El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

jueves, 31 de diciembre de 2009

El caricaturista


Luis tenía un don: leía el alma de las personas al mirarlas, y después las dibujaba. Luis veía a alguien, rápidamente adivinaba las características principales de su personalidad y, basándose en ellas y en sus rasgos físicos, hacía unas preciosas caricaturas con las que se ganaba la vida en la Plaza Mayor. Luis nunca había trabajado en una oficina ni había tenido jefes. Se fue de casa con 18 años y había errado por todo el mundo. Ahora, con 42, había “medio” sentado cabeza en Madrid, donde vivía con Ana. El día que ella llegó a su vida, llovía como si el mundo fuera a acabarse. Él estaba refugiado en un soportal, fumando un cigarro y “agarrado” a un vaso de café con leche. La vio cruzar la plaza corriendo, sin paraguas, empapada bajo la lluvia, con el aire jugando con la gabardina y su pelo a su antojo, luchando contra los elementos y sus tacones... hasa que se cayó. Él, un caballero, fue a socorrerla y le ofreció refugio y café, algo que ella rechazó con una sonrisa y con los ojos bajos, mirando al suelo, avergonzada, algo abochorada. A él le encantó su timidez. Y supo que era una mujer cándida, dulce, buena. Y se enamoró. Volvió a ofrecerle café y su taburete para que descansara y se repusiera y, ante la insisitencia, ella no supo decir no. Mientras compartía la primera charla de su vida con ella, esbozó en su lámina su bella sonrisa, el brillo de sus dientes, el arco perfecto de sus cejas, el rubor de sus mejillas, la claridad de su mirada... Luis supo que Ana era una mujer sin dobleces. Unos minutos después, cuando la lluvia hubo amainado, la joven explicó que debía marcharse. Él enrolló la lámina, se la regaló y le dijo que la abriera cuando estuviera en casa. Pero ella no se resistió y, al doblar la esquina, la abrió. Quedó fascinada. Nunca nadie jamás la había dibujado tan bien. Le encantaba. La enmarcaría. Pero si el dibujo le sorprendió, aún más lo hizo la leyenda que había junto a la firma: “Si quieres pasar el resto de tu vida conmigo, ya sabes dónde encontrarme”.
Y así empezó todo. Ahora, tres años después, son una pareja feliz. Él sigue dibujando en la calle y ella continúa en la agencia de publicidad. Tienen una vida tranquila. Pero alguien vino a enturbiar tanta armonía.
Era una mañana de primavera. Luis puso su caballete, como cada día, y esperó a  sus clientes. La primera, una divertidísima turista alemana, bonachona y regordeta que Luis pintó encantado,  de buen humor. El segundo, un ejecutivo agobiado que se había tomado la mañana de asueto. Estaba semideprimido y a punto de divorciarse. En fin... una caricatura de las grises. Luego llegó un hombre con halo misterioso, tocado con un sombrero, al que Luis se sentía incapaz de dibujar. Rompía una lámina detrás de otra mientras el hombre permanecía impasible, sin hablar. Agotada su paciencia, Luis le pidió que se marchara. El hombre se levantó y le dijo: “No he venido a que me pintes a mí, he venido a encargarte tu autorretrato. En una semana vendré a por él. Te pagaré tanto que ni te lo imaginas”. Y se marchó.
Luis se quedó asombrado y se propuso olvidarlo, pero no podía. Aquello le quitaba el sueño. En vano, intentó decenas de veces autodibujarse, pero no logró nada. Una semana después, tal como había dicho, el hombre llegó a recoger su encargo. Se encontró el puesto de Luis vacío. En su caballete, una lámina en blanco firmada por él y con una frase: “No me conozco”. Jamás nadie, ni siquera Ana, volvió a saber de Luis. Su paradero aún es un misterio.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Tres de la temporada tres de "True Blood"

Sí, sólo son tres segundos, pero menos da una piedra. Tres segundos de promoción de la tercera temporada de "True Blood" y algún que otro chisme que he leído por ahí, como que Lafayette –cuidado, si no has visto la segunda, puedo calzar algún spoiler sin darme cuenta y sin maldad, claro– tendrá novio (pareja, amigo con derecho a roce…) en la tercera temporada. Dicen que Alan Ball está buscando a un actor latinoamericano de unos 30 años para interpretar a alguien que despertará aún más la lujuria del traficante de "V". También parece ser que la ayudante de Eric –pedazo vampiro, quién quiere un nórdico si puedes tener un sueco como ése, mi hermana dixit mientras hacía el otro día la cama– se va a descubrir como homosexual... y otras cosas como la aparición de una nueva mujer en la vida del planito de Jason.
En estos tres segundos no vemos casi nada, sólo percibo la sensación de que pocos instantes después de empezar la tercera temporada sabremos quién ha secuestrado a Bill y dónde anda. Luego vemos la cara de preocupación de la enamoradísima Sookie, a Sam y a Jessica sacando los dientes.
En fin, que esto me sabe a poco. Pero quizá mañana, en ver las 12 jodidas-cursis campanadas, me lo ponga cuatro veces seguidas. Eso si a las doce no estoy dormida, como Senisienta...

martes, 29 de diciembre de 2009

Su escritor favorito

Me encantaría tener tiempo para  hablar de la segunda temporada de The Wire, que ya la he terminado, pero "cagón la Navidad" y en el mogollón de curro y en el "no paro en casa". Pues eso, que os calzo otro relato.



Su escritor favorito. Por Luisa Tomás
El domingo amaneció lluvioso, como todos los del último mes; como todos los de su alma. Rutina dominical, más plomiza que la laboral: chándal y paseo con el periódico bajo el brazo, cafetera a rebosar, croasán y dos horas de información escrita en el sofá de casa. Sola. Como todos los domingos.
La soledad huele a frío. Leyó esa frase y se le rompió el corazón. Así sentía ella la soledad, como frío, como frío de metal que corta y que duele, como hielo afilado. Y así se titulaba el artículo que ese día publicaba su escritor favorito, fiel a su cita del domingo. Devoró sus palabras con devoción. Para ella, esa página, la última del suplemento del periódico, era ya un espacio familiar, un rincón en el que refugiarse de la tristeza lluviosa de los domingos por la mañana, tan grises. Otra vez, volvió a llorar leyendo a su escritor favorito.
Había leído todas sus novelas, sus colecciones de cuentos, sus ensayos y hasta las traducciones que había hecho de obras de otros autores. Y, por supuesto, seguía con verdadera entrega su participación semanal en el suplemento del periódico. Acudía a las firmas de libros, a las presentaciones de sus novelas y a cualquier acto en el que él participara. Además, sin que él lo supiera, formaba parte de sus ensoñaciones eróticas, o más bien sentimentales; ya que si bien él no era un hombre que pudiera calificarse como irresistible físicamente, para ella tenía un atractivo muy poderoso que lo convertía en potencial pareja ideal. Eso, a pesar de arrastrar fama de soltero militante y convencido, de hombre altanero y poco dado a mostrar afectos y de tener 20 años más que ella.
Se sirvió otro café y empezó a hojear con desgana el periódico (aburrida realidad en blanco y negro). Las páginas de cultura despertaron su interés y sus ganas de ponerse un vestido bonito: la cara de su escritor favorito aparecía con una media sonrisa como uno de los protagonistas de un acto que invitaba a la promoción de la lectura y que se celebraba esa misma mañana de doce a dos. Cogió uno de los pocos libros de él que le quedaban sin firmar y en menos de una hora ya estaba haciendo cola para recibir de nuevo su dedicatoria, siempre tan clara, con pluma azul. Ella se ponía muy nerviosa al verlo, se quedaba anulada, muda, paralizada. Su presencia hacía que ella perdiera la capacidad de reacción, algo que lamentaba, porque se le ocurrían mil cosas que decirle sobre este o aquel personaje, sobre el final de tal novela, sobre las primeras líneas de aquella otra… “Hoy va a ser distinto”, se decía para sí. “Hoy me atreveré a hablar con él”. Cuando llegó su turno, sólo acertó a decir: “La última vez, me escribió usted una dedicatoria preciosa. Es para…”. Pero ella no llegó a decir su nombre, porque él la interrumpió: “No es fácil recordar qué te escribí aquella vez. Sois demasiados rostros, pero recuerdo bien el tuyo. A ver si la de hoy la supera”. Y ella enmudeció, no pudo decir nada más. Estrechó su mano y se fue apretando el libro contra su pecho. Al salir del meollo, se sentó en un banco y abrió ansiosa la novela para leer lo que él había escrito. Acompañadas de un número de teléfono, su elegante pluma azul había escrito estas palabras: “¿Querrás recordarme la dedicatoria que te escribí mientras cenamos?”.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Del desamor a Roma


