no soy una adolescente porque ya he vivido el doble que un adolescente, pero me gustaría morirme a los 90 con la misma ilusión que tenía a los 17 o incluso con la mitad de la que tengo hoy. Pero os juro que pelearé por tener, al menos, el doble. Me encantan los vampiros, me vuelve loca "True Blood" y "The Shield" y "Los Soprano". Adoro las series. Estoy currando, se me va la cabeza, y pienso en series. Voy conduciendo y se me ocurren series. Sueño con hacer series. Y creo que la primera va en camino. Pero, a pesar de todo, trabajo, cumplo, me aburro, cobro y pago hipoteca con normalidad. Pero los vampiros y las series me gustan mucho. Y me gustan mucho.
Antes, hace sólo unos días, me provocaba alguna inquietud que me dijeran que busco imposibles, que se me va la olla, que soy una soñadora, que por qué no me echo un novio "normal". Que deje de tontear con lo que no puedo tener. Que me fijara en tal o en cual, que anda coladito, y es tan majo, tan formal... Mataría y moriría por los que amo, que son pocos pero bien elegidos, pero no puedo amar lo que, a priori, no me gusta. Y si no me gusta, no quiero conocerlo más. Lo siento. Pero es que, si alguien me gusta, me gusta mucho (ya lo decía Calamaro: prefiero solamente un beso tuyo, antes que el amor de mil...). Y si me gusta mucho, lo quiero mucho. Porque querer y, sobre todo, sentir... ¡vale la pena!
Y la psicología barata califica de neurosis mi dolencia, tomo nota del diagnóstico y hago una hoguera con las recetas. Si curar mi neurosis significa dejar de sentir (y mucho) prefiero vivir enferma. Y morir sintiendo.
P.D.: Como no sé qué foto poner, pongo una de un personaje que... me gusta mucho.

lunes, 11 de octubre de 2010

"Abel", rollazo de Diego Luna


Si no fuera porque los dos niños son una monada, diría que lo mejor de "Abel" es que dura poco. La razón por la que vi ésta y no "Bright star", que es la que había previsto ver, es porque si veía "Bright star" no me daba a tiempo a pillarme el café en el Starbucks, porque empezaba a las ocho, así que pillé entrada para y cuarto y me metí con medio litro de café americano al cine, que es una de las cosas que más me gusta hacer en el mundo: ver una peli con café del Starbucks, ya que, en ocasiones, lo del café es lo único bueno (vale, sí, es un agua sucia y el Starbucks es una mierda, pero a mí me encanta, sabe a tarde de cine). En resumen, que no me despertaba mucho interés, pero si sólo viera las pelis que me despiertan interés a priori, vería cuatro al año, y eso no puede ser.

A pesar de que el apellido del productor –Malkovich–
puede llamar vuestra atención cinéfila poderosamente, no caigáis en la trampa, por favor. La peli es una chorrada blanda que no se sostiene. La sinopsis viene a ser que un niño, Abel, muy rico, medio autista medio insomne, vuelve con su familia –pobre, claro, si no lloramos menos y eso no puede ser– para ver si puede vivir o no fuera del hospital. El niño asume la personalidad del cabeza de familia y se cree el padre de sus hemanos y el marido de su madre. Cuando el padre regresa, se desata el conflicto. Y es que parece que al niño le dio el desiquilibrio cuando el padre se piró a EE.UU a hacer fortuna y una familia en paralelo. Después de poner a su hermano pequeño (que él lo considera hijo) en peligro, vuelve a ser internado. Fin.

Mientras tanto, es decir, mientras sale y lo internan, vemos la vida de una familia mexicana sin recursos –drama– con un hijo enfermo –más drama–, un padre despreocupado e infiel –más aún– y, como contrapunto, la gracia que hace ver a un niño comportándose como un adulto y hablando como un adulto, que a mí, sinceramente, me hace poca. Aunque es que yo debo de ser muy seria, porque en la sala había público de carcajada fácil, de esos que no sonríen ni ríen levemente, sino de los que sueltan una risa ruidosa y obscena, como si quisieran compartirla y decir: "ya que hemos pagado ocho euros por ver esta mierda, vayámonos a casa diciendo que aunque la peli no cuenta nada, es graciosa, y el niño es una monada".

Personalísima visión del director Diego Luna y bla, bla, bla... dicen las críticas. Y tanto que personalísima. Sólo debe gustarle a él. Y mira que este chico me cae bien, y me parece buen actor (aunque me jodió su comentario antimadridista en la inauguración del Festival de San Sebastián: "este festival es tan perfecto que mañana va a venir aquí el Real Madrid a perder", dijo. Comentario desacertado y fuera de lugar. Y además el Madrid ganó). Pues eso, que tan desacertado como el comentario ha sido el planteamiento de esta peli. Además, estoy un poco cansada de este hiperrealismo doloroso, triste, gris y frío.

Para más inri, ayer, a eso de las seis, que yo llegaba de viaje, con la maleta en el portal, me llama mi amiga María del Mar: "Corre, vente a los Ideal, que está Benicio del Toro". "No puedo, estoy recién llegada, me pillas subiendo la escalera. Si voy, iré más tarde, a eso de las ocho, y a los de Plaza España, como siempre". Y así lo hice. Y yo también me encontré a un famoso: Amenábar. Que sí, que es muy listo y su cine mola un güevo, pero ya está. En cambio, Benicio del Toro es, a mi modo de ver las cosas, objeto de deseo de cualquier mujer heterosexual que se precie. En resumen, que ayer no era mi día. Sólo lo salvó el café. Y a esta entrada lo que la va a salvar es que paso de poner la foto del niño de "Abel", por mono que sea, y voy a poner a Benicio, en honor a María del Mar, que se lo encontró así, de sopetón (mucho mejor que encontrarse un billete de 500), y porque, qué coño, a mí me gusta mucho más.