El desamor. El reloj arrastraba las horas con una tristeza que le dolía en los huesos. Demasiado silencio para una tarde de mayo. Sólo el insistente y metálico tic-tac rompía la agonía callada del sol al ponerse sobre su terraza. No había primavera ni lluvia capaz de darle aliento. Sentía un peso de sal sobre su corazón, una música fúnebre aplastando su alma. Mil y una veces había saboreado las hieles del desamor, pero ésta las sentía más profundas. Ancladas en lo más hondo de su ser, hiriendo a carne viva con una crueldad invasiva.
La soledad. Lo pensaba y no podía parar de llorar. Lloraba y dormía de puro cansancio. De nuevo la soledad y la pena; el abandono y la pérdida. No veía luz ni esperanza ni consuelo. Y maldita la gana de tenerlo. Nadie entendía su dolor. El paisaje desde su sofá era desolador, sentía su salón con la frialdad de un viento seco en invierno: la tele encendida y sin volumen; el mando sobre la mesa, envuelto en kleenex. En el suelo un libro que no quería leer y el reflejo de un tímido rayo de sol que no quería mirar.
El falso consuelo. Apagó el móvil y descolgó el fijo. Necesitaba incomunicarse. Por primera vez sentía que de nada servían las llamadas y mensajes que invitaban a recuperar la vida social. “Venga, arréglate y nos vamos de copas. Deja ya el lloro y quítate el pijama. ¿Prefieres que vaya a tu casa, vemos una peli y comemos chocolate? Anímate y vente este fin de semana a una casa rural. Venga, no seas así. No puedes deprimirte. Si se veía venir... Venga, el mundo está lleno de gente. Seguro que  conocerás a alguien aún mejor”... Escuchar eso era lo que menos le apetecía. Agradecía las buenas intenciones de sus amigos, pero necesitaba su duelo. De nada servía vestir de Carnaval la Cuaresma. Solapar las tristezas con diversión era un falso consuelo que no signicaba recuperar la alegría.
La resurrección. Al incorporarse para ir al baño la cabeza parecía explotarle. Y el espejo le devolvió una imagen de sí misma que deploraba, pero pronto su mirada empezó a buscar otra perspectiva y su decaimiento empezó a tornarse en aceptación. Secó sus lágrimas con una toalla y presionó sus ojeras con la yema de los dedos. Esbozó una leve sonrisa y lo que cualquiera juzgaría como gesto de locura, de desequilibrio, a ella le pareció señal inequívoca de resurrección.  Era la hora de salir a regar. 
La vida. El último sol del día dejaba caer su brillo sobre los ladrillos de la terraza. El calor del suelo se confundió en sus pies con el agua que salía a borbotones de la manguera. La sensación le produjo escalofrío. Y pensó, al ver el agua deslizarse entre sus dedos, que el desamor –con su componente de drama– es una parte más de la vida, como la risa, sólo que mucho más fría.
El amor. En cuanto al amor, suponía que es algo parecido a la generosa mirada del reencuentro; al saberse pleno con la sola sonrisa del otro; al leve tacto de una caricia a escondidas; al aroma que queda en la ropa después del último abrazo –por mucho que se lave y aunque uno no recuerde lo que llevaba puesto–. Al agua que llega a borbotones, que moja y ni atrapa ni ahoga; que da dulzura a los besos y amargor a las lágrimas; que acaricia y araña. Pensó que amor es, en definitiva... poner Roma al revés.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Chris nos desea buen invierno


De acuerdo. Anticipándome a esta estación venidera, dejadme desearos a todos y a cada uno de vosotros  buen invierno.
La nieve preciosa, rellenando el cielo y la tierra debajo,
en los tejados de las casas, en la calle, en la cabeza de la gente que conoces,
bailando, flirteando al compás.

Oh! la nieve, la nieve preciosa.
Como los copos se juntan y ríen mientras se van, girando hasta enloquecer de diversión,
juegan con el regocijo de todos, persiguiéndose, riendo, apresurándose.

Ilumina la cara y chisporrotea los ojos.
Incluso los perros con un ladrido o un brinco quiebran los cristales que se forman.
La ciudad está viva y su corazón reluciente para dar la bienvenida a una nieve preciosa.

Está ocurriendo señores, digan hola a los copos.








viernes, 18 de diciembre de 2009

"The Pacific", en marzo


¿Será tan buena como "Hermanos de sangre"? Ojalá. Pero, sin duda, es una gran noticia que Canal+ la estrene el 15 de marzo, a la vez que la HBO. Por primera vez en la historia de la televisión, dos canales harán que coincida el estreno de una serie.

Se trata de una producción bélica de Steven Spielberg y Tom Hanks y está considerada la sucesora de la extraordinaria serie "Hermanos de sangre". Se emitirá simultáneamente en EE.UU. y en España, doblada al castellano.
Es una buena noticia. Y estoy deseando verla. Si se parece a su antecesora, estoy segura de que estamos ante un gran producto. Diez horas de buen cine. Lo estoy deseando. 
Vía: Plus.es

jueves, 17 de diciembre de 2009

...¿Y las chicas?

Las actrices más atractivas de la televisión.
No están todas las que son y etc., etc., pero en vista de que casi todos mis pocos lectores son chicos y hoy no tengo tiempo de escribir nada, os pongo un puñadito de chicas de serie para ver cuál es gusta más. Y no vale sólo por guapa.
De todas éstas yo me quedo con... Kate, sin duda.
¿Vosotros?


lunes, 14 de diciembre de 2009

En mañanas como ésta...


...tengo la sensación de estar en el lugar equivocado. Totalmente. Que esté nevando y yo esté viendo una persiana gris que no puede subirse porque, si se sube, refleja en la pantalla de mi compañero va contranatura. Si nieva, hay que ver nevar. Pero no sólo eso, también tengo la sensación de estar en un lugar equivocado cuando veo un telediario y tratan una nevada el día 14 de diciembre como un exotismo. Nieva y es normal que nieve venga de dónde venga esa nieve: de un frente siberiano o del viento frío de las Azores. Qué más da. Nos hemos acostumbrado a vivir sin clima: no queremos pasar frío en invierno ni calor en verano, y eso creo que nos hace blandos. Ayer, viendo la estupenda "Hermanos de sangre", con la compañía sufriendo en los bosques nevados de Bastoña, sin ropa de invierno, casi sin alimentos y cercados por nazis, además de reconocer su valía pensé que hoy ya no hay hombres capaz de llevar a cabo esas hazañas. Honremos su valor.

Hoy, al amanecer, he deseado otro lugar, con más nieve. Escuchar otras voces que no hablaran de crisis, ni de Berlusconi, ni de este falso temporal que se resume en dos copos y tres atascos. Habría preferido las palabras de Chris: "Aquí Chris de la mañana, en la K-OSO, emisora de la cadena de comunicaciones Minnifield. Vamos a hablar del tiempo. Hace frío chicos, un frío helador, ese frío que hiela el espíritu a cualquier muchacho o le convierte en acero. Por cierto, esta mañana encontré un guante de hombre en la acera delante del estudio, es de la mano derecha. Se que por ahí andará su compañero y su dueño muerto de frío, deseando recuperarlo. Recordando "Lo que el viento se llevó"... 
Y sigue, y sigue, pero el post sería demasiado largo y yo me pondría a hablar de "Lo que el viento se llevó" y jamás acabaría.

En fin,  celebremos la nieve (aunque sí, también creo que está sobrevalorada –para lo bueno y para lo malo–, sobre todo por aquellos que jamás han sufrido sus inclemencias). 

sábado, 12 de diciembre de 2009

Espérame en el cielo


La primera nieve del invierno trajo a su vida, tan apagada, la luz del recuerdo. Miraba por la ventana mientras recolocaba su moño blanco con unas hermosas peinetas de nácar: la apacible blancura del paisaje se le antojaba perfecta, límpida, como una cama recién hecha con sábanas de hilo cuidadosamente bordadas. Los copos caían lentos, caprichosos, dejándose mecer por el aliento perezoso y negro de las chimeneas.
El fondo verde de los pinos, el cielo preñado, como si quisiera desplomarse sobre los tejados a medio cubrir, las pisadas de las vecinas que habían bajado a por el pan, el ladrido lejano de un perro, el viento caprichoso envolviendo las copas de los árboles y aullando tímidamente, como si quisiera escaparse, componían una postal que la llevaban a otros tiempos más felices, a días sin soledad.
A días de pan y risas, de batallas de bolas de nieve, de niños alborotando la casa, a días de escuela, de gripe con el pequeño, de no parar, de no comer, de remendar, coser y zurcir, de recoger, peinar, cocinar... A días de compartir. De jugar con sus hijos. De hablar con él. Él, que se había ido hacía ya cinco años, una tibia madrugada de mayo, cuando su corazón, cansado de latir, le dijo adiós para siempre en la cama que habían compartido durante más de sesenta años.
Un escalofrío recorrió su espalda y se agarró con fuerza a su toquilla de lana, como si quisiera abrazarse.
Miraba... y recordaba las largas noches de invierno. Sus cinco hijos dormidos en las alcobas y ellos acurrucados bajo la colcha de lana que tejió el invierno que estaba encinta de su hijo José Antonio. Y la nieve, implacable, cayendo despaciosa sobre el alféizar de la ventana al amanecer, cuando los primeros rayos de luz se escapaban perezosos entre las nubes cargadas de frío, entre las montañas coronadas de blanco.
Las lágrimas humedecieron sus ojos apagados, agotados de tanto mirar. Había vivido más de ochenta veces el mes de enero, pero nunca el frío había calado tanto en su piel, jamás había temblado como temblaba ahora.
La leña ardía alegre y chispeante en la chimenea. Y, por un instante, albergó en su alma la vana ilusión de verlo sentado junto al fuego, con su cigarrillo en la boca, canturreando, con uno de los niños sentado en sus rodillas.   
Y rompió a llorar de pena al recordar su voz y sus brazos, tan fuertes, tan poderosos. Sabía que ni hijos ni nietos, aunque aliviaban su ausencia, podrían tapar su hueco jamás, el vacío que había dejado en su alma.
Y rompió a llorar de alegría por todo lo vivido, por haber sentido el amor, la dicha, el trabajo, la familia.
Sentía su corazón cansado de andar pero reconfortado, pues albergaba la esperanza de que un día, no muy lejano, sus manos se volverían a entrelazar en un abrazo eterno, sin prisas, sin frío, sin final.

viernes, 11 de diciembre de 2009

La grandeza de "Los Soprano"

No sé exactamente por qué "Los Soprano" es tan buena, pero tengo una ligera sospecha. Además de por cómo está hecha, los personajes y todo eso, hay algo de "Los Soprano" que trasciende. Me explico. No es una serie de una familia mafiosa; es eso y es más. Y en ese más está todo lo que no tienen las demás. A ver, si Tony en dos minutos con su psiquiatra habla de todo esto:
1. Soy un buen tío, tengo mi parte buena a pesar de dedicarme a lo que me dedico (ya hemos hablado aquí de esto. Todos tenemos parte buena y mala, el ying y el yang y todo eso. Ya lo dice Chris Stevens en "Doctor en Alaska", ya lo ejemplifica Tony)
2. En la vida "hay algo más" (¿?... ¿algo no sensorial?, ¿no tangible...?). ¿El qué? Que cada cual elucubre.
3. La relación con la madre. Ése no despegarnos. Esa unión eterna. Además, muy bien contado, con la metáfora del bus. Es genial. Es así pero nos rebelamos, ¿por qué no seguir nuestro camino?, ¿por qué estar intentando continuamente volver al vientre materno? Y si tienes  una madre normal, vaya; pero si tu madre es la de Tony... ¡prepárate!
Todo esto en dos minutos, en una conversación que en la serie es una más.
De fondo, lo que la doctora desea a Tony, su secreto –esa violación no contada, que Tony habría vengado gustoso–, lo seducido que Tony se siente por ella, las estupendas piernas de la doctora... Ver a todo un capo desnudo de caretas, entregado a su verdad....
En fin, que me encanta. Ahí va, para los que no os acordéis del momento:

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Algo sobre Tony Soprano


Últimamente, estoy "reviendo" "Los Soprano" porque mi hermana los está viendo ahora. Y yo me apunto encantada. Y entre las muchas conversaciones que esta serie suscita, hay una que nos ocupa y preocupa: el encanto de Tony Soprano. Veamos. Tony es un gángster. Un delincuente. Con una mano sujeta el móvil por el que manda a matar y con la otra le da la vuelta a las chuletas en la barbacoa familiar. Es un buen padre (creo) y podría ser un buen marido (no sé exactamente qué quiero decir con esto) si no le perdieran tanto las faldas. Pero él es así. Tony encarna en su oronda figura lo bueno y lo malo del ser humano –y en ambos extremos somos capaces de empatizar, no es más delincuente que otros no considerados gánsters en esta sociedad, ya me entendéis–. Es difícil hablar de un personaje tan complejo en sólo unas líneas. Porque Tony tiene un proceso que desgrana con ayuda del psicoanálisis y que tiene que ver con la relación con su madre (quizá eso también lo lleve a ser como es con las mujeres).
Tony no es guapo, pero es atractivo. ¿Por qué? ¿Todas las mujeres que vemos cierto atractivo en Tony –y somos muchas– estamos enfermas? No, no lo creo. Hay un lado encantador dentro de este cabroncete gordo: una espalda ancha, poderosa, las manos fuertes, su lado homersimpsoniano (horas de tele con palomitas y cerveza o coca-cola, su adicción a la nevera, salir a por el periódico en albornoz, es un voraz comiendo), su sentido de la lealtad... y, por qué no, vivir al límite, fuera de la ley, lo que le da a la aburrida vida familiar de jardín y patos en la piscina la chispa que le falta a lo cotidiano. Un marido como Tony Soprano es mucho mejor (así, en frío, sin pensar en las consecuencias) que un funcionario (con todos mis respetos a los funcionarios) hastiado que no te dé ni un problema, que un encorbatado director de una sucursal bancaria. Además, Tony es ocurrente y es divertido. Muy divertido. ¿Quién se apunta a ver un partido y a tomarse unas birras con Tony? Todo el mundo. Y lo mejor: la sonrisa. Tiene una sonrisa del niño que no fue (por culpa de la madre) atrapada en un peligroso corpachón de capo del crimen organizado. Y esa contradicción es genial.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Desde el callejón


Como cada noche a esas horas, Sara, la oronda camarera del “Track Café”, había salido a darle algo de comer. Un plato caliente que reconfortaba su cuerpo y lo reconciliaba de nuevo con el mundo. En el callejón se oía una dulce música de vals y él imaginaba que alguna pareja de enamorados bailaba al son de sus delicadas notas, abrazada con ternura.
La noche era fría, pero él ya tenía su rincón. Llevaba años durmiendo allí, con su cama de cartones estratégicamente colocada sobre las tuberías de la calefacción del “Track Café”. Por el día, iba al comedor de la parroquia del barrio, pero sólo pisaba el albergue para asearse un par de veces por semana. No quiería ni oír hablar de la posibilidad de dormir allí. No quería normas ni horarios. Era un vagabundo, no un preso. Y, además, le gustaba vivir la noche, “su” noche. Conocía a la gente del barrio y disfrutaba observándola. Su callejón era un buen lugar para hacerlo. Al caer la tarde, pasaban por allí almas solitarias, amantes clandestinos y señoronas en busca de amor, con la tristeza camuflada en carmín y cuellos de visón, que buscaban calor y consuelo en el “Track Café”, un local de esos que ya no quedan, con sillones de escay y mil historias de desamor y soledad en sus paredes.
Casi nadie reparaba en él. Se habían acostumbrado a verlo allí, sentado, fumando un pitillo, leyendo o fingiendo que leía. Era parte del paisaje. Pero él lo veía todo y lo sabía casi todo. Había visto a Inma, la de la panadería, la que le regalaba deliciosas magdalenas, llorar desconsolada por Ángel, el de la administración de loterías, a quien amaba con locura y quien, a pesar de las promesas, no se había separado de Juana, esa señora rubia y simpática que cogía el autobús a las siete y cuarto de la mañana para ir a trabajar al otro lado de la ciudad. Había visto a Lorenzo, el del quiosco de prensa, salir tambaleándose del “Track Café”, borracho como una cuba, a las tantas de la madrugada, sin ganas de volver a casa, deprimido y hastiado de soledad y frío desde aquella triste Navidad en que un cáncer se llevó la vida de Rita, su guapa mujer, aquella señora tan buena que lo invitaba a cenar cada Nochebuena con ellos, que le daba ropa de Lorenzo y que le bajaba termos de café caliente en las mañanas de invierno. Sabía que Julián, el que vivía en el número 3, engañaba a su novia con Ana, la de la peluquería de la esquina, y que Ana, en realidad, estaba enamorada de Mario, el dueño del “Track Café”, del local de la peluquería y de la panadería, un hombre alto, engominado y con traje. Un “triunfador” hombre de negocios al que Sara había tenido que llevar más de una noche a casa porque le gustaba demasiado el whisky.
Aquella noche, como tantas otras, al recostarse sobre sus cartones y taparse con la manta que le había regalado Rita unas semanas antes de morir, volvió a sentirse tan afortunado como solo. El vals seguía sonando a lo lejos, cálido y envolvente como la sopa que le había dado Sara para cenar; los enamorados, seguramente, seguirían abrazados tras alguna de aquellas ventanas en las que se veía luz. Y él, dueño absoluto de su vida y sus sueños, se durmió imaginando que eran Sara y él quienes protagonizaban aquel baile en un lujoso salón con paredes de viento y techo abierto a la pálida luna de diciembre.

Creative Commons License
Desde el callejón by Luisa Tomás is licensed under a Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported License.

sábado, 5 de diciembre de 2009

El entierro


El día del entierro de su marido, Luisa se mostró triste, pero íntegra. Con un vestido negro, un moño alto y unas enormes gafas de sol, representaba a la perfección el papel que esa tarde tenía que representar. Seria y agradecida, recibió el pésame de toda la comitiva, de los amigos y todos los compañeros de bufete de Mariano: “Es una lástima... Tan joven...”, decían unos. “Era un buen hombre y un excelente abogado”, soltaban entre suspiros otros. “Cómo lo sentimos”, se despidieron los Aliaga. “Llámanos para lo que sea”, dijeron los Jiménez mientras apretaban sus manos. “Hija, estamos aquí para lo que necesites”, dijeron sus suegros, y la abrazaron abatidos. Recibidas las condolencias y escuchadas las mentiras –sabía que no podría llamar a los Jiménez para lo que fuera, que sus suegros no estarían para lo que necesitara y que Mariano no había sido un buen hombre–, Luisa cogió de la mano a su hijo Iván y emprendió con él el camino a casa.
La tarde, propia de una primavera temprana, empezó a cubrise de gris. El viento arrastraba los primeros aromas de un renacer que se auguraba esplendoroso. Una suave pelusa de pólenes se arremolinaba en las aceras y provocaba un cosquilleo insoportable en la nariz preadolescente de Iván, huérfano de padre con tan sólo trece años. El niño a duras penas aguantaba el molesto picor en la cara y necesitaba estornudar, rascarse... pero no quería, por nada del mundo, soltar la mano de su madre, romper el silencio que la rodeaba, interrumpir sus acompasados y firmes pasos. Las fuerzas de la naturaleza quebrantaron la voluntad de Iván y al chico se le “escapó” un sonoro estornudo que ni siquiera fue capaz de silenciar o contener poniendo su mano izquierda, la que tenía libre, en la boca. Iván levantó la vista y miró la cara de su madre, a la espera de un gesto que pudiera delatar su estado de ánimo. Y entonces, por primera vez en años, la vio llorar. Luisa lloraba en silencio, y ahora sí de verdad, apretando con fuerza la mano de su hijo. Pero sus lágrimas no eran amargas, tampoco eran alegres. Luisa lloraba confundida porque no sabía cómo se sentía.
Cinco años atrás, cuando a su marido le dio el infarto, con tan sólo 40, no se separó de la cabecera de su cama, y en los momentos en que su vida corrió peligro, sintió por primera vez lo que sentía el día de su entierro: alivio y culpa, culpa por el alivio.
Iván miraba complacido las lágrimas de su madre. Sabía que necesitaba llorar, ya que llevaba mucho tiempo acallando el llanto, asfixiando el dolor, camuflándolo a golpes de maquillaje y fúnebres gafas de sol. Aunque fingía dormir, Iván vivía cada noche una pesadilla de gritos y ruidos y temor. Sabía que su madre estaba paralizada por el miedo y por las amenazas de separarla de él si pedía el divorcio, por eso ahogaba su tristeza y aguantaba sin chistar. Habría soportado cualquier cosa con tal de verlo crecer.
Iván también sabía que ahora callaría él, y callaría para siempre. Noches atrás, poco antes de que a su padre le diera el infarto que acabó con su vida, él abrió sus tres botes de cápsulas. Con sus manitas, separó las dos partes de cada pastilla y manipuló, mezcló y recolocó a su antojo las dosis de polvito de cada una de ellas. Una por una. A nadie le sorprendió que Mariano muriera de un infarto. Estaba delicado del corazón desde que sufrió el primero.
 Creative Commons License
El entierro by Luisa Tomás is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¿Antena 3 hace una de vampiros?

No salgo de mi asombro. Leo la noticia y me echo a temblar. Vale, no tengo fe en la ficción española, ¿y qué? Pero es que los antecedentes hablan por sí solos. No hay ni una serie española, ni una, que despierte en mí ningún interés. Las que arrasan (en plan "La Señora") son tontas y burdas. Con personajes planitos, sin conflicto, ni crecen ni disminuyen. Con villanos de poco peso y galanes con menos carisma que un pan sin sal. No hablemos de ellas, por dios, que tienen la misma cara para sonreír que en el entierro de su padre. Alucinante. Ahora, Antena 3 se apunta a la moda vampírica y dice que hará una serie de vampiros con historia de amor y esas cosas. Es decir, algo que ha sido mil veces contado, y muy bien contado. No sé muy bien cómo piensan innovar (no confío en el elenco, ya imagino a Miguel Ángel Silvestre –sin recursos ni registros– mordisqueando a la insulsa Amaya Salamanca –con su eterna mueca–), ya pueden inventarse algún vampiro cachondón y moverlo por un mundo con personajes de interés. Tienen buenos referentes, sobre todo en "True Blood", pero no conseguirán más que –al igual que con Doctor Mateo (Doctor en Alaska), Hospital Central (Urgencias)– una vulgar copia. Me apuesto la yugular, sobre todo si andan por ahí sueltos Bill o Eric:

jueves, 3 de diciembre de 2009

Futboleando


"Buscando a Eric" es una película genial. No sé si sabéis de qué va. A grandes rasgos y sin fastidiarle la peli a nadie que no la haya visto: un tipo con una vida bastante miserable y deprimente tiene un héroe: Eric Cantona, jugador del Manchester. Al tipo no le vienen las cosas muy de cara, pero Cantona irrumpe en su vida (se sale del póster) y le echa una mano tirando de su, a veces dudosa, filosofía y concepto de la vida, el juego, la superación, la venganza, la justicia...
Bien, la peli me gustó. Me pareció muy original. Pero lo que más me gustó es cómo Ken Loach (sí,  parece mentira) recoge el rugido de un campo de fútbol y lo lleva a las salas de cine. El grito, la pasión, la victoria, el estupor, los nervios, esa emoción incontenida, miles de almas gritanto gracias a un movimiento efímero, de segundos, rápido, inteligente, lleno de fuerza y, lo que es más grande, nacido de un hombre, no de un dios. Dijo un sabio que el fútbol es el circo de nuestros días y también el teatro, porque contiene drama. El fútbol sin drama no existe. Si no te fastidia perder, si no te alegra ganar... el fútbol no es nada. Y lo comparto.
No voy a caer en la tentación de decir aquí cuál es el equipo de mis amores y mis dolores, pero sí de la necesidad de tener héroes. Y los futbolistas –algunos– son los héroes de nuestros días. De niño, uno necesita superhéroes –modelos que no son de nuestra familia, no son nuestros padres, un refugio íntimo, nuestro, donde uno se esconde cuando lee un cómic, un cuento y fantasea–. Necesitamos admirar sus valores: valentía, pundonor, sentido de la justicia. De mayores, necesitamos héroes, un refugio para salir de la oficina con la mente, poner un gol en youtube y elevarnos durante dos minutos... Y, sobre todo, necesitamos héroes para recuperar la infancia y, durante 90 minutos, volver al patio del colegio.
Por eso, hablar de fútbol y juntarlo con la política o/y el dinero es una vulgaridad. El fútbol es el patio, la rivalidad, los nervios en el estómago, un grito espontáneo, la victoria, la derrota y la frustración. Sentimientos, todos ellos, necesarios. El fútbol es un juego de héroes, la colección de cromos.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

De entre todas, la mejor


Supongo que el primer puesto es indiscutible. "Los Soprano" es la mejor serie de la década. Me lo creo, la verdad. Es una serie absolutamente genial. Es inteligente, tiene un gran guión, está bien hecha y los personajes gustan. Además, es divertida, entretenida y tiene ese poder de atracción que tiene todo lo "cinematográficamente mafioso", es decir, hay cierto placer estético hacia la cosa nostra. La culpa es del cine. "The Shield" también está muy bien situada. Y "Mad men" ocupa un dudoso sexto puesto. Creo que debería estar más arriba, al igual que "Perdidos", aunque sólo sea por lo original de su planteamiento. Pero, claro, para saber cuáles son las diez mejores debería haber visto todas, y no es así. Aunque puedo asegurar que sí he visto unas cuantas. Y he de decir que, independientemente de mis gustos personales, echo de menos en el top ten algún "C.S.I." (Las Vegas creo que es el mejor), aunque es una serie que nunca llegó a engancharme, a pesar de su incuestionable calidad. También, quizá, "Urgencias". Y "True Blood", aunque reconozco que eso no es objetivo.
Aunque, sobre todo, me parece aberrante que no esté "The Wire", porque es una gran serie. Cada vez que veo un capítulo me parece mejor hecha, muy bien pensada. Eso sí, "The Wire" es una serie que hay que ver poco a poco, como "Los Soprano": es densa, está cargada de contenido y significado. Y también es emocionante, y a veces hasta tierna.
Sí, en este top ten, definitivamente, echo de menos a Jimmy McNulty y sus chicos, sus escuchas y sus larguísimos y complejos casos. Para mí, sin duda, está entre las cinco primeras. Imagino que a la HBO (también creadora de "Los Soprano") no le compensará este humilde post en este pequeño blog, pero es mi discreto homenaje a una serie que, con un planteamiento tradicional –polis, ladrones, buenos, malos, detective atormentado y bebedor–, es absolutamente innovadora.

martes, 1 de diciembre de 2009

El fin de todas las cosas


Clara no se esperaba que Guillermo fuera a dejarla. Se habían conocido tres años atrás una noche en un bar. Después de dos encuentros más se habían enamorado y se casaron un año después. Todo parecía irles bien. Incluso habían hablado de hijos. Estaban llenos de ilusión y proyectos. Se querían, se divertían. Eran felices. Pero un buen día, cuando Clara llegó de trabajar, se encontró una nota de despedida encima de la mesa y el armario de su marido vacío. Guillermo se había ido. La había abandonado. Y a ella el mundo se le cayó encima.
"Clara: esto tiene que acabarse. Me marcho. No me busques ni me llames. No intentes encontrarme. Quédate la casa. Yo me llevo el coche. No necesito nada más. No quiero volver a verte. Perdona la cobardía. Espero que algún día puedas perdonarme. Guillermo". Así ponía el que había sido su marido fin a su relación. Clara quería morirse. No sabía qué hacer con tanta soledad, con tanto dolor. Y, lo peor de todo, no sabía por qué se habían despedido con un beso por la mañana y por la tarde él se había ido de casa. Estaba abatida, rota.
Los días iban pasando y, aunque la tristeza y la melancolía presidían cada uno de sus actos, desde ponerse un café hasta doblar unos calcetines, fue reponiéndose. Era una mujer fuerte y se sentía en la obligación de levantar el ánimo.
Decidió recuperar algunas amistades y empezar a hacer vida social: cine, una cena, café con una amiga... Y sus nostalgias fueron convirtiéndose en reproches. Su amor, en odio. Sí, odiaba a Guillermo por haberla dejado. Por haberle mentido. "Uno no deja a la persona que ama", se dijo mientras rompía las fotos de su luna de miel.
Se acabó el invierno y llegó la primavera. Y con ella, los paseos, las terracitas... La vida bajo el sol. Clara renovó su armario, se cortó el pelo y se prometió a sí misma que se había acabado la tristeza. Pero el destino, caprichoso, quiso para ella algo distinto.
Aquel sábado amaneció soleado. Optimista, Clara decidió irse de compras. Cuando bajó al parking del centro comercial, cargada de bolsas, vio perpleja cómo frente a su nuevo coche una mujer, que a ella le pareció bastante joven y atractiva, aparcaba su antiguo vehículo, el que se había llevado Guillermo. Clara no pudo contener la ira: "Ahora lo entiendo todo. Me dejó por ti, no tenéis vergüenza. Lo sabía, dile que lo odio, lo odio con todas mis fuerzas", gritó fuera de sí a la mujer.
“Señora, qué dice. Está loca. De qué demonios está hablando”, dijo la joven sin salir de su asombro. “No disimules, ése es el coche de mi marido. Lo reconozco, yo lo compré con él. Él se marchó de casa hace meses para irse contigo”, lloraba y gritaba Clara sin consuelo.
“Señora, lo siento, creo que está equivocada. Yo no estoy con ningún hombre. Soy estudiante de enfermería y me saco algún dinero cuidando a personas que están solas en los hospitales, acompañándolas por las noches. El señor Guillermo respondió a mi anuncio en el hospital y cuidé de él durante los últimos días de su vida, por eso me regaló su coche. Era un buen hombre. Cuando le diagnosticaron su enfermedad y le dijeron que era terminal, no quiso que ninguna persona de las que amaba sufriera esa agonía con él. Murió a finales de enero. Usted debe de ser Clara, ¿verdad? No imagina cuánto la quería. No podía dejar de hablar de usted. Murió abrazado a su foto".
Creative Commons License
El fin de todas las cosas by Luisa Tomás is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Femme fatale. Parte I

En el último post, hablaba de Maggie como la "femme fatale" de "Doctor en Alaska". Y el bueno de Joel no puede dejar de sentir fascinación por ella. ¿Qué tienen? Son peligrosas, "malas", difíciles e indomables, pero despiertan, cuando menos, curiosidad en los hombres. El ejemplo más claro: Escarlata y Melita. Sí, Melita se casa con el pánfilo de Ashley, pero Escarlata es la constante tentación, la mujer valiente, arrolladora, con esos enormes ojos verdes, a veces tan manipuladora, calculadora y fría, tan egoísta... Pero Ashley la adora y Rett, el canalla, cae rendido a sus pies. Melita es sólo buena. Nada más. ¿Es acaso Escarlata mala persona? No, no lo es. Sólo que su comportamiento es poco convencional y hace su voluntad aunque eso suponga arrasar con todo lo que se ponga entre su objetivo y ella. Melita se deja hacer. Escarlata hace y deshace. Arma y desarma. Lucha, gana y pierde. Pero lucha.
Bueno, es temprano, seguiremos hablando de estas cosas y otras en otro momento. Os dejo con una de las "mujeres fatales" que más admiro.¿A que es adorable? Y puede sacar de quicio a cualquiera.



+

sábado, 28 de noviembre de 2009

Proceso de adaptación. Parte III

Los buenos habitantes de Cicely se han propuesto ponerle las cosas fáciles al doctor, que sigue echando de menos Nueva York, claro. ¿O ya no tanto?
En este capítulo Fleischmann parece querer sacar al hombre que lleva dentro y dejarse a un lado el título de doctor, desenmascararse. Y lo hace usando como pretexto el sexo que tenía con su ex novia –que según sus palabras le resultaba un tanto pusilánime–. Fleischmann está recibiendo en Cicely bofetadas de vida, está experimentando una llamada, ¿la de la naturaleza? Y no sólo en forma de árboles, nieve o alce, también en forma de Maggie O'Connell, la "femme fatale" de la serie, con la que el doctorcito judío neoyorquino vive un permanente tira y afloja. ¿O acaso entre estos dos no hay tensión sexual?

viernes, 27 de noviembre de 2009

El porqué de "Mad Men"


Yo no tengo la clave. No sé por qué triunfa. Pero sí tengo algunas pistas. Seré breve. A ver si estáis de acuerdo:
1. El gancho de su protagonista, un galán "a la antigua", con un físico imponente, de los de espalda ancha, esos físicos que no necesitan afeites. Don Drapper es un hombre de los que no hay, guapo pero masculino, sin tonterías.
2. El estupendo elenco. Don está acompañado por secundarios que ocupan tramas interesantes y que mantienen el interés capítulo a capítulo. Peggy, sin ir más lejos, es sensacional.
3. Nos gusta observar ese mundo de hombres, verlos moviéndose en su ambiente. El humo y las copas invitan a alejarse del aburrimiento de las oficinas de hoy, tan asépticas.
4. Mola la época. Y la ropa, y la música, y las chicas, y los vestidos... Y las uñas rojas, los cigarros rubios, los sombreros, la lluvia de Manhattan. Kennedy. La era espacial... En Occidente adoramos esa época.
5. Es muy cinematográfica. A veces, sin que pase nada, la ves por estética.
6. Es ingeniosa. Cada campaña publicitaria del equipo de Don es un despliegue prodigioso de inteligencia. A veces, al ver las imágenes de publicidad de la época, conduce a cierto candor –la imagen de la mujer, las formas, los dibujos...–. Además, vemos una publicidad que entonces era creación, novedad, y ahora es icono.
7. La angustia personal de Don Drapper atrapa. Queremos entenderlo e incluso ayudarlo porque, a pesar de que bebe demasiado y es un adúltero, nos cae bien.
8. Como en "Los Soprano", en "The Shield"... empatizamos con personajes que en ocasiones son verdaderos "antihéroes" (qué pensáis de un hombre que deja a su familia y su mujer embarazada y se pira unas semanitas sin que nadie sepa dónde está –ni en el trabajo–  y se tira a una jovencita pija que casi podría ser su hija. Sí, eso lo hace Don, y nos cae bien, ergo)...
9. En esa serie, gente aparentemente perfecta, con casa perfecta, trabajo perfecto, esposa o esposo perfectos, hijos perfectos... enseña, sin demagogias, sin estridencias, lo insatisfactorio de una vida ficticia.
10. En resumen, emulando el eslogan de aquel anuncio (por seguir en el mundo de la publicidad). Mad Men es un placer adulto. Y eso nos gusta.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Sacando los dientes. ¿Reality Bites?


Epístola a mi querido Edward Cullen:
Estimado vampiro, no seré yo –y ya lo sabes por post anteriores– quien venga aquí a quitarte valor, que lo tienes, pero más bien como zagalito adolescente con tableta de chocolate incluida (en las formas de tu abdomen, dudo mucho que vaya alguna vez a tu estómago, lo uno con lo otro me parece más bien incompatible) que como vampiro en sí. Es decir, que eres un vampiro adorable y guapete, pero que jamás sacas los dientes, ni siquiera cuando defiendes a tu amada sacas la bestia que llevas dentro, digo más, ni siquiera sacas la bestia que se supone que eres. Eres luminoso y luminiscente, en sentido figurado y literal, y aguantas el sol como un lagarto en primavera, porque éste te hace aún más hermoso, si cabe.
Y así podría estar hasta el infinito, enumerando tus virtudes, tus bellos rasgos, tus finas cejas, tus frescos labios... Despliegas y luces –insisto, literal– como ninguno y a los dos minutos de "Luna Nueva" te das un paseíto con camiseta pegada a la tripilla (a la ausencia de) por la puerta del insti que eres la envidia del condado, muchacho. En fin, que no tienes peros que valgan, excepto uno.
Y es que, cuando llega una edad (es decir, se roza o se pasa la treintena), nos gustan más los vampiros que muerden. Tú para nosotras eres sólo un cachorrillo ladrador.




miércoles, 25 de noviembre de 2009

Echo de menos "Mad Men"

Ésa es la frase que dijo ayer mi hermana en plena rutina cotidiana, tendiendo una lavadora mientras yo pongo otra y pongo los platos en el lavaplatos y esperamos la cada vez menos intensa a mi pesar "Flashforward" (a la que le están dando otra oportunidad, ofreciéndole a los guionistas más tiempo para que intenten arreglar lo que parece condenado). Y "Mad Men" no engancha tanto como "True Blood" (con ésta, una vez que empiezas, no puedes parar), ni como "The Shield"... pero tiene pinta de acabar siendo tan premiada y reconocida como "The Sopranos", y con razón.
¿Y por qué se la echa de menos tanto?
¿Nos atrevemos a analizarlo?
La respuesta: en vuestras entradas a este post.
La mía: en el próximo.
Mientras, la promo de la tercera temporada, que nos pirramos por ver.

Más de amores. Déjate morder

"True Blood" es una de las series que más me han enganchado y cautivado jamás. Está tan bien hecha que cada imagen parece un lienzo. Tiene esa luz, esos planos... Pero, además de eso, es tan absolutamente gamberra y divertida... Aquí, en España, ha pasado sin pena ni gloria y no se puede comprar aún (no ha llegado el DVD ni se puede comprar la botellita de True Blood ni na de na), pero ya sabéis que hay formas de verla. No os la perdáis. Esta promo del Plus mola y es muy sugerente. Una dentellada de lo que la serie puede llegar a ofrecer.

martes, 24 de noviembre de 2009

¿Qué tiene el poseer cosas?

Hoy, para empezar el día, un poco de "Doctor en Alaska". ¿Y por qué este vídeo? Pues no sé, me ha venido a la cabeza y lo he buscado. Verdades como puños. Por qué esta necesidad de poseer a alguien. Por qué a veces se nos pasa por la cabeza lo siguiente: Bueno, me gusta, pero es que... no sé, a lo mejor, algún día... quizá cambie. Y en nuestra mente vamos construyendo una ficción que se alimenta del deseo de que nuestra pareja se transforme, pase a ser lo que no es. Es decir, la construimos basándonos en una ficción. Soñamos con que sea lo que no es y, si lo conseguimos... se acabó el encanto, porque ya no tiene aquello en lo que nos fijamos cuando fuimos a ella. Y llegó el final. Se acabó la pasión, la chispa, la gracia.
Y si no lo conseguimos: la histeria, los nervios, las broncas. 
En resumen: o te quedas con lo que es –sin intención de transformarlo y sin alimentar la esperanza de que cambie– o no te quedes con nadie. No llegará el día en que despertemos y nuestro novio (o novia) sea más guapo, más bueno, más divertido, más generoso...

Afortunadamente, aún no tenemos el don de hacer a alguien de barro, soplarle y que se convierta en lo que queremos que sea. Aún no somos dioses, no creamos. Ni tampoco poseemos. Toda relación que no esté basada en la libertad está condenada –por suerte– al fracaso.



lunes, 23 de noviembre de 2009

Luna nueva: para los que no se permiten el placer de divertirse


Comparar "Crepúsculo" con el "Drácula" de Coppola es como comparar la langosta con una hamburguesa. Sin duda, me quedo con la langosta, pero ése es un menú que se da de uvas a uvas –Nochevieja–, por lo cual uno tiene que permitirse disfrutar de la hamburguesa, consciente de lo siguiente: si come muchas, explota. Si come una de vez en cuando, apetece. Eso es "Luna Nueva", una hamburguesa para pasárselo bien, mancharse los dedos y embadurnarla de ketchup sin pensar un momento en que engorda o que es grasaza. Da igual. O la disfrutas o no te la comas. Resumiendo: no me cae bien la gente que compara "Crepúsculo" con los grandes títulos del cine, ni siquiera con la serie "True Blood" sólo porque en ambos casos hay vampiros, son cosas distinas. Es un producto bien pensado, con todos los trucos que aseguran el éxito: amor tierno, dulce y bello; jóvenes que están como quesos –la peli podría llamarse "Oda al tío bueno"  y tendría el mismo público, me temo–; algo de acción, dos chistes fáciles y algún guiño a los verdaderos devotos del vampirismo, los que vamos a verla porque hay vampiros sea una historia para adolescentes o para jubilados (me encanta esa frase en boca de Edward: "Da igual, total, voy a ir al infierno"). No hay más ni hay que buscarlo (sí, tampoco sexo, es que si lo hubiera los papás no dejarían ir a los jovenzuelos a verla, y eso perjudicaría a la taquilla e iría en detrimento de la tercera entrega).
Esta mañana ya he padecido la charla pretendidamente intelectual de quienes se creen en un estadio mental superior por aborrecer estos productos que arrasan a lo largo y ancho de las salas de cine de medio mundo, y creo que su problema es que no saben divertirse. Van al cine con su falsa pátina de semiintelectualoide de suplemento de periódico y se viven auténticos por aborrecer lo que miles de adolescentes del mundo adoran (¿quién es más ingenuo?). Mi consejo: quitaos años y prejuicios de encima e id a verla con la única intención de entreteneros. Saldréis del cine con la sonrisa puesta, reíd de los disparates, de la exhibición muscular y llorad por Bella y Edward, adolescentes o no, sufren por amor, que al fin y la cabo dicen que mueve el mundo: hasta el de los muertos.

viernes, 20 de noviembre de 2009

¿A quién le hincarías el diente?


O lo que es lo mismo, ¿por los colmillos de quién te dejarías morder? Para mí, que en esto  de los vampiros soy una egoísta, son más fáciles los "noles" que los "siles", traducido al lenguaje normal, fuera del patio de colegio y la colección de cromos: no me resulta fácil decir cuál de estos vampiros me resulta más apetitoso, pero sí puedo empezar por el menos jugosillo, que es el chavalito de "Crepúsculo", que a mí no me dice mucho, al contrario de lo que les ocurre a las adolescentes de medio mundo.
Podría seguir por Tom, que, aunque es mono, no da la talla de vampiro porque me resulta un tipo con un físico poco poderoso.
Luego, no sé, no sé... El tercer eliminado sería el bueno de Brad. En otras batallas –lo recuerdo en Troya, con esa mini..., ay, omá qué rico–, quizá me lo quedara, pero en ésta subo al podio a los otros tres.
Y no me pidáis que elija a uno de los tres, no puedo. Sería como tener que elegir qué dedo cortarme. No puedo, no puedo. Por un lado está el sugerente Gary Oldman: la mujer que se resista a su "He atravesado océanos de tiempo para encontrarte" ni es mujer ni es na.  Y qué decir de Eric y Bill, mis recientes adquisiciones... Bill, con ese pelillo, esa sonrisilla... ese rollito tan "introspectivo", tan "pa dentro", tan atormentao, que si casi se muere y resucita y ¡cómo resucita!... Ay, omá. ¿Y Eric? Tan rubio, tan alto, con ese phuto sentido del humor... Los adoro a los dos y les ofrezco mi carótida.
P.D.: Siento la tontería de este post. Necesitaba frivolizar.
Reblog this post [with Zemanta]

jueves, 19 de noviembre de 2009

Hoy no es ese día

Supongo que no es malo, de vez en cuando, entregarse a la desazón, a la pena, en resumen, amargarse el día y con ello el blog (muy a mi pesar). Y más cuando te dan un empujoncito en forma de eres la "segunda por un punto" en algo que va para ti (para mí) más allá que el simple hecho de juntar letras, formar palabras y con ellas frases y con éstas un párrafo. En aquel párrafo puse toda mi alma, y lo hice para ganar, no para ser segunda por un punto. Porque estar en esa entrega de premios con aquel a quien le escribí era el premio en sí mismo. Porque ese texto que no ha ganado es mi corazón en forma de línea mecanografida (qué cursi, por dios). Pero bueno, hoy la vida sigue y las energías se van renovando. Cuando pasan estas cosas, a uno (una en este caso) se le quitan las ganas de to, ¿qué hago dedicando tiempo, energía y pasión a algo que no me da de comer? ¿A qué este disgusto? Paso, abandono. No escribo ni una línea más que no se me pague, no vuelvo más a ese concurso...
Pero la vida te devuelve a la realidad: rendirse es perder dos veces. Hasta cuando tienes todo en contra y vas a morir, la retirada es la peor opción. Me lo han enseñado estos guerreros, protagonizados por el mismo hombre. ¿Casualidad? No. Viggo es muuuuuuu grande.




miércoles, 18 de noviembre de 2009

Perdón por la tristeza

Y con ella sigo.
Espero que se me pase pronto, pero los acontecimientos de hoy no animan mucho.
Un poco de Benedetti, que sabe mucho de estados de ánimo. Es que hoy me he quedado sin palabras.

Estados de ánimo
Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.

martes, 17 de noviembre de 2009

Podemos huir, pero no escondernos


A veces uno se levanta de mal humor y no puede hacer nada para remediarlo. Está de mal humor y punto. Y todo molesta: el ruido de la fotocopiadora –industrial pero blandito, repetitivo, insistente, como un goteo impertinente–, las voces que pega el compañero de al lado cuando habla, los teléfonos, el ruido de fondo de la radio, con esos presentadores que se creen divertidos y hacen absurdos programas-despertadores por las mañanas, fingiendo risa, dando paso a los oyentes que cuentan anécdotas tontas que a nadie importan.
Sí, estoy de mal humor y el día no ha hecho más que empezar. Será la luna, que no llueve o algo hormonal. No me importa. Estoy de mal humor y punto.
Y me siento irascible, y todo me molesta. Me recuerdo –salvando las distancias, que son muchas– a Tony Soprano cuando se mosquea.
No soporto que me tosan. Hoy no, no es el día.
Y la más mínima chorrada me hace estallar.
Tranquilos, se me pasa pronto. Y no tengo nada de mafiosa, aunque sí cierta fascinación por la estética gángster, de sombrero y abrigo largo, por el cine negro y, cómo no, por Los Soprano. Una de las grandes entre las grandes.
¿Os habéis preguntado por qué –una vez metidos en harina, es decir, en ficción– empatizamos con alguien como Tony? No deja de ser un capo del crimen organizado.
¿Será que, sin llegar a ciertos extremos, también reconocemos en nosotros esa parte oscura que convive con la parte luminosa dentro del ser humano?
¿Recordáis la entrada de Chris Stevens en la que hablaba de esto, de esa especie de doble naturaleza humana? Él concluía con algo así: "estamos hablando de dialéctica, del bien y del mal, que coexisten en nuestro interior. Podemos huir pero no escondernos".
Pues eso, que cuando uno se levanta con su "lado negro" en to lo alto, lo mejor es dejarlo estar. Al fin y al cabo, es tan nuestro como la sonrisa que regalamos al amante al despertar, al bebé del carrito en la cola del supermercado, al camarero que nos sirve el café. Ni lo pensamos ni lo decidimos. Sale natural, como la vida misma.
Feliz día (a los que podáis).
Reblog this post [with Zemanta]

domingo, 15 de noviembre de 2009

Proceso de adaptación. Parte II

Y no; es que él quiera ser borde, es que ni por un momento imaginó que esto le iba a pasar a él, Joel Fleischmann. Y no es que no quiera adaptarse, es que no puede (aunque luego las cosas vayan cambiando y adecuándose  y empiece, incluso, a sonreír). Es que a todo un médico de Nueva York, con una vida acomodada y burguesa, urbanita y convencional, se le hace un mundo despertarse  y que la ducha esté estropeada. O lo que es peor: que se la tenga que arreglar su casera, la despiadada  (a ojos de él y sólo al principio) Maggie.
¿Y qué tal despertarse con una rata al lado de tu carísimo palo de golf? O abrir los ojos y sentirse atrapado por una inmensidad natural de la que uno no se siente parte.
¿Qué hacer entonces? ¿Correr, huir...? ¿O dejarse seducir por el dulce caramelo de lo inesperado, de la sorpresa?
Me parto con este vídeo. Su cara es un poema.

sábado, 14 de noviembre de 2009

A dormir, a soñar

Una de mis películas favoritas y una de las bandas sonoras más evocadoras y sugerentes, de John Barry. Inolvidable, sentida, sentimental, emotiva... ¿Y esa parte en la que suena el adagio del concierto para clarinete de Mozart? Es tan hermoso, está tan pegado a la vida... Es tan poético, tan a pulso, tan a pelo... que me hace pensar, una vez más, que sentir vale la pena, aunque acabe una a lágrima viva.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Proceso de adaptación. Parte I


Me he planteado cientos de veces cómo se adapta un médico judío de Nueva York a la vida de un pueblo totalmente surrealista, teniendo como amigos a un discjockey ex presidiario, autodidacta y totalmente excéntrico, a un barman madurito y buenazo que anda loco por los huesos de una jovencita cuyo mayor logro fue ser Miss Paso del Noroeste y seguir a grupos de rock en sus giras. Jovencita que, a su vez, llegó al pueblo con Maurice, el caciquillo, dueño de la emisora, un ex astronauta malhumorado y un tanto gruñón. Por otro lado anda Ruth-Anne una jovencita de unos 70 que es el colmo de la mujer liberada, Ed, un cineasta criado entre indios, Marilyn, una enfermera india que no sabe de enfermería, y Maggie, una especie de mantis-religiosa con la que el bueno de Fleischman vive en una permanente tensión sexual insatisfecha.
Le ponen la guinda al pastel una hipocondríaca casada con una especie de hombre de las nieves que es un refinadísimo cocinero.

¿A que suena atractivo?
Hoy es uno de esos días en los que me gustaría estar allí.

"Es hora de ponerse manos a la obra. Tanto si sale bien como si no. No importa. Soy libre". Joel Fleischmann.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Creo en... (y no es cuestión de fe)


El Credo de Aimee

Gracias a Northern Exposure, creo que los árboles pueden hablar.
Creo que una mujer puede volar desde un acantilado como un águila.
Creo que un oso puede convertirse en hombre y luego volver a ser oso otra vez.
Creo que una mujer embarazada puede hablar con su hijo no nacido, cara a cara.
Creo que un hombre puede reencarnarse en un perro.
Creo que un cineasta en ciernes y un dj ex convicto pueden enseñar a una grulla a bailar.
Creo que un beso puede devolverle la voz a un hombre.
Creo que el diablo es un vendedor de saunas.
Creo que una persona puede soñar los sueños de otra.
Creo que un hombre puede hibernar como un oso.
Creo que tirarle un tomate a alguien puede ser un acto de amor y amistad.
Creo que un cuervo es tan buen símbolo de Navidad como Santa Claus.
Creo que un médico puede practicarle una cirugía de by-pass a un aeroplano.
Creo que el agua puede hacer que hombres y mujeres intercambien sus identidades de género.
Creo que los mammuts congelados son comestibles.
Creo que Napoleón no estuvo en Waterloo.
Creo en chefs sociópatas y parecidos al Yeti; en mediohermanos que se encuentran a través de sueños, en correr desnudo a través de las calles en deshielo del invierno.

Y creo que es posible que un hombre dé unos pocos pasos en la niebla de Alaska y termine en el ferry de Staten Island.

En resumen, creo en la magia. Así que razonadme argumentos ilógicos.
Aimee Parrott



Reblog this post [with Zemanta]

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Hablando del rey de... la noche


Por El País asoma.
Interesantísimo artículo de Manuel Rodríguez Rivero. El título en sí ya es bastante sugerente: "Acuéstate con un vampiro", pero aún lo son más las razones que, según él, nos llevan a las mujeres a desear a esta especie de bestias, que lo son. Pongámonos frías. Es decir, olvidemos su atractivo, su halo de misterio, su sabiduría –adquirida en siglos de, las más veces, atormentada existencia–, su piel blanca, su castillo, su chimenea, sus palabras, su voz... y pensemos que son tíos que están muertos, que no pueden ni ver el sol –es decir, nada de chiringuito en Cádiz ni cañita en la terraza–, que se alimentan de sangre (humana, claro), que duermen en un ataúd... y que su corazón no late. Vamos, es lo menos apetecible del mundo. En cambio, la calenturienta imaginación humana se ha encargado de convertir a esta especie de murciélagos  en unos tíos que están buenísimos, que tienen pinta de Espronceda o Lord Byron, y que vuelven locas a las mujeres. Al parecer, y según se cuenta en el artículo antes citado, el atractivo que los vampiros ejercen sobre nosotras "refleja el profundo deseo de las chicas de conseguir el misterio, la protección y la sabiduría de hombres maduros".
¿Seguro?
¿O es que nos gusta más gustarle a un tío que es potencialmente peligroso pero que ve en nosotras a su dulce "princesita"?

Ay, lo dicho: si Freud levantara la cabeza...




Reblog this post [with Zemanta]

Una esposa para Bill Compton



Los seguidores de "True Blood" estamos en un ay. Cientos somos, no, cientos no, miles los que andamos loquitos por el corazón sin latido de Bill, en la realidad y en la ficción. Y mira tú por dónde que en la tercera temporada vamos a ver a la que lo ocupó cuando aún latía. Parece ser que se está buscando quien interprete a la esposa de Bill, Caroline Compton. Además, se cuenta que en el tercer episodio la pobre desgraciada descubrirá que su marido no ha muerto durante la guerra y que una de las escenas que protagonizará será en la que, con una escopeta en la mano, amenaza a un intruso que merodea por su casa hasta que se da cuenta de que es su guapo maridito. La HBO busca una mujer de aspecto agradable, fuerte, educada y guapa para dar vida a Caroline, ¿alguien se ofrece? Supongo que con estos "flash backs"  descubriremos algo más de cómo era Bill antes de irse a la guerra y de volver convertido en un vampiro gracias a las malas artes de Lorena, personaje desagradable donde los haya. Buscando posibles candidatas entre las series, así, de repente, se me ocurren varias que le pueden ir bien al muchacho.
La primera es Juliet, de "Perdidos". Es guapa, decidida y de aspecto fuerte pero femenino.
Además, tiene cara de drama y rara vez sonríe. Ideal si tenemos en cuenta lo que le va a caer encima: tiene un marido cañón que se va a la guerra y no vuelve. No sé si llegará a enterarse de que es un vampiro y de que ha estado copulando con la simpar Lorena, esa bestia parda. Si se entera de eso, poco o nada la vamos a ver sonreír. Así que, menos mal que Sawyer le da alguna alegría. Si no, la pobre, mal lo lleva.

Aunque me gusta mucho más la "viudita" de "Deadwood", con mucho más carácter. Tiene a favor un físico que da el pego total de mujer del siglo XIX, con su carita blanca y su pelo moreno. Además, gracias a "Deadwood" la hemos visto vestida de época y le sienta estupendamente. Tiene en contra que no es demasiado popular y quizá los productores quieran un rostro con más tirón.




Yo me quedo entre estas dos, a mi Bill no le pega una mujer de aspecto más frágil o más joven. ¿Alguna sugerencia más?

Vía: telelocura.com

lunes, 9 de noviembre de 2009

Nessun Dorma. Que nadie duerma

Que nadie duerma. Eso, más o menos, es lo que dice esta bellísima aria perteneciente a Turandot, de Giacomo Puccini. La ópera habla de una cruel princesa china que asesinaba  a sus pretendientes, o algo así, pero ahora poco o casi nada importa eso. Lo que importa, como casi en todo, son las emociones, que son eternas y se dan en todas las partes del mundo, en cualquier momento de la historia.
Siempre que la escucho, no puedo reprimir las lágrimas, no sé si de alegría, de pena o de pura belleza. Hay algo hermosísimo en el hecho de pensar que el ser humano puede elaborar algo tan infinitamente bello. Tan bello que pareciera obra de un dios, y no de un hombre.
Amenábar, que de eso de la belleza y las emociones sabe un rato, introdujo el Nessun Dorma en "Mar Adentro", una obra de arte. Ponía la música al momento en que Ramón Sampedro (interpretado por el genial Bardem) se eleva para volar y llegar a la playa. Ojalá hubiera palabras para explicar lo que se siente viendo esa parte de la película. El deseo de volar hecho realidad acompañado de una música que es lo más parecido al amor que yo he sentido nunca.
Sí, quizá sea un delirio. Pero supongo que estar enamorado debe de ser algo parecido a la sensación que uno experimenta al escuchar esta aria, al sentirla: el estómago bloqueado, la piel hipersensible, como cuando se tiene fiebre, la mente libre de pensamientos, los ojos llenos de lágrimas. Y si el amor no es eso, yo no quiero estar enamorada.

Y, para celebrar este dislate que acabo de escribir, escuchad el Nessun Dorma por Pavarotti, para mi gusto, quien mejor la canta.



También añado un vídeo de "Mar Adentro", donde el aria es interpretada por José Manuel Zapata (al menos eso pone en el cd de la BSO).
A mí me me gusta más Pavarotti, juzgad vosotros, pero aquí tiene el valor añadido que le otorga esta emocionantísima parte de la sensacional película de Amenábar.

Amenábar, Agora e Hipatia


Me ha gustado. No, me ha encantado. Es una gran película. Y no entiendo las críticas tan feroces que han vertido sobre ella. Es inteligente, bella y emocionante. Me gusta lo que cuenta y cómo lo cuenta. Hay quien dice que adolece de ser "poco sensible". Y quien eso afirma, ¿la ha visto? ¿No recuerda la primera mirada de Davos a Hipatia, el emocionado final, la devoción de Orestes al escuchar a Hipatia bajo el estrellado sol de Alejandría?
Otros cuentan que es una película anticristiana. Y no. Coge un momento histórico y resulta que los cristianos, hasta entonces perseguidos por el Imperio Romano, empiezan a emerger como grupo y vengan toda la represión anterior revolviéndose con violencia, no menor ni menos cruel que la que muestran los judíos o la impiedad que manifiesta el propio padre de Hipatia al considerar que la "sublevación" cristiana ha de ser reprimida con fiereza.
Y luego está Davos, el esclavo. El que ve en los benevolanos la forma de dejar de serlo. El silencioso enamorado. El alma pura e inocente, fácilmente manipulable.
Y también está la perversión de la política y de ésta con la religión y cómo se unen para mantenerse en el poder.
Y está la manipulación de la fe. Y la represión de las mujeres. Sin alaracas, sin demagogias.
Y está la razón y el conocimiento contra la barbarie. La espiritualidad contra el fundamentalismo atroz. La inteligencia contra la intolerancia.
Es una película limpia, pura.
Injustamente tratada por la crítica.
Quizá es que el excesivo corporativismo del cine español, plagado de subvenciones y malas películas, no soporta que Amenábar, que cerró en su día las puertas del armario de la represión y se mostró como un librepensador, un creador, triunfe. Es un espíritu que vuela solo y a su aire. Y parece que España aún no está preparada para eso. Ni tampoco para Hipatia.
Pues larga vida a ambos. A Alejandro y a Hipatia. Salute!

viernes, 6 de noviembre de 2009

Cicely, mágico

De todos mis capítulos favoritos de mis series favoritas de la historia de la ficción televisiva –la realidad televisiva no me interesa– hay uno que me conmueve. Se llama "Despierta" y es el capítulo nueve de la tercera temporada de "Doctor en Alaska". En él, un autobús cargado de artistas circenses se planta ¿accidentalmente? en Cicely, el lugar más mágico del mundo. Quiromantes, magos, acróbatas y un tiernísimo hombre volador que se enamora de Marilyn con sólo verla son le excusa perfecta para reflexionar sobre la realidad, la materia, la magia y el amor, como si éste no fuera parte de la anterior.
Ya os contaré más cosas de ese capítulo. De momento, un aperitivo, el final, que tantas veces he visto, que recuerdo tan de memoria, que tanto me gusta.

jueves, 5 de noviembre de 2009

¿Ética o estética?

Sin palabras.

El ostracismo

Aún somos pocos en "lopensaremanana", pero bien avenidos. Y el número crece día a día y vamos conformando una pequeña comunidad, lo cual me ilusiona y alegra. ¿Habéis pensado alguna vez en la necesidad humana de agruparse? ¿En nuestra condición de seres gregarios? ¿Por qué un ermitaño es un ser "raro"?  ¿Por qué esa necesidad de pertenecer a un grupo, de ser de un equipo, de estar en "facebook"? Será porque necesitamos aceptación y, cuando no la tenemos, no la sentimos, nos sentimos exiliados, rechazados. Y eso genera dolor. Aunque ésta es un arma de doble filo, a veces, la necesidad de aceptación nos empuja a negarnos, a no actuar conforme a nuestra voluntad, sino a la voluntad de otros. A negar, al fin y al cabo, nuestra libertad para que los demás aprueben nuestra actitud. No nos confundamos: los demás están en nuestra mente. La realidad no lo es en sí misma. Nace de nosotros.
Supongo que la clave está en encontrar la medida justa de las cosas. Mientras, una reflexión de Chris sobre el asunto de hoy:
"En las antiguas Grecia y Roma, la comunidad, la ciudad lo era todo... No existía identidad. Si ofendías a la autoridad, ya podías echar a correr hacia la gran E del exilio, persona non grata. Ahí tenéis a Edipo, aquel desgraciado que mató a su padre y se casó con su madre, ¿le ahorcaron?, ¿le cortaron cuello? No, leamos, "que huya, que no se acerque a los templos, que ningún ciudadano le hable o reciba, que no le admitan en la oraciones y en los sacrificios"... Nosotros decimos dar la espalda... Ellos lo llamaban la pena capital.
Pensadlo". Chris Stevens.
 En la imagen, Edipo y la esfinge de Gustave Moreau (1864).

miércoles, 4 de noviembre de 2009

La luz es... luz

Llegaron los días en los que el anochecer madruga y el amanecer se duerme. Los días que  son más noches y en los que la luz brilla por su ausencia. Lo días para soñar y dejarse acurrucar por la calidez del frío del otoño, tan envolvente y acogedor. Que la oscuridad no llegue a nuestras almas.
Mar, va por ti, para que conozcas a Chris y te dejes guiar por su luz. Permítete perder (ganar) tres minutos en tu jornada laboral y ponle a esta tarde de noviembre, que ya camina hacia la noche, tu frescura de mañana de primavera.

Amanecer con Chris


Una buena y queridísima amiga le dice a un no menos bueno y menos querido amigo: "Oye, no entiendo por qué esta tía (yo) escribe en su blog sobre las charlas de ese tío (Chris Stevens) que no conoce nadie".
Esto me ha hecho pensar, que no dudar: si hay alguien de mi generación que no conoce a Chris Stevens hay algo aquí que va mal, sin duda. O es que quizá a mi amiga, directamente, no le interese, que en su derecho está. Pero, ¿por qué escribo sobre Chris? La verdad es que al hacerlo soy consciente de que no me dirijo, ni mucho menos, a un gran público ("Doctor en Alaska" se ha emitido en España de madrugada y en La 2, con todo lo que eso supone), pero sí sé que para entender lo que él dice  no hace falta ser un "doctorenalaskaadicto". Más: escribo esto y aquí porque es de lo que me gusta hablar y escribir y porque ahora el ánimo se vive otoñal y plácido y busca refugios cálidos, como el de su voz, y sugerentes, como el de sus palabras.
Y porque apuesto el Euromillón del viernes a que es mejor empezar la mañana recordando esto  "Buenos días, aquí Chris de la mañana, desde la K-OSO, Cicely, Alaska. Como todos sabéis, éste es mi rincón particular, un pequeño refugio para almas inquietas y sensibles. Aquí se abre una metafórica ventana para que podáis disfrutar de los despertares, reflexiones, sueños, monólogos y poemas de Chris, en los 570 de OM, emisora de la cadena de comunicaciones Minnifield. ¡Vamos amigos!, desempolvad los archivos de la memoria. ¿Alguien quiere colaborar? Sólo tenéis que facilitarnos las citas radiofónicas que tengáis a mano para completar este festival de la palabra. Todos estáis invitados a la fiesta" que escuchando el boletín informativo de las ocho o la aterciopelada voz de tu jefe dándote la chapa. 
Así que, abrid las ventanas de vuestras cabañas y dejad entrar el aire del Norte mientras abrazáis vuestra taza de café. ¡Cuidado!, se han visto osos rondando esta noche por este particular Cicely. 
En la imagen, la emisora de Chris, la K-OSO, desde donde contempla tantos amaneceres